Nació conmigo la muerte.
José Emilio Pacheco
Dicen que solo a partir de la edad escolar los seres humanos somos capaces de empezar a entender el significado de la muerte; de la ausencia definitiva y del sentimiento de pérdida que inexorablemente arrastra consigo.
Sin embargo, comprender un concepto no significa necesariamente asimilarlo.
Entre los muchos asuntos que desde los albores del pensamiento han abordado los filósofos, la muerte es quizá de los temas más recurrentes. No en balde en Fedón, obra que se cuenta entre las más relevantes de Platón, el filósofo griego habla de la muerte en general a través de la muerte en particular de su maestro. De allí que uno de los enunciados más célebres del pensamiento antiguo sea que la filosofía consiste en aprender a morir.
Y aprender a morir, en cierto sentido, no es otra cosa que entender que la vida es limitada y finita, que no tendremos otra oportunidad de transitar por los caminos del mundo más que esta que se nos ha otorgado y que la manera en que lo hagamos definirá lo que somos ante nosotros mismos y ante los demás. ¿Qué hacer entonces frente a semejante expectativa? ¿Arrebato o contención? Según Sócrates, fortaleza y templanza eran las actitudes que debíamos desarrollar con el fin de vivir con moderación y escapar de la esclavitud a la que en ocasiones nos somete nuestros propios deseos, de forma tal que en la hora última, seamos capaces de enfrentarnos con dignidad ante la muerte.
Aunque en un mundo saturado por la excitación y el ruido, donde la búsqueda de la felicidad y la ética de la inmediatez se han convertido en monedas de cambio, difícil es imaginar que una buena parte de sus pobladores se relajen y se tomen el tiempo suficiente para volcar la mirada sobre los pensadores de la antigüedad (ya bastante complicado resulta que lo hagan sobre sus contemporáneos) y se cuestionen acerca de la manera de andar por la vida y, además, como para no dejarlo pasar, en eso que antes llamaban “un buen morir”. Hoy en día cada cual marcha a su bola, a gran velocidad, por la ruta que ha elegido. O que cree haber elegido. De modo que existen tantas visiones del mundo como cabezas se cuentan en él; lo curioso y paradójico es que dicha diferencia no nos hace únicos sino que más bien nos iguala a todos.
“Una civilización que niega a la muerte, acaba por negar la vida”, escribió Octavio Paz. Una frase que me atrevería a decir compendia en gran medida el espíritu de la época que nos ocupa y, por tanto, podría también funcionar como colofón del libro Agitación (Páginas de Espuma, 2020), de Jorge Freire, una crítica y deliciosa radiografía del momento presente en el que nos encontramos. Su autor, con un lenguaje en el que combina elegancia, erudición e ironía a partes iguales, intenta hundir el dedo en la llaga de la sociedad contemporánea a la vez que cortar indistintamente cabezas de vendedores de humo y compradores compulsivos. Hurgando en lo cotidiano, Freire nos invita a reflexionar sobre temas que en principio parecieran nimios, pero que, como si delante de un habilidoso prestigiador nos encontráramos, de pronto comienzan a cobrar una inusual trascendencia ante nuestros ojos abiertos como platos. Y en mi opinión, lo que más sorprende, es que todo esto lo haga en un libro que no alcanza las cien páginas.
Pero que nadie se llame a engaño con la longitud de Agitación, porque la capacidad de síntesis de Freire es mayúscula. Echando mano a citas de pensadores como Aristóteles, Nietzsche, Pascal, Kierkegaard, Schopenhauer, Lévi-Strauss, Ortega y Gasset, Russell o Jünger, por nombrar a unos pocos de los muchos que desfilan por los capítulos del ensayo, Freire se atreve a presentarnos a su Homo agitatus, un fiel representante de la sociedad de nuestro tiempo, con el fin de exponer sus ideas sobre la libertad, la muerte, el fenómeno de las fake news, la felicidad convertida en religión, ciertos trampantojos de la educación, la singular homogeneidad que han alcanzado las sociedades de hoy, las responsabilidades del periodismo y de la industria del entretenimiento en la cultura de la agitación y, desde luego, la imposibilidad del hombre actual de quedarse quieto.
Para muestra, a continuación dejo algunos botones de las reflexiones que Freire vuelca en las páginas de Agitación:
“Tratar de establecer en qué medida gozamos de libertad sería una tarea ímproba; negar directamente que dicha libertad exista, una frivolidad”.
“Perder el miedo a la muerte es condición necesaria para gozar de la existencia”.
“Lo que hoy entendemos por felicidad no es sino la afirmación de nuestra subjetividad”.
“La diversidad moderna es una suerte de pluralidad de manufactura”.
“En tiempo de agitada diferencia (que es, por definición, lo opuesto a lo diverso) pocas decisiones hay más prudentes que aspirar a una honrosa generalidad”.
“La degradación de la fe lleva al sujeto contemporáneo, en la soledad de la cosmópolis, a abrazar toda suerte de puritanismos y supercherías”.
“De lo inmediato no puede brotar la cultura”.
“Dotar a los libros de un carácter soteriológico es de una ingenuidad infantil”.
“Lo espontáneo del ser humano es el primate; lo sincero, el idiota”.
“Ocioso es buscar fuera lo que no se tiene dentro”.
Y podría seguir, pero no lo haré.
En Los errantes, Olga Tokarczuk escribe que un intelecto que aplica el método correcto puede alcanzar el conocimiento verdadero y útil del mundo a través de los más insignificantes detalles apoyándose en sus propias ideas, claras y nítidas; siempre que usemos adecuadamente tales facultades, deberíamos entonces acercarnos a la verdad. No creo exagerado afirmar que desde hace rato considero, al de Freire, uno de estos intelectos a los que Tokarczuk hace referencia.
Ahí está Agitación para demostrarlo.
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