miércoles, 30 de agosto de 2017

El genio y su locura


Dicen que la locura y la genialidad están emparentadas. Que es difícil imaginarse una sin la otra. O más bien que la genialidad, en la mayoría de sus manifestaciones, se halla revestida de cierto toque de locura.

Después de leer “Trastorno”, de Thomas Bernhard, se me ocurre que puede que esta popular sentencia del imaginario colectivo cobre más fuerza que nunca en la mente de los lectores que se acerquen a la novela del austriaco.

Y es que “Trastorno” pareciera haber sido escrita como si se tratara de un compendio cuyo propósito principal era mostrarnos el camino más corto entre locura y genialidad.

Bernhard estructura su novela en dos partes. En la primera, un narrador del que sabemos apenas lo necesario, nos relata el viaje que en compañía de su padre —un médico rural— hace a lo largo y ancho de una comarca con el fin de visitar a los pacientes de este último. A medida que avanzamos en dicho viaje, y conocemos más sobre la región y sus habitantes, poco a poco nos percatamos de que no se trata tan solo de un viaje físico, sino que viajamos en realidad hacia el centro de la enfermedad que es seña de identidad de esta comarca: el trastorno. Cada parada del médico y su hijo para atender a uno de sus pacientes implica también descender (¿o subir?) un peldaño más hacia la locura… En este tramo de la historia, el autor describe secuencias profundamente inquietantes y sobrecogedoras, como la de los tres chicos que descabezan aves que van atrapando de una gigantesca jaula en la que a su vez aguardan otros “pájaros exóticos hermosísimos”.

Pero es en la segunda parte de “Trastorno” cuando la novela de Bernhard consigue alcanzar sus cotas más elevadas. La entrada en escena del Príncipe Saurau, epítome del tema que aborda la obra, no dejará a nadie indiferente. Esta segunda parte es una especie de monólogo inabarcable en el que el Príncipe Saurau no deja de disparar sentencia tras sentencia a sus dos visitantes; en ocasiones son observaciones o anécdotas incoherentes, en otras, lúcidas reflexiones sobre la vida y la condición humana que hacen de la novela una máquina de imprimir citas literarias: “La pobreza es lo que iguala a los hombres; todo, hasta la riqueza más grande, es en los hombres pobre. La pobreza es siempre, en el cuerpo y en la mente de los hombres, una pobreza corporal y una pobreza mental a la vez, lo que tiene que volverlos enfermos y locos”. O la siguiente: “Cada hombre que veo y cada hombre del que oigo algo, lo que sea, me prueban la absoluta inconsciencia de toda la especie, y que esa especie y la Naturaleza entera son un engaño”.

Y hay más:

“El modernismo que no se ve me reconforta, el invisible que hace que todo progrese; no el visible, que no hace progresar nada”.

“Las gentes del campo que degeneran en la brutalidad y luego en una indefensión total ante su propia brutalidad, que degeneran en todo, que tienen que degenerar en todo, esas gentes, son hoy mayoría, lo que resulta aterrador”.

“El dejarse ofuscar por los sentimientos, el no hacer nada contra el oscurecimiento del espíritu lleva a los hombres a la desesperación”.

“Donde la razón manda la desesperación es imposible”.

“La soledad es el camino de los hombres hacia la repugnancia”.

“Nunca he tenido mejor interlocutor que yo mismo”.

“La única fuerza que existe es la de la imaginación”.

“La verdad es la tradición y no la verdad”.

“Nos divirtamos con lo que nos divirtamos, lo único que nos ocupa siempre es la muerte”.

“El tiempo que vivimos no basta, evidentemente, para hacerse comprender. Al principio a mi madre le parecí un crimen contra ella, luego un crimen que ella había cometido, luego le resulté molesto, luego empezó a despreciarme, luego a quererme, a odiarme, porque siempre tenía que identificarse conmigo. Los padres consideran a sus hijos siempre como una llaga incurable que los afea para toda la vida”.

“Cuanto mayor es la capacidad de juzgar tanto mayor es la desconfianza”.

“A la vida le huele cada vez peor el aliento”.

Y cualquiera podría sacar de “Trastorno” su propio lote de citas —distintas a estas, desde luego—, pues es sabido que cada libro le habla a su lector de una forma particular.

A estas alturas debo confesar, no sin que cierto rubor me coloree las mejillas, que no había leído antes a este extraordinario escritor. Aunque estoy planteándome corregir mi hándicap sumergiéndome de lleno a partir de ahora en el resto de la obra de ficción de Bernhard, tanto narrativa como teatro.

Próxima lectura: “El malogrado”.