viernes, 7 de agosto de 2020

El Homo agitatus contra la muerte

Nació conmigo la muerte.
José Emilio Pacheco


Dicen que solo a partir de la edad escolar los seres humanos somos capaces de empezar a entender el significado de la muerte; de la ausencia definitiva y del sentimiento de pérdida que inexorablemente arrastra consigo.

Sin embargo, comprender un concepto no significa necesariamente asimilarlo.

Entre los muchos asuntos que desde los albores del pensamiento han abordado los filósofos, la muerte es quizá de los temas más recurrentes. No en balde en Fedón, obra que se cuenta entre las más relevantes de Platón, el filósofo griego habla de la muerte en general a través de la muerte en particular de su maestro. De allí que uno de los enunciados más célebres del pensamiento antiguo sea que la filosofía consiste en aprender a morir.

Y aprender a morir, en cierto sentido, no es otra cosa que entender que la vida es limitada y finita, que no tendremos otra oportunidad de transitar por los caminos del mundo más que esta que se nos ha otorgado y que la manera en que lo hagamos definirá lo que somos ante nosotros mismos y ante los demás. ¿Qué hacer entonces frente a semejante expectativa? ¿Arrebato o contención? Según Sócrates, fortaleza y templanza eran las actitudes que debíamos desarrollar con el fin de vivir con moderación y escapar de la esclavitud a la que en ocasiones nos somete nuestros propios deseos, de forma tal que en la hora última, seamos capaces de enfrentarnos con dignidad ante la muerte.

Aunque en un mundo saturado por la excitación y el ruido, donde la búsqueda de la felicidad y la ética de la inmediatez se han convertido en monedas de cambio, difícil es imaginar que una buena parte de sus pobladores se relajen y se tomen el tiempo suficiente para volcar la mirada sobre los pensadores de la antigüedad (ya bastante complicado resulta que lo hagan sobre sus contemporáneos) y se cuestionen acerca de la manera de andar por la vida y, además, como para no dejarlo pasar, en eso que antes llamaban “un buen morir”. Hoy en día cada cual marcha a su bola, a gran velocidad, por la ruta que ha elegido. O que cree haber elegido. De modo que existen tantas visiones del mundo como cabezas se cuentan en él; lo curioso y paradójico es que dicha diferencia no nos hace únicos sino que más bien nos iguala a todos.

“Una civilización que niega a la muerte, acaba por negar la vida”, escribió Octavio Paz. Una frase que me atrevería a decir compendia en gran medida el espíritu de la época que nos ocupa y, por tanto, podría también funcionar como colofón del libro Agitación (Páginas de Espuma, 2020), de Jorge Freire, una crítica y deliciosa radiografía del momento presente en el que nos encontramos. Su autor, con un lenguaje en el que combina elegancia, erudición e ironía a partes iguales, intenta hundir el dedo en la llaga de la sociedad contemporánea a la vez que cortar indistintamente cabezas de vendedores de humo y compradores compulsivos. Hurgando en lo cotidiano, Freire nos invita a reflexionar sobre temas que en principio parecieran nimios, pero que, como si delante de un habilidoso prestigiador nos encontráramos, de pronto comienzan a cobrar una inusual trascendencia ante nuestros ojos abiertos como platos. Y en mi opinión, lo que más sorprende, es que todo esto lo haga en un libro que no alcanza las cien páginas.

Pero que nadie se llame a engaño con la longitud de Agitación, porque la capacidad de síntesis de Freire es mayúscula. Echando mano a citas de pensadores como Aristóteles, Nietzsche, Pascal, Kierkegaard, Schopenhauer, Lévi-Strauss, Ortega y Gasset, Russell o Jünger, por nombrar a unos pocos de los muchos que desfilan por los capítulos del ensayo, Freire se atreve a presentarnos a su Homo agitatus, un fiel representante de la sociedad de nuestro tiempo, con el fin de exponer sus ideas sobre la libertad, la muerte, el fenómeno de las fake news, la felicidad convertida en religión, ciertos trampantojos de la educación, la singular homogeneidad que han alcanzado las sociedades de hoy, las responsabilidades del periodismo y de la industria del entretenimiento en la cultura de la agitación y, desde luego, la imposibilidad del hombre actual de quedarse quieto.

Para muestra, a continuación dejo algunos botones de las reflexiones que Freire vuelca en las páginas de Agitación:

“Tratar de establecer en qué medida gozamos de libertad sería una tarea ímproba; negar directamente que dicha libertad exista, una frivolidad”.

“Perder el miedo a la muerte es condición necesaria para gozar de la existencia”.

“Lo que hoy entendemos por felicidad no es sino la afirmación de nuestra subjetividad”.

“La diversidad moderna es una suerte de pluralidad de manufactura”.

“En tiempo de agitada diferencia (que es, por definición, lo opuesto a lo diverso) pocas decisiones hay más prudentes que aspirar a una honrosa generalidad”.

“La degradación de la fe lleva al sujeto contemporáneo, en la soledad de la cosmópolis, a abrazar toda suerte de puritanismos y supercherías”.

“De lo inmediato no puede brotar la cultura”.

“Dotar a los libros de un carácter soteriológico es de una ingenuidad infantil”.

“Lo espontáneo del ser humano es el primate; lo sincero, el idiota”.

“Ocioso es buscar fuera lo que no se tiene dentro”.

Y podría seguir, pero no lo haré.

En Los errantes, Olga Tokarczuk escribe que un intelecto que aplica el método correcto puede alcanzar el conocimiento verdadero y útil del mundo a través de los más insignificantes detalles apoyándose en sus propias ideas, claras y nítidas; siempre que usemos adecuadamente tales facultades, deberíamos entonces acercarnos a la verdad. No creo exagerado afirmar que desde hace rato considero, al de Freire, uno de estos intelectos a los que Tokarczuk hace referencia.

Ahí está Agitación para demostrarlo.

viernes, 22 de mayo de 2020

Dos años sin Roth



Me inicié en la obra de Philip Roth con la lectura de “Cuando ella era buena”, su segunda novela y tal vez el libro menos leído y menos representativo de su obra. Recuerdo que el personaje principal, Lucy Nelson, me resultó en muchos aspectos antipático, aunque tengo que reconocer que es un personaje muy interesante, de gran complejidad, cargado de un sinnúmero de contradicciones y, desde luego, no pude dejar de conmoverme con el final que Roth le tenía reservado en las postreras páginas de aquella novela.

Y como me gustó tanto “Cuando ella era buena”, decidí buscar más libros del autor, que por aquel tiempo era un total desconocido para mí. Entonces vinieron “El lamento de Portnoy”, “La conjura contra América”, “Pastoral americana”, “La mancha humana”, “El pecho”, “Me casé con un comunista”, “Elegía” y “Némesis”. Con todos disfruté de principio a fin y con todos me emocioné como un lector espera hacerlo con el nuevo libro que ha elegido para extraviarse entre sus páginas. No en balde Virginia Woolf defendía, con uñas y dientes, que tanto al escribir como al leer la emoción tiene prioridad sobre todo lo demás. Ignoro si Roth conocía esta sentencia de Woolf, lo que sí me atrevería a decir es que sus obras pueden tomarse como referente de ella.

Su prosa sobria y elegante, la manera de contar las historias que elegía contar, la deliciosa ironía con la que está impregnada las páginas de sus libros o los temas —algunos no exceptos de controversia— que abordaba en ellos me llevaron en algún momento a colocarlo en un pedestal del que todavía no me he decidido a bajarlo. Su amor a la literatura y su ambición por escribir libros diferentes lo empujaron siempre a llevar lejos su imaginación y a convertirlo a su vez en un prolífico autor. Solo esto explicaría que en su bibliografía, títulos como “El pecho”, en el que el protagonista se transforma en un seno gigante (¿guiño a Kafka y a Gógol?) que lucha entre la lujuria y la cordura, o “La conjura contra América”, en el que Lindbergh, héroe de la aviación mundial, vence a Roosevelt en las elecciones de 1940 y acaba negociando un “acuerdo” con Hitler, convivan con otros títulos más intimistas e introspectivos como “Némesis” o “Elegia”. Este último, por cierto, un brillante ejemplo de la destreza de Roth para construir ficciones: a través de las enfermedades que ha padecido su protagonista, de la cercanía de la muerte en determinados instantes de su vida, el autor cuenta la historia de un exitoso publicista de la ciudad de Nueva York que, en la recta final de sus días, se cuestiona la relación que ha mantenido con sus seres queridos. “Con esta historia, tan antigua como el género humano (…), Roth describe nuestra condición de seres perecederos”, escribió Guadalupe Nettel, hace ya algunos años, sobre esta extraordinaria novela.

Me tomo la licencia de mencionar que el título original en inglés de “Elegía” es Everyman.

A los pocos días de la muerte del escritor, Zadie Smith publicó un artículo en The New Yorker en el que, entre otras cosas interesantes sobre Roth, decía lo siguiente: “Para Roth la literatura no era una herramienta de ninguna clase. Era en sí misma el objeto de veneración. Amaba la ficción y (a diferencia de muchos escritores que no llegan a entregarse a fondo) nunca se avergonzó de ella. La amaba en su irresponsabilidad y en su comedia, en su vulgaridad y en su divina independencia. Nunca la confundió con otras cosas hechas de palabras, como las declaraciones de justicia social o rectitud personal, el periodismo o los discursos políticos, todos esenciales y necesarios para la vida que vivimos fuera de la ficción pero que en ningún caso son ficción, un medio que siempre debe permitirse, como esas otras formas a menudo no pueden, la posibilidad de expresar verdades íntimas e inoportunas”.

Quizá esa “posibilidad de expresar verdades íntimas e inoportunas”, de la que habla Smith, es de las cosas que más aprecio y me interesan en la obra de Roth.

He titulado estas notas “Dos años sin Roth”, pero bien pudiera haberlas llamado “Diez años sin Roth”, puesto que siempre me he tenido por un lector que gusta de separar la obra de la figura de su creador. Lo que pretendo decir es que, como lector, el Roth que de algún modo me interesaba dejó de existir antes que el Roth de carne y hueso. Y con lo anterior me estoy refiriendo, por supuesto, a la decisión voluntaria del autor de renunciar a escribir. “Némesis” se publicó en octubre de 2010 y, dos años después, Roth declaró en una entrevista para un medio francés, que esa sería su última novela. De modo que los lectores hemos pasado casi diez años sin que llegue a nuestras manos nuevo material del escritor. En cuanto a su determinación de dejar de escribir, aparte del revuelo que causó en el mundillo literario, en un principio a mí también me sobresaltó y me cogió desprevenido, pero como tantos otros, supuse que era un farol y que Roth tarde o temprano retornaría por sus fueros y volvería a publicar, porque, ¿cómo puede un pez sobrevivir fuera del agua? En fin, pensaba que como había sucedido antes con otros de sus colegas, acabaría no cumpliendo con su promesa. Me equivoqué. No fue así y sus lectores hemos tenido que aprender a sobrellevar ese silencio, desde hace dos años, ya definitivo.

Aunque, claro, siempre nos quedará el consuelo de la relectura de sus libros.