martes, 28 de octubre de 2014

Madrid, seis años después



El pasado sábado 18 de octubre, mientras holgazaneábamos en la cama, Irma me comentó que ese día cumplíamos seis años en Madrid.

Enseguida en mi cabeza se disparó un flash back y regresé a la fecha de nuestra llegada.

Habíamos arribado al aeropuerto de Barajas ligeros de equipaje pero cargados de enormes expectativas. Era también un día sábado. Aunque desde Caracas habíamos salido como turistas, la verdad es que nuestros planes incluían quedarnos. Sólo se lo habíamos confesado a nuestras familias y amigos más cercanos. Nos quedaríamos siempre y cuando se dieran las condiciones para hacerlo, es decir, que Irma consiguiera trabajo, puesto que era ella la que tenía pasaporte europeo.

Poco antes de viajar intuíamos que las primeras dos semanas iban a ser vertiginosas y cruciales. Y así fue. Aquellas dos semanas no paramos de hacer cosas y estuvimos tan activos que ni siquiera le dimos oportunidad al ignominioso jet lag de machacarnos.

Desde Caracas habíamos alquilado un piso de temporada con la finalidad que nos sirviera de centro de operaciones. Tuvimos la precaución de seleccionar uno que estuviera bien comunicado y dispusiera de servicio de internet. El domingo a la media noche ya teníamos un trecho importante recorrido: móvil con línea operativa y el currículo de Irma dado de alta en al menos tres webs de búsqueda de empleo. Ese mismo día, más temprano, nos habíamos reunido con una buena amiga, coterránea y excompañera de estudios, que llevaba algunos años viviendo en Madrid. Ella nos ayudó con consejos y tips que hicieron sentirse a Irma más segura.

Al día siguiente mi mujer aplicó a varias ofertas de trabajo de las webs en las que se había dado de alta. Esa misma semana empezarían a llamarla y acudimos a varias entrevistas. Antes que acabara nuestra segunda semana en Madrid, Irma ya se había empleado. El siguiente paso era encontrar un piso de alquiler definitivo y dejar el temporal que habíamos estado ocupando hasta entonces…

Echando una rápida mirada a los últimos seis años, no puedo más que decir que esta ciudad nos ha recibido con los brazos abiertos. Hemos conocido gente nueva, generosa y amable, alguna de las cuales consideramos ya amiga. Hemos tenido la oportunidad de crecer como profesionales y seres humanos. Hemos ganado en experiencia vital y calidad de vida… En fin, que después de seis años no exagero al declarar que aquellas expectativas con las que llegamos han sido grata e incontestablemente superadas.

Sé, y quizá no sea necesario ponerlo por escrito, que cada cual tiene una relación particular con la ciudad que habita... ¡La mía con Madrid ha sido y es excepcional!

La vida suele dar muchas vueltas, no hay nada más constante que el cambio, ya se sabe; mi vida en especial es un claro ejemplo de ello. Pero, ahora mismo, si alguien me lo pregunta, afirmaría sin titubear que esta es la ciudad en la que quiero envejecer y morir.

De modo que no me queda más que expresar: ¡mil gracias, Madrid!

lunes, 20 de octubre de 2014

Cuando nos domina la furia


Naufragar en el descontrol, dejarse arrastrar por la indignación, la rabia, sin reparar un segundo en las consecuencias.  Cargar con todo contra aquellos que nos han ofendido o nos han hecho daño. Abandonarse sin más en los seductores y deliciosos brazos de la furia… Son los vasos comunicantes que pueden apreciarse en las seis historias que cuenta Relatos Salvajes, la magnífica y explosiva película escrita y dirigida por Damián Szifrón.

En “Pasternak” (sí, como el premio Nobel ruso), lo que en principio pareciera una inverosímil casualidad, acaba convirtiéndose en la elaborada venganza de un desquiciado.  Dos desconocidos al volante coinciden en una solitaria carretera en “El más fuerte”; un hecho baladí se convierte en el detonante de una obstinada persecución que no puede acabar sino en tragedia. “Las ratas” cuenta el encuentro, años después, de una víctima con su victimario, en la que se incluye la intervención “divina” de una tercera parte, todo en un cutre y perdido restaurante de carretera. “Bombita” es el consabido enfrentamiento de un ciudadano común y desvalido contra la arrogante burocracia del todopoderoso Estado; sólo que esta vez el desvalido y común ciudadano es también un experto ingeniero de explosivos.  En “La propuesta”, la corrupción y la avaricia extorsionan a un pudiente pero desesperado padre de familia que intenta salvar a su hijo adolescente de la cárcel. Y, finalmente, la película cierra con broche de oro: “Hasta que la muerte nos separe”, que no es más que la irracional y desbocada reacción de una mujer enamorada al enterarse, el mismo día de su boda, de que su marido la engaña y encima ha tenido la desfachatez de invitar a su amante a la celebración.

Pese al dramatismo o tragedia de la mayoría de situaciones, es imposible no reírse (con una cierta risa nerviosa, claro) en algunos momentos de cuanto sucede en la pantalla. Aún luego de secuencias de incuestionable tensión. He allí la habilidad de Szifrón para marcar los ritmos de sus relatos. Se trata del más negro de los humores aderezado con suspenso, inteligencia e ironía.

Quizá en dos de las primeras historias, “Pasternak” y “El más fuerte”, al espectador le cueste un poco tomar partido, pero de allí en adelante no es difícil imaginárselo del lado del protagonista de turno, no importa los pocos ortodoxos métodos que utiliza para tomar su particular revancha. Mientras veía la película, no pude evitar ser seducido por la magnética y poderosa narrativa de Szifrón  (reforzada con maestría gracias a la música de Gustavo Santaolalla), sucumbiendo a la indignación, la rabia y la violencia que mueve a sus personajes, sobre todo en los relatos de “El más fuerte”, “Bombita” y “Hasta que la muerte nos separe”. ¡Y que quede claro que nunca he sido partidario de aquellos que se toman la justicia en propias manos! Todo lo contrario: desapruebo a quien lo hace y no me cansaré de criticar cualquier manifestación de este incivilizado comportamiento por más pequeña que sea. Pero en este caso se trataban de historias de ficción y, con un propósito exclusivamente terapéutico, me abandoné a las emociones.


Nadie es perfecto.