El pasado
sábado 18 de octubre, mientras holgazaneábamos en la cama, Irma me comentó
que ese día cumplíamos seis años en Madrid.
Enseguida en
mi cabeza se disparó un flash back y regresé a la fecha de nuestra llegada.
Habíamos
arribado al aeropuerto de Barajas ligeros de equipaje pero cargados de enormes expectativas.
Era también un día sábado. Aunque desde Caracas habíamos salido como turistas, la
verdad es que nuestros planes incluían quedarnos. Sólo se lo habíamos confesado
a nuestras familias y amigos más cercanos. Nos quedaríamos siempre y cuando se dieran
las condiciones para hacerlo, es decir, que Irma consiguiera trabajo, puesto
que era ella la que tenía pasaporte europeo.
Poco antes
de viajar intuíamos que las primeras dos semanas iban a ser vertiginosas y
cruciales. Y así fue. Aquellas dos semanas no paramos de hacer cosas y
estuvimos tan activos que ni siquiera le dimos oportunidad al ignominioso jet
lag de machacarnos.
Desde
Caracas habíamos alquilado un piso de temporada con la finalidad que nos
sirviera de centro de operaciones. Tuvimos la precaución de seleccionar uno que
estuviera bien comunicado y dispusiera de servicio de internet. El domingo a la
media noche ya teníamos un trecho importante recorrido: móvil con línea operativa
y el currículo de Irma dado de alta en al menos tres webs de búsqueda de
empleo. Ese mismo día, más temprano, nos habíamos reunido con una buena amiga, coterránea y excompañera
de estudios, que llevaba algunos años viviendo en Madrid. Ella nos ayudó con
consejos y tips que hicieron sentirse a Irma más segura.
Al día
siguiente mi mujer aplicó a varias ofertas de trabajo de las webs en las que se
había dado de alta. Esa misma semana empezarían a llamarla y acudimos a varias
entrevistas. Antes que acabara nuestra segunda semana en Madrid, Irma ya se
había empleado. El siguiente paso era encontrar un piso de alquiler definitivo
y dejar el temporal que habíamos estado ocupando hasta entonces…
Echando una
rápida mirada a los últimos seis años, no puedo más que decir que esta ciudad
nos ha recibido con los brazos abiertos. Hemos conocido gente nueva, generosa y
amable, alguna de las cuales consideramos ya amiga. Hemos tenido la
oportunidad de crecer como profesionales y seres humanos. Hemos ganado en
experiencia vital y calidad de vida… En fin, que después de seis años no
exagero al declarar que aquellas expectativas con las que llegamos han sido
grata e incontestablemente superadas.
Sé, y quizá
no sea necesario ponerlo por escrito, que cada cual tiene una relación
particular con la ciudad que habita... ¡La mía con Madrid ha sido y es
excepcional!
La vida
suele dar muchas vueltas, no hay nada más constante que el cambio, ya se sabe;
mi vida en especial es un claro ejemplo de ello. Pero, ahora mismo, si alguien
me lo pregunta, afirmaría sin titubear que esta es la ciudad en la que quiero
envejecer y morir.
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