Naufragar en el descontrol, dejarse arrastrar por la indignación, la rabia, sin reparar un segundo en las consecuencias. Cargar con todo contra aquellos que nos han ofendido o nos han hecho daño. Abandonarse sin más en los seductores y deliciosos brazos de la furia… Son los vasos comunicantes que pueden apreciarse en las seis historias que cuenta Relatos Salvajes, la magnífica y explosiva película escrita y dirigida por Damián Szifrón.
En “Pasternak” (sí, como el premio Nobel ruso), lo que en
principio pareciera una inverosímil casualidad, acaba convirtiéndose en la elaborada
venganza de un desquiciado. Dos
desconocidos al volante coinciden en una solitaria carretera en “El más
fuerte”; un hecho baladí se convierte en el detonante de una obstinada
persecución que no puede acabar sino en tragedia. “Las ratas” cuenta el encuentro,
años después, de una víctima con su victimario, en la que se incluye la
intervención “divina” de una tercera parte, todo en un cutre y perdido restaurante
de carretera. “Bombita” es el consabido enfrentamiento de un ciudadano común y desvalido
contra la arrogante burocracia del todopoderoso Estado; sólo que esta vez el
desvalido y común ciudadano es también un experto ingeniero de explosivos. En “La propuesta”, la corrupción y la
avaricia extorsionan a un pudiente pero
desesperado padre de familia que intenta salvar a su hijo adolescente de la
cárcel. Y, finalmente, la película cierra con broche de oro: “Hasta que la
muerte nos separe”, que no es más que la irracional y desbocada reacción de una
mujer enamorada al enterarse, el mismo día de su boda, de que su marido la
engaña y encima ha tenido la desfachatez de invitar a su amante a la
celebración.
Pese al dramatismo o tragedia de la mayoría de situaciones, es imposible no reírse (con una cierta risa nerviosa, claro) en algunos momentos de cuanto sucede en la pantalla. Aún luego de secuencias de incuestionable tensión. He allí la habilidad de Szifrón para marcar los ritmos de sus relatos. Se trata del más negro de los humores aderezado con suspenso, inteligencia e ironía.
Quizá en dos de las primeras historias, “Pasternak” y “El más fuerte”, al espectador le cueste un poco tomar partido, pero de allí en adelante no es difícil imaginárselo del lado del protagonista de turno, no importa los pocos ortodoxos métodos que utiliza para tomar su particular revancha. Mientras veía la película, no pude evitar ser seducido por la magnética y poderosa narrativa de Szifrón (reforzada con maestría gracias a la música de Gustavo Santaolalla), sucumbiendo a la indignación, la rabia y la violencia que mueve a sus personajes, sobre todo en los relatos de “El más fuerte”, “Bombita” y “Hasta que la muerte nos separe”. ¡Y que quede claro que nunca he sido partidario de aquellos que se toman la justicia en propias manos! Todo lo contrario: desapruebo a quien lo hace y no me cansaré de criticar cualquier manifestación de este incivilizado comportamiento por más pequeña que sea. Pero en este caso se trataban de historias de ficción y, con un propósito exclusivamente terapéutico, me abandoné a las emociones.
Nadie es perfecto.
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