martes, 13 de junio de 2017

La incertidumbre del dramaturgo ante el estreno


En ocasiones, durante un estreno, las preguntas que se hacen los actores antes de salir a escena son las mismas preguntas que retumban sin cesar en el interior de la cabeza del autor del texto —que aguarda en silencio en la oscuridad del patio de butacas— en el que se ha basado el espectáculo que está a punto de comenzar: ¿Le (me) gustará lo que hemos (han) hecho con su (mi) obra? ¿Estaremos (estarán) a la altura de los personajes que ha (he) creado? ¿Le (me) gustará en realidad este montaje? ¿Será estéticamente atractivo para él (mí)? ¿Habremos (habrán) respetado la esencia de la pieza?

Los nervios que atacan a ambos creadores en esos instantes, pese a ser muy distintos, quizás compartan una intensidad similar. Una vez un amigo actor me dijo que el día que dejara de sentir mariposas en el estómago antes de salir a escena, ése mismo día se plantearía dejar de actuar. Y parafraseando lo que dijo este querido amigo, también yo dejaré de asistir a los estrenos de los espectáculos basados en mis textos cuando dejen de producirme las expectativas que suelen producirme.

Entre las muchas bondades y misterios que conserva el teatro como disciplina de creación colectiva está el hecho que un mismo texto puede generar múltiples interpretaciones y por tanto una variedad casi infinita de puestas en escena. De manera tal que una misma pieza puede ser degustada en preparaciones y presentaciones diversas a lo largo de los años. Es lo que ocurre con algunas piezas emblemáticas o “clásicos” que están constantemente subiendo a escena. A la hora de dar forma a un espectáculo cuyo origen proviene de un texto, los grupos o compañías de teatro cuentan casi con la misma libertad creativa con la que un lector recrea en su imaginación el universo que habita en una novela.

Ya sé. Lo admito. Tal vez se me ha ido la pinza y he exagerado un poco con esta última afirmación, pero es para que el lector menos habituado en los misterios del teatro comprenda lo que intento decir.

Por ejemplo, Pieza para dos actores es una de mis obras de teatro más representadas. He tenido la fortuna de asistir o ver varios de sus montajes en distintas ciudades. Recuerdo con especial cariño y emoción tres de ellos: el de Montevideo (el primero, estrenado en abril de 2009; se mantuvo durante tres meses en cartelera y recibió muy buenos comentarios de público y la crítica especializada), que produjo la gente de Ilusionarios Teatro; el de NNC, estrenado en 2010, el texto fue traducido al gallego y llevado a escena en este mismo idioma en Santiago de Compostela y, finalmente, el que estuvo a cargo de la Corporación TECOC de Bello (Medellín) y que, desde su estreno en 2014, la agrupación repone en su sala cada cierto tiempo.

La pretensión de todo dramaturgo es escribir historias que acaben sobre los escenarios. Asistir al estreno de un espectáculo basado en uno de tus textos en el que solo participas como autor, que nada tienes que ver con la producción más allá de haber contribuido con el texto, es de las cosas más maravillosas que pueden ocurrirle a un autor teatral. Por eso, cada vez que en cualquier lugar del mundo sube a escena una de mis obras, alzo la copa y digo ¡a su salud!

Por estas fechas un nuevo montaje de Pieza para dos actores hace temporada en Madrid (para los interesados: se titula El cuarto y estará todos los domingos de junio en la Sala NAO 8, calle Nao, 8, a las 20.30 horas). Esta vez los papeles de los personajes (Lucía y Antonio) recaen sobre las excelentes interpretaciones de Silvia Campos y Antonio Escamez, bajo una más que interesante —e inquietante— puesta en escena de Omar Morán. He de aclarar que Silvia se había enfundado ya en la piel de Lucía en una producción anterior que se estrenó en la Sala Vargas Calvo del Teatro Nacional de San José de Costa Rica en 2011. Lamentablemente no pude asistir a la temporada de este montaje pero sé de buena fuente que se mantuvo dos meses en cartelera y que también recibió muy buenos comentarios de público y crítica.

Aparte de las estupendas actuaciones y de la inquietante y sórdida atmósfera que ha conseguido crear el equipo artístico, lo que más me ha sorprendido de este último montaje de mi obra es que ha despertado en mí la sensación de reencontrarme con el texto que pergeñé hace casi treinta años. Quizá sea justo esto lo que me ha impulsado hoy a escribir y compartir esta nota en mi blog. Me explico. Hasta la fecha los montajes de Pieza para dos actores de los que he tenido noticia se han llevado a escena siempre en el formato de comedia. Como ya he argumentado antes, al principio de esta nota, algo por demás válido, lícito, que funciona. Totalmente plausible. Sin embargo, El cuarto se aleja de estos registros y ha apostado por una puesta en escena más inquietante y sórdida que, he de ser honesto y confesarlo, se acerca más a la lectura de aquel texto de 1989.

Una vez más la magia y los misterios del teatro han vuelto a materializarse sobre un escenario. Una vez más me dejan sorprendido. Aunque, desde luego, todo lo anterior no pasa de ser la mera impresión, apreciación u opinión personal del autor del texto. Que quede claro.