En ocasiones, durante un estreno, las preguntas que se
hacen los actores antes de salir a escena son las mismas preguntas que retumban
sin cesar en el interior de la cabeza del autor del texto —que aguarda en silencio en la oscuridad del
patio de butacas— en el que se ha basado el espectáculo que está a punto de
comenzar: ¿Le (me) gustará lo que hemos (han) hecho con su (mi) obra?
¿Estaremos (estarán) a la altura de los personajes que ha (he) creado? ¿Le (me) gustará en realidad este montaje? ¿Será estéticamente atractivo para él (mí)? ¿Habremos
(habrán) respetado la esencia de la pieza?
Los nervios que atacan a ambos creadores en esos instantes,
pese a ser muy distintos, quizás compartan una intensidad similar. Una vez un amigo actor me dijo que el día que dejara de sentir mariposas en el estómago
antes de salir a escena, ése mismo día se plantearía dejar de actuar. Y parafraseando
lo que dijo este querido amigo, también yo dejaré de asistir a los estrenos de
los espectáculos basados en mis textos cuando dejen de producirme las expectativas
que suelen producirme.
Entre las muchas bondades y misterios que conserva el
teatro como disciplina de creación colectiva está el hecho que un mismo texto
puede generar múltiples interpretaciones y por tanto una variedad casi infinita
de puestas en escena. De manera tal que una misma pieza puede ser degustada en
preparaciones y presentaciones diversas a lo largo de los años. Es lo que
ocurre con algunas piezas emblemáticas o “clásicos” que están constantemente subiendo
a escena. A la hora de dar forma a un espectáculo cuyo origen proviene de un
texto, los grupos o compañías de teatro cuentan casi con la misma libertad
creativa con la que un lector recrea en su imaginación el universo que habita en una novela.
Ya sé. Lo admito. Tal vez se me ha ido la pinza y he
exagerado un poco con esta última afirmación, pero es para que el lector menos
habituado en los misterios del teatro comprenda lo que intento decir.
Por ejemplo, Pieza
para dos actores es una de mis obras de teatro más representadas. He tenido
la fortuna de asistir o ver varios de sus montajes en distintas ciudades.
Recuerdo con especial cariño y emoción tres de ellos: el de Montevideo (el
primero, estrenado en abril de 2009; se mantuvo durante tres meses en cartelera
y recibió muy buenos comentarios de público y la crítica especializada), que
produjo la gente de Ilusionarios Teatro; el de NNC, estrenado en 2010, el texto fue traducido al gallego y llevado a escena en este mismo idioma en Santiago de
Compostela y, finalmente, el que estuvo a cargo de la Corporación TECOC de Bello
(Medellín) y que, desde su estreno en 2014, la agrupación repone en su sala
cada cierto tiempo.
La pretensión de todo dramaturgo es escribir historias que
acaben sobre los escenarios. Asistir al estreno de un espectáculo basado en uno
de tus textos en el que solo participas como autor, que nada tienes que ver con
la producción más allá de haber contribuido con el texto, es de las cosas más
maravillosas que pueden ocurrirle a un autor teatral. Por eso, cada vez que en cualquier
lugar del mundo sube a escena una de mis obras, alzo la copa y digo ¡a su
salud!
Por estas fechas un nuevo montaje de Pieza para dos actores hace temporada en Madrid (para los
interesados: se titula El cuarto y estará
todos los domingos de junio en la Sala NAO 8, calle Nao, 8, a las 20.30 horas).
Esta vez los papeles de los personajes (Lucía y Antonio) recaen
sobre las excelentes interpretaciones de Silvia Campos y Antonio Escamez, bajo una
más que interesante —e inquietante— puesta en escena de Omar Morán. He de
aclarar que Silvia se había enfundado ya en la piel de Lucía en una producción
anterior que se estrenó en la Sala Vargas Calvo del Teatro Nacional de San José de Costa Rica en 2011.
Lamentablemente no pude asistir a la temporada de este montaje pero sé de buena
fuente que se mantuvo dos meses en cartelera y que también recibió muy buenos
comentarios de público y crítica.
Aparte de las estupendas actuaciones y de la inquietante y
sórdida atmósfera que ha conseguido crear el equipo artístico, lo que más me ha
sorprendido de este último montaje de mi obra es que ha despertado en mí la sensación de reencontrarme con el texto
que pergeñé hace casi treinta años. Quizá sea justo esto lo que me ha impulsado
hoy a escribir y compartir esta nota en mi blog. Me explico. Hasta la fecha los
montajes de Pieza para dos actores de
los que he tenido noticia se han llevado a escena siempre en el formato de comedia.
Como ya he argumentado antes, al principio de esta nota, algo por demás válido,
lícito, que funciona. Totalmente plausible. Sin embargo, El
cuarto se aleja de estos registros y ha apostado por una puesta en escena
más inquietante y sórdida que, he de ser honesto y confesarlo, se acerca más a
la lectura de aquel texto de 1989.
Una vez más la magia y los misterios del teatro han
vuelto a materializarse sobre un escenario. Una vez más me dejan sorprendido. Aunque,
desde luego, todo lo anterior no pasa de ser la mera impresión, apreciación u
opinión personal del autor del texto. Que quede claro.