sábado, 31 de enero de 2009

Lugares comunes


Tengo un par de amigos a quienes les incomodan los lugares comunes. Aunque pensándolo bien, los efectos que los lugares comunes producen en ellos se acercarían más a las expresiones siguientes: les aterra, les da pavor, les causa pánico, animadversión...

Para ellos un lugar común es una especie de blasfemia, una hiedra que se adhiere a la obra y a la velocidad del rayo va cubriéndola con sus ramas hasta abrazarla por completo y por fin asfixiarla. Me cuentan, con la exageración natural del escritor, que mientras trabajan o leen un libro y sienten a la distancia el olor de un lugar común, apagan la computadora o cierran el libro y echan a correr.

Pero, ¿puede escribirse hoy en día con semejante temor a los lugares comunes cuando las historias de tanto contarlas se han agotado?

Recuerdo que a finales de los ochenta escuché una vieja canción que me encantó, una de esas rarezas que uno sólo se encuentra de tanto en tanto. La historia que se contaba en ella me pareció en extremo original y de paso muy cortazariana. Enseguida dije para mis adentros, “algún día escribiré algo basado en este tema”. Los años discurrieron como liebres, anduve de aquí para allá y de allá para acá, sin embargo, el azar me permitió cumplir con aquella promesa: “Cartas para Celia”, relato que aparece en mi libro Mensajes en la pared, viene a ser su materialización.

Tiempo después, a principio de la década de dos mil, compré un par de novelas de Milan Kundera, autor cuya obra me impuse casi como una obligación leer a partir de La insoportable levedad del ser. Mientras me adentraba más y más en la lectura de una de aquellas novelas de Kundera (no voy a mencionar su título para azuzar la curiosidad del lector) iba descubriendo más y más que las historias que a veces creemos originales no son tales y que los seres humanos, no importa en la latitud-longitud del globo terráqueo donde les haya tocado nacer, en cuestiones de sentimientos y emociones, tienden a comportarse o reaccionar más o menos de forma parecida. ¿Cómo si no llegamos a identificarnos con las historias que otros nos cuentan?

En fin. La canción que creí muy original —que hasta me empujó a escribir un relato corto— y la novela de Kundera se asemejaban tanto en sus anécdotas que cualquiera hubiera jurado que uno le había robado, o copiado, la idea al otro. Una cosa si bien no imposible sí bastante descabellada. No obstante, esas coincidencias suelen ocurrir con mayor frecuencia de lo que el común de la gente piensa que ocurren. Y aún más si nos enfocamos en los entornos creativos. Picasso y Braque, por ejemplo, inventaron el cubismo casi al mismo tiempo y antes de llegar a trabajar juntos, sin conocer uno lo que había estado haciendo el otro, por “pura casualidad”. Bueno, esto sólo es un decir (por eso lo he entrecomillado), puesto que ambos eran grandes admiradores de la obra de Cezanne.

Desde entonces, en mi caso particular, dejaron de molestarme los lugares comunes y comencé a preocuparme más por la manera cómo se abordaban las historias en los libros que leía, en lugar de abocar toda mi atención a la historia que se contaba. Es decir, desde entonces empezó a interesarme más la forma que el fondo. Por supuesto sigo creyendo que el fondo de cualquier relato es importante, pero definitivamente no es lo más importante, puesto que una buena obra es más que la suma de sus partes. Una historia mil veces contada puede aguantar otras mil veces más de narración (y creo que más aún), siempre y cuando la manera de narrarla aporte alguna novedad, alguna diferencia significativa con sus predecesoras. O que simplemente hinque sus dientes sin compasión ni titubeos en la condición humana, una característica a la que cada vez más le doy importancia cuando leo una buena historia.

No olvidemos que el miedo a los lugares comunes entre los escritores, desde hace ya bastante, se ha convertido también, en sí mismo, en un lugar común.

jueves, 15 de enero de 2009

Cambios


“El cambio es lo único constante” o “el cambio es lo único que permanece” son expresiones muy familiares para mí, que he escuchado recurrentemente a lo largo de mi vida, en especial en los últimos años que me dediqué a la informática. Eran los tiempos de “¿Quién se ha llevado mi queso?”, un libro que llegó a mis manos a través de distintas vías (internet, jefes, amigos y unos cuantos desconocidos) y que terminé odiando, entre otras cosas, porque era el predilecto de los facilitadores de los talleres con los que a veces los departamentos de recursos humanos de las grandes corporaciones suelen torturar a los empleados.

Eran también los tiempos en que la gente de IT veníamos de un largo proceso —nada sencillo, por cierto— de cambios aplicados en el hardware y software que usaban las compañías con el objeto de prevenirlas contra los desastres del efecto Y2K o Año 2000, ¿recuerdan? Años de duro trabajo y profundas transformaciones... De modo que ¿quién mejor que un informático para saber ponderar el significado de la palabra cambio?

En aquella época y en cualquier otra.

Y tras cada cambio es indispensable la necesaria transición, el breve o largo período de adaptación mientras las cosas van tomando su lugar, van ocupando el espacio que les corresponde, se van ajustando, amoldando al nuevo orden que impone el propio cambio. Sin este necesario período cualquier otro cambio que ocurra enseguida es probable que no pueda ser asimilado o aprovechado en su totalidad. Es así como la transición forma también parte inseparable del cambio, su vital compañera.

En mi vida he experimentado muchos cambios, la mayoría buscados, porque para bien o para mal soy de los que no pueden estarse quietos por mucho tiempo en un mismo lugar. Así cuando en casa todos creían que estudiaría una carrera relacionada con las artes, escogí Ingeniería en Informática. Apenas me gradué, busqué salir de casa, y aunque esto no se dio de inmediato, sí terminó dándose un par de años después de comenzar a ser “económicamente activo”. Otra ciudad, otros aires, otras oportunidades para el cambio. En mi trabajo siempre me mantuve cambiando, bien fuera de aplicación a la que daba soporte o de cargo en la organización que pagaba mi sueldo. Incluso, a mediados de los noventa, formé parte de un equipo de reingeniería (término que la mayoría de empleados no relacionaba con el cambio sino con los despidos) que propuso modificaciones significativas en los procedimientos y sistemas de logística y atención al cliente de la empresa que, a su vez, generaron innumerables modificaciones en las aplicaciones a las que daba soporte el departamento de IT. Fue sin duda una de las etapas más activas de mi vida profesional, en la que más he trabajado y aprendido —aprendido no sólo cosas técnicas, sino una especie de filosofía para resolver problemas, o intentar resolverlos, desde luego—. En la adolescencia milité en una fracción estudiantil del partido comunista, hice teatro y practiqué un apostolado en un barrio de esos que llaman de “estrato social bajo”, pero donde consolidé muchos de los principios que me han guiado hasta el día de hoy. De adulto trabajé para una corporación trasnacional y he invertido (ganado y perdido) en los mercados bursátiles internacionales. A los treinta me casé cuando llevaba toda mi vida diciendo que nunca lo haría; he cambiado varias veces de lugar de residencia; abrí, mantuve y cerré mucho después un club de video en el que pretendía (ingenuamente, claro está) popularizar algunas obras maestras del Séptimo Arte; y a principio de esta década, decidí colgar mi título de ingeniero y retomar mi carrera literaria que había interrumpido años antes por ese deseo irreprimible que me empuja a los brazos del cambio.

Hace poco, junto a mi esposa, he emprendido otro proceso de cambio; apenas ahora estamos en el período de transición del que he hablado líneas arriba: el tiempo de observar y dejarse llevar, de adaptarse. Sin embargo, estoy seguro de que los cambios no se detendrán, seguirán sucediéndose en mi vida como hasta ahora, y yo continuaré abriendo mi puerta, cediéndoles el paso y dándoles la bienvenida... Bien con una sonrisa en el rostro o con una mueca que se le parezca; bien para estar arriba o bien para estar abajo... Nunca se sabe... La vida es demasiado corta para vivir todas las vidas que a uno le agradaría vivir...

martes, 13 de enero de 2009

Premio de cuento para jóvenes autores

Además de un joven autor en vías de consolidar su carrera como narrador (su último libro y primera novela, La huella del bisonte, Grupo Editorial Norma, 2008, fue acogido de manera entusiasta por un nutrido grupo de lectores), Héctor Torres es un fervoroso promotor de la literatura venezolana.

Desde ese rincón necesario como lo es Ficción Breve Venezolana, lleva años difundiendo la obra de autores de distintas generaciones y gracias a su boletín informativo, que distribuye semanalmente a través del email, mantiene a muchos al tanto de los eventos relacionados con la presentación de libros y otras actividades que tienen que ver con el entorno editorial del país.

También, junto a la reconocida escritora Ana Teresa Torres, cada año, bajo el patrocinio del PEN Venezuela y la Alcaldía de Chacao, organiza el evento Semana de la Nueva Narrativa Urbana, que en sus tres primeras ediciones ha tenido muy buena acogida de público.

Creo que seguramente gran parte de los miembros de las nuevas generaciones (y de las viejas también, desde luego) han hecho, por una u otra razón, contacto con Héctor y que de cierta manera tengan que agradecerles algo (yo por ejemplo, me incluyo en esa larga lista; la de las nuevas generaciones, se entiende) debido a su entrega y desprendimiento en esa labor de difusión de la que he venido hablando.

Quizá por este motivo la Policlínica Metropolitana de Caracas le ha encargado la responsabilidad de coordinar su joven premio de cuentos para jóvenes autores que en este año arriba a su tercera edición.

A continuación reproduzco, tal y como me las ha hecho llegar el propio Héctor, las bases para los interesados, y como siempre, recomiendo leerlas con detenimiento antes de enviar cualquier material para que luego no haya “sorpresas inesperadas”.

BASES COMPLETAS

La Policlínica Metropolitana convoca al PREMIO DE CUENTO "POLICLÍNICA METROPOLITANA" PARA JÓVENES AUTORES, en su tercera edición (2009).

La Policlínica Metropolitana ha instituido este premio como un reconocimiento a los jóvenes talentos venezolanos en el arte de la escritura. Con este premio se pretende promocionar y estimular la alta creación juvenil y enriquecer el patrimonio cultural escrito.

Los autores que concursen deberán regirse por las siguientes

B A S E S

1.- Podrán participar todos los autores venezolanos, o extranjeros residenciados en el país, menores de 40 años.

2.- Se admitirá un sólo cuento por autor, de tema libre, los cuales deberán ser originales, inéditos y escritos en lengua española, con extensión comprendida entre las cinco (5) y las veinticinco (25) cuartillas, a doble espacio e impresas por una sola cara. Los textos participantes deberán ser inéditos, no premiados anteriormente ni comprometidos en otro concurso o publicación.

3.- Se otorgará un 1er. premio de Bs.F. 6.000, un 2do. premio de Bs.F. 3.000 y un 3er. premio de Bs.F. 1.500. El jurado podrá otorgar, además, las menciones que considere necesarias.

4.- Los cuentos participantes serán recibidos hasta el 15 de febrero de 2009. El veredicto se dará a conocer el 15 de abril de ese año, fecha en que se precisará el día del acto de premiación. Un número limitado de cuentos podría resultar con menciones honoríficas, a consideración del jurado, con opción a ser publicados junto con el cuento ganador, sin que ello implique ninguna retribución monetaria para los autores. Policlínica Metropolitana se reserva el derecho de publicación y explotación de las obras premiadas, así como el de las menciones honoríficas, en cualquier forma y modalidad, dentro y fuera del territorio nacional, sin limitación alguna. En consecuencia, el ganador, los premiados y aquellos con posibles menciones honoríficas, cederán a Policlínica Metropolitana los derechos para editar, publicar y comercializar las obras, en un número limitado de ejemplares y por un plazo máximo de cinco (5) años, contados a partir de la fecha del concurso, aunque se trate de una coedición.

5.- Los premios serán indivisibles y no podrán ser declarados desiertos.

6.- Los textos participantes se enviarán con seudónimo, en cuadruplicado, a la siguiente dirección: Junta Directiva, Sótano 2, Policlínica Metropolitana, Calle A-1, Urbanización Caurimare, Caracas, 1060. En sobre aparte se colocarán el nombre del cuento, el seudónimo y los datos completos del autor (nombre, dirección, CI, teléfono, correo y un breve CV literario). También podrán participar enviando al correo electrónico: concursodecuentos@pcm.com.ve y un archivo adjunto con el cuento en word, y otro con los datos del autor.

7.- El jurado del concurso estará integrado por los escritores Ednodio Quintero, Alberto Barrera Tyzska y Krina Ber.

8.- Todo lo no estipulado en estas bases será resuelto por el Comité Organizador.

9.- Los ganadores se comprometen a participar personalmente en la ceremonia de entrega del premio, actos de presentación y promoción de su obra. Los autores ganadores y aquellos con menciones honoríficas autorizarán a los organizadores del premio utilizar su nombre e imagen con fines promocionales.

10.- No podrán participar aquellas personas que trabajen en la Policlínica Metropolitana, C. A., ni en sus empresas filiales.

viernes, 9 de enero de 2009

¿Spiderman en los billetes de un dólar?


Algunos conocen sobre mi debilidad hacia los cómic (en especial The Amazing Spider-man), así que al toparme esta mañana con esta nota en el diario El País, no pude evitar la tentación de hacer la referencia en mi blog. En la imagen de arriba, con su particular sentido del humor, Spidy le dice a Obama: “Hey, if you set to be in my cover, can I be on the dollar bill?”. Cosas de Spidy...

martes, 6 de enero de 2009

A ver si no es demasiado tarde...

Ayer por la tarde se realizó en Madrid la tradicional Cabalgata de los Reyes Magos. Este año la propuesta del Área de Las Artes de Madrid para la Cabalgata tomó como argumentación a la naturaleza y es quizá una buena ocasión para subir el video que ahora pongo a disposición de los cibernautas que caen por error o les gusta pasearse de tanto en tanto por estos espacios. Tal vez algunos ya lo han visto porque lleva tiempo recorriendo la internet. Pero nunca está demás redundar sobre el asunto: es un hecho que nos atañe a todos y diariamente hay que reflexionar y actuar en la medida de nuestras posibilidades sobre él... A ver si no es demasiado tarde...