Antes de empezar a consumir literatura, fueron los cómics los que en cierta forma sosegaron mis inquietudes de lector.
En mi infancia, durante la segunda mitad de la década del setenta, los cómics vivían una especie de edad dorada, una inusitada explosión que se manifestaba en el hecho de que sus coloridas portadas tapizaran la mayoría de kioscos o puestos de revistas de la ciudad.
Confieso que mi aversión a salir de compras es anterior a esta época, sin embargo, los domingos me llenaba de valor y solía inmolarme por unas cuantas horas para acompañar a mamá al mercado y ayudarla con las bolsas de la compra. ¿La razón? Al final del recorrido obtenía mi recompensa: me apostaba frente a uno de los kioscos mejor surtido del Barquisimeto de entonces, a mirar las portadas de los nuevos números de mis héroes, porque, siempre y cuando su continuamente vapuleado presupuesto se lo permitiera, mamá consentía en comprarme un ejemplar del cómic que yo eligiera.
En el trascurso de la semana no hacía otra cosa que pensar en aquel instante del domingo. Era subyugante y a la vez desolador. Puesto que sólo podía elegir uno entre innumerables opciones. Kalimán, Spiderman, Arandú, Águila Solitaria, Tamakún, El Santo, Martín Valiente, Los tres Villalobos, Starman, Varim... Eran seriados de historietas, de tirada o frecuencia semanal, que se hallaban en el segmento más popular del mercado, por lo general impresos en sepia —sólo en sus portadas estallaba de manera voluptuosa el color— y cuyos creadores, a excepción de Spiderman, claro, eran de origen cubano o mexicano. Mi elección, casi invariablemente, se inclinaba por Kalimán, El hombre increíble.
Quizá en el fondo todo se reduzca a una cuestión de fidelidad.
El primer cómic de su tipo que cayó en mis manos fue Kalimán. Por entonces era un niño de ocho años. No exagero al decir que me cautivó enseguida. Como héroe, Kalimán me resultó sumamente atractivo: un hombre con asombroso dominio de su mente, con arraigados principios de justicia, que prefería usar la razón antes que la violencia; siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara, en especial si se trataba de una bonita y desvalida mujer. Dos de sus habilidades, cuando las ponía en práctica, solían dejarme atónito: una llamada “actus mortis”, en la que conseguía reducir al mínimo o paralizar sus signos vitales para hacerse el muerto; y la otra, una especie de desdoblamiento o trasmigración sin receptor en la que su mente abandonaba su cuerpo y podía desplazarse a cualquier lugar. En ambos actos, por supuesto, ponía en riesgo su vida.
Recuerdo que la primera aventura, la que me ató al personaje, llevaba por nombre “El valle de los vampiros”. En ella Kalimán, y su inseparable amigo Solín, eran perseguidos por la Scotland Yard al ser considerados principales sospechosos en el asesinato de un coleccionista privado y en el robo de una costosísima esmeralda. La víctima había sido amiga de Kalimán. Al tratar de aclarar el entuerto, “El hombre increíble” termina enfrentándose al conde Bartok, un vampiro que hace de las suyas en un pueblo de Inglaterra.
Como toda buena historia, las aventuras de Kalimán tenían grandes dosis de misterio, peligro y suspenso; atractivos argumentos y personajes de enorme complejidad. Podían ocurrir en una ciudad cosmopolita como Londres, o en una húmeda selva de la Amazonia; en el caluroso desierto del Sahara, o en las heladas llanuras del polo sur. Además de ser un viajero constante, Kalimán poseía gran conocimiento en casi todas las disciplinas del saber: química, física, matemática, geografía, historia, filosofía, artes marciales, y también un poco, o bastante, en parasicología y ciencias ocultas. Hablaba varios idiomas y dialectos —podía incluso comunicarse con los animales—, aunque siempre lo leyéramos en español. A veces tenía que echar mano del diccionario, o de un atlas, o de una enciclopedia para no sentirme desubicado mientras leía un nuevo capítulo.
Más tarde me enteraría de que el origen de Kalimán no había sido de papel, sino de aire, en las ondas hertzianas, en la época de oro de la radiodifusión mexicana. Su avasallante éxito en la radio, como luego su adaptación a historietas, lo repetiría en 1972 en el cine, con una película de la que más adelante se filmaría una secuela.
La fuerza narrativa, expresiva, de Kalimán, El hombre increíble, sin duda contribuyó con mi gusto de echar a volar la imaginación, y allanaría el camino para lo que vendría poco después: mis lecturas de Cortázar, Kafka, Camus, Gabriel García Márquez y Borges... pero, como se suele decir, esa es otra historia...
*La imagen corresponde al número 14 de la edición original mexicana, y al número 4 de la edición colombiana, que fue la que llegó a mis manos y que tuve ocasión de coleccionar. Mientras que la edición mexicana fue lanzada en noviembre de 1965, la colombiana apareció poco más de diez años después, en enero de 1976. En México, el cómic se publicó durante 26 años ininterrumpidos, hasta 1991. En Colombia, hasta 1999.
En mi infancia, durante la segunda mitad de la década del setenta, los cómics vivían una especie de edad dorada, una inusitada explosión que se manifestaba en el hecho de que sus coloridas portadas tapizaran la mayoría de kioscos o puestos de revistas de la ciudad.
Confieso que mi aversión a salir de compras es anterior a esta época, sin embargo, los domingos me llenaba de valor y solía inmolarme por unas cuantas horas para acompañar a mamá al mercado y ayudarla con las bolsas de la compra. ¿La razón? Al final del recorrido obtenía mi recompensa: me apostaba frente a uno de los kioscos mejor surtido del Barquisimeto de entonces, a mirar las portadas de los nuevos números de mis héroes, porque, siempre y cuando su continuamente vapuleado presupuesto se lo permitiera, mamá consentía en comprarme un ejemplar del cómic que yo eligiera.
En el trascurso de la semana no hacía otra cosa que pensar en aquel instante del domingo. Era subyugante y a la vez desolador. Puesto que sólo podía elegir uno entre innumerables opciones. Kalimán, Spiderman, Arandú, Águila Solitaria, Tamakún, El Santo, Martín Valiente, Los tres Villalobos, Starman, Varim... Eran seriados de historietas, de tirada o frecuencia semanal, que se hallaban en el segmento más popular del mercado, por lo general impresos en sepia —sólo en sus portadas estallaba de manera voluptuosa el color— y cuyos creadores, a excepción de Spiderman, claro, eran de origen cubano o mexicano. Mi elección, casi invariablemente, se inclinaba por Kalimán, El hombre increíble.
Quizá en el fondo todo se reduzca a una cuestión de fidelidad.
El primer cómic de su tipo que cayó en mis manos fue Kalimán. Por entonces era un niño de ocho años. No exagero al decir que me cautivó enseguida. Como héroe, Kalimán me resultó sumamente atractivo: un hombre con asombroso dominio de su mente, con arraigados principios de justicia, que prefería usar la razón antes que la violencia; siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara, en especial si se trataba de una bonita y desvalida mujer. Dos de sus habilidades, cuando las ponía en práctica, solían dejarme atónito: una llamada “actus mortis”, en la que conseguía reducir al mínimo o paralizar sus signos vitales para hacerse el muerto; y la otra, una especie de desdoblamiento o trasmigración sin receptor en la que su mente abandonaba su cuerpo y podía desplazarse a cualquier lugar. En ambos actos, por supuesto, ponía en riesgo su vida.
Recuerdo que la primera aventura, la que me ató al personaje, llevaba por nombre “El valle de los vampiros”. En ella Kalimán, y su inseparable amigo Solín, eran perseguidos por la Scotland Yard al ser considerados principales sospechosos en el asesinato de un coleccionista privado y en el robo de una costosísima esmeralda. La víctima había sido amiga de Kalimán. Al tratar de aclarar el entuerto, “El hombre increíble” termina enfrentándose al conde Bartok, un vampiro que hace de las suyas en un pueblo de Inglaterra.
Como toda buena historia, las aventuras de Kalimán tenían grandes dosis de misterio, peligro y suspenso; atractivos argumentos y personajes de enorme complejidad. Podían ocurrir en una ciudad cosmopolita como Londres, o en una húmeda selva de la Amazonia; en el caluroso desierto del Sahara, o en las heladas llanuras del polo sur. Además de ser un viajero constante, Kalimán poseía gran conocimiento en casi todas las disciplinas del saber: química, física, matemática, geografía, historia, filosofía, artes marciales, y también un poco, o bastante, en parasicología y ciencias ocultas. Hablaba varios idiomas y dialectos —podía incluso comunicarse con los animales—, aunque siempre lo leyéramos en español. A veces tenía que echar mano del diccionario, o de un atlas, o de una enciclopedia para no sentirme desubicado mientras leía un nuevo capítulo.
Más tarde me enteraría de que el origen de Kalimán no había sido de papel, sino de aire, en las ondas hertzianas, en la época de oro de la radiodifusión mexicana. Su avasallante éxito en la radio, como luego su adaptación a historietas, lo repetiría en 1972 en el cine, con una película de la que más adelante se filmaría una secuela.
La fuerza narrativa, expresiva, de Kalimán, El hombre increíble, sin duda contribuyó con mi gusto de echar a volar la imaginación, y allanaría el camino para lo que vendría poco después: mis lecturas de Cortázar, Kafka, Camus, Gabriel García Márquez y Borges... pero, como se suele decir, esa es otra historia...
*La imagen corresponde al número 14 de la edición original mexicana, y al número 4 de la edición colombiana, que fue la que llegó a mis manos y que tuve ocasión de coleccionar. Mientras que la edición mexicana fue lanzada en noviembre de 1965, la colombiana apareció poco más de diez años después, en enero de 1976. En México, el cómic se publicó durante 26 años ininterrumpidos, hasta 1991. En Colombia, hasta 1999.
4 comentarios:
Epa, doctor… También soy fanático de los comics. Pero en estos recientes años, me he hecho super fan de las mangas japonesas. Hay unas joyas que ni te imaginas. Yo los considero los Dostoievsky modernos, ya que los “mangakas” o escritores de mangas deben publicar un capítulo semanal, como hiciera Fiodor. Igual que el ruso, los grandes logran producir un cuerpo de trabajo extenso y redondo…
Para más prueba un botón: estaba leyendo la excelente “Death Note” publicada por Kana. Si la consigues, no dudes. La puedes bajar por internet traducida al español. Este año sale la película, hecha en Japón, que seguramente también devoraré.
Saludos.
hey, vicente: gracias por la recomendación. interesante símil ese de los folletines del siglo xix con los cómics y las mangas japonesas... como para escribir un artículo, ¿no?
me lo voy a pensar...
saludos
El cómic más antiguo que recuerdo que pasó por mis manos fue uno de Kaliman.fue agradable volver a saber del superheroe mejicano.
Totalmente de acuerdo con el comentario de Vicente sobre el Manga japonés.
Amigos, que mejor historieta que Kalimán, a mi tambien influenció mucho en mi vida.
Para todos los que no la tienen en papel sepia como yo no la tengo, se las puedo proporcionar en pdf, solo escribanme a angino_21@hotmail.com
Que gustoso le proporcionaré el link de descarga, solo pido dos cosas: su lugar de residencia (por curiosidad) y evitar denunciarme al servidor donde lo alojo. Si puedes cumplir con estos pequeños requerimientos estaré esperando tu mensaje.
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