martes, 14 de diciembre de 2021

Un funambulista en la sima

 


Decía Zygmunt Bauman que el camino a la identidad es un interminable campo de batalla entre el deseo de libertad y la demanda de seguridad, ya que libertad y seguridad son conceptos que se contraponen y excluyen mutuamente. ¿Cómo podría un funambulista escapar de sus miedos y obsesiones, y sentirse por entero realizado (liberado), sabiendo que cuenta con una red que lo protege de la caída?

Mientras realizaba la lectura de “Ser gato”, esa especie de artefacto literario que el escritor Edgar Borges ofrece ahora a sus lectores, gracias a una cuidada edición de Altamarea Ediciones con ilustraciones de Fría Aguilar, venía de manera constante a mis pensamientos esta contraposición entre libertad y seguridad de la que hablaba Bauman; además de dos proezas artísticas que en su momento me impactaron profundamente: el largo poema de Blaise Cendrars, “Prosa del transiberiano y de la pequeña Juana de Francia”, y la hazaña que la mañana del 7 de agosto de 1974 realizara Philippe Petit, para asombro del mundo: cruzar caminando sobre un cable la distancia entre las azoteas de las Torres Gemelas del World Trade Center en la ciudad de Nueva York.

¿Por qué? Es lo que pretendo ventilar en estas notas.

En su nuevo libro, Edgar Borges nos presenta a un personaje que emprende una quijotesca cruzada contra sí mismo en su afán por liberarse de las cadenas que lo mantienen atado a una vida que descubre de pronto que no le satisface. Y no hay mayor posibilidad de combate que la que se produce contra uno mismo, según Juan Mayorga. Este personaje, que es también el narrador del libro, se siente rehén de un sistema que comenzó a sembrar barrotes a su alrededor desde la infancia, continúo haciéndolo en la escuela y aceleró y afianzó la construcción de esta peculiar cárcel en su adultez a medida que iba adquiriendo más responsabilidades y formando parte más activa, consciente o no, del propio sistema. Su deseo de liberación es tal que anhela convertirse en gato. Un simbolismo que refleja a la perfección la identidad que ambiciona alcanzar porque, ¿qué otra criatura doméstica o más cercana al ser humano representa mejor la libertad que un gato? Su autosuficiencia y postura indiferente o rebelde ante su supuesto amo lo hacen, junto a su sigilo, la criatura doméstica más próxima a lo salvaje. A propósito de esto, Carlos Monsivais solía decir que acariciar el lomo de un gato era como acariciar el lomo de un tigre.

Por otro lado, “Ser gato” es un libro inclasificable. De allí que me refiera a él como artefacto literario. Su autor rompe sin romper del todo con lo que venía haciendo hasta el presente en materia literaria; mantiene las temáticas que lo obsesionan y con las que ha conseguido erigir su particular universo creativo —temáticas, por cierto, abordadas con originalidad en otras de sus obras: “El hombre no mediático que leía a Peter Handke”, “La ciclista de las soluciones imaginarias”, “La niña del salto”—, pero da mucho mayor peso y protagonismo al lenguaje. La forma por encima de la anécdota. Sin embargo, no por ello renuncia a proponer a sus lectores reflexiones filosóficas sobre la realidad que lo circunda y con la que tiene que convivir a diario. Esa realidad que nos asfixia y de la cual quisiéramos a veces desligarnos al igual que el narrador de “Ser gato”. Tal es la preponderancia del lenguaje en este libro, que en ocasiones he tenido la impresión de que estaba leyendo verso en lugar de prosa. Su ritmo y cadencias, así como su espíritu contestatario a la par que nostálgico en algunos tramos, son los que por momentos me han traído reminiscencias del célebre poema de Cendrars. E imaginaba que su narrador era un hombre sin tiempo ni espacio, un pez fuera del agua, un perenne adolescente, un funambulista desolado masticando sus miserias en silencio en el fondo de alguna sima.

No sería descabellado pensar que muchos de los grandes acontecimientos que nos han conmocionado a escala mundial, en lo que llevamos de siglo, no han hecho más que convalidar, y dejarnos muy en claro, lo que Bauman quiso darnos a entender con sus reflexiones sobre libertad y seguridad.

“Ser gato”, desde su intimidad, también nos hace una advertencia al respecto.

¿Fue acaso un espejismo los aires de libertad que en las décadas de los sesenta y setenta, del siglo pasado, creyeron y vocearon experimentar millones de jóvenes alrededor del planeta? Si lo miramos a la distancia de nuestros días, pareciera que sí. A fin de cuentas, quizá el 11 de septiembre de 2001, los restos de libertades que creíamos disfrutar en Occidente se vinieron abajo junto con las torres del World Trade Center. Nunca jamás volveremos a ver a otro funambulista cruzar de un lado a otro sus azoteas.

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