—¿Alguien puede explicarme por qué
razón ahora se comercia con el efectivo?
La pregunta la he hecho a mitad de una reunión de antiguos
compañeros de trabajo —del departamento de IT de la extinta C. A. Seagram de
Venezuela— con quienes me reuní en Caracas un sábado a primera hora de la
tarde.
Tal vez sea preciso aclarar que ciertos hábitos y convenciones
sociales de los venezolanos se han visto afectados e incluso modificados debido
a la crisis. Recuerdo que encuentros como este solíamos realizarlos por la
noche y se extendían hasta altas horas de la madrugada; ahora con ellos se
comienza a primeras horas de la tarde y acaban poco después de que el sol se haya
ocultado.
Es la norma que ha impuesto el hampa desbordada.
En esta oportunidad somos menos de los que acostumbrábamos ser. Lyl,
Alicia, Luis, Carlos, yo y las respectivas parejas de algunos de los presentes.
Poco a poco, como a cuenta gotas, el grupo había ido menguando; el resto de
integrantes (los ausentes) había elegido buscar otro sitio en el mundo en el
cual encajar. Es un fenómeno que empezó con el despertar del milenio y que de
un tiempo a esta parte ha venido acelerándose en el país, ganando fuerza a
pasos agigantados. En lo que va de siglo, Venezuela ha pasado de ser una nación
receptora de inmigrantes —y con muy poca tradición de que sus habitantes optaran
por radicarse en otras latitudes— a ocupar los primeros puestos de los países de
la región que más emigrantes están produciendo hoy en día. La llegada masiva de
inmigrantes venezolanos a varios países de Sudamérica está ocasionando serios y
complejos trastornos en la cotidianidad de sus habitantes. En algunos pasos
fronterizos se ha declarado la emergencia migratoria por la enorme e imparable afluencia
de coterráneos y las mafias que crecen al calor de estas movilizaciones están haciendo
su agosto. Jóvenes y no tan jóvenes, con profesión o sin ella, familias
enteras, gente hasta sin pasaporte están abandonando el país por mar, aire o tierra.
Sobre todo por esta última vía. Al escribir estas líneas el dilema de emigrar o
quedarse pasa por la cabeza de un sinnúmero de venezolanos.
Álvaro y Jorge, dos de nuestros excompañeros ausentes, viven en la
actualidad en México; Eduardo y Orlando en EE UU; Vicente en Portugal; Elsi en
Canadá, Raymoond en Chile... José y Jesús, pese a continuar viviendo en Venezuela,
no habían podido asistir a la reunión: uno por problemas de salud y el otro
porque se había mudado de Caracas y en estos momentos reside en el interior. Habíamos
sido un grupo muy unido en la oficina y tras dejarla habíamos hecho todo lo
posible por mantener el contacto. Al menos una vez al año, desde que la compañía
echó el cierre en 2002, nos habíamos estado reuniendo en casa de alguno de los
miembros del grupo, sobre todo en nuestro apartamento de El Rosal.
Hasta que Irma y yo tomamos la decisión de marcharnos del país.
A partir de entonces hemos quedado cada vez que veníamos de visita.
He creído oportuno hacer aquella pregunta (¿por qué se está comerciando
con el efectivo?) porque de entre las muchas distorsiones que había podido
apreciar durante nuestros primeros días en Venezuela, la compra-venta del
efectivo circulante fue una de las que más me había desconcertado e inquietado.
Además fue la práctica cuyas motivaciones o trasfondo más me costó entender. Había
escuchado que se llegaba a pagar hasta el 300% del valor nominal del dinero en
efectivo, esto es, por cada billete de cinco mil bolívares podía llegar a
pagarse, a través de transferencia bancaria o punto de venta (datófonos), tres
veces más, y que algunos vendedores ilegales de productos regulados (o no
regulados de primera necesidad que escaseaban), conocidos en el argot popular bajo
el apelativo de «bachaqueros», comerciaban sus artículos hasta un 50% menos del
precio que marcaban en los establecimientos formales, siempre y cuando, por
supuesto, estos fueran adquiridos pagando con efectivo. En este último caso el
verdadero negocio no era vender la mercancía sino obtener los billetes que
después ofrecerían al mejor postor por 100%, 200% y hasta 300% por encima de su
valor nominal.
En un par de anteriores ocasiones había hecho la misma pregunta a diferentes
personas, pero sus respuestas no me resultaron del todo lógicas ni convincentes,
de modo que mi curiosidad no se había visto aún satisfecha. Pensé que con mis
amigos encontraría las respuestas que buscaba y así fue.
—La escasez de billetes —dijo Luis— ha convertido al efectivo en un
bien como cualquier otro. Y es sabido que todo bien escaso genera un mercado
negro o paralelo. Lo hemos sufrido ya con productos como la harina de maíz, el
café, la leche en polvo, el azúcar, el aceite... Etcétera. Ha llegado el turno
de los billetes. Una parte significativa de nuestra economía depende del dinero
en efectivo. Para nadie es un secreto que en este país hay muchísima gente
fuera del sistema bancario y esto complica todavía más la situación —Luis hace
una breve pausa, bebe un sorbo de su vaso y continúa—: En la falta de efectivo
intervienen varios factores, entre ellos, el cono monetario y la
hiperinflación. Ahora mismo el Banco Central de Venezuela trabaja a media
máquina en la producción de dinero por las limitaciones que tiene para importar
los insumos con los que se hacen los billetes. Es decir, que la producción de papel
moneda no va al ritmo que exige una economía altamente inflacionaria como la
nuestra. Debido a la escasez de billetes, y como son indispensables para
ciertas transacciones que realizamos a diario, cada vez es más frecuente que se
pague por ellos un porcentaje considerable por encima de su valor.
Pagar el transporte público, el estacionamiento o la gasolina son
algunos ejemplos de transacciones que en Venezuela requieren llevar efectivo
encima.
También, como explicaba más arriba, si el interesado desea favorecerse
de descuentos especiales por la compra de ciertos artículos de la canasta
básica al pagar en efectivo a los «bachaqueros».
En el pasado mes de marzo, el gobierno nacional había anunciado con
bombos y platillos que a partir del 4 de junio —después cambiaría dicha fecha—
entraría en vigencia un nuevo cono monetario en el que se le eliminaría tres
ceros a la moneda —al momento de escribir esto, el gobierno ha anunciado que el
número de ceros a eliminar pasa de tres a cinco—. El «Bolívar Soberano», denominación
que las autoridades han elegido para designar el nuevo cono monetario,
sustituirá al «Bolívar Fuerte» que, a su vez, hace diez años, sustituyó al
bolívar y cuya implementación sirvió para eliminarle tres ceros a la moneda.
Es decir, en poco más de diez años, al bolívar se le han eliminado
nada más y nada menos que ocho ceros.
—Otro factor que incide en la compra-venta de efectivo —dijo Lyl— es
el contrabando en la frontera. Los billetes se los llevan para allá porque allá
los pagan mejor. Al tratarse de actividades ilícitas, que funcionan al margen
del sistema financiero, requieren de gigantescas cantidades de dinero en efectivo.
Más tarde leí en la prensa que en países con alta inflación la
compra-venta de efectivo era una práctica frecuente, habitual.
(Continuará)
PD: Este post es la continuación de este otro: En el país de Alicia (V)
2 comentarios:
Lo he leído "sentado al borde de la silla".
¡Gracias por leerme, Jorge! ¡Un cordial saludo!
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