De las
diferentes manifestaciones artísticas existentes, quizá sea la música la que suele
llegarnos y conmocionarnos con mayor facilidad. Es poco común, por no decir
bastante raro, toparse con una persona a quien no le guste algún tipo de
música. De una u otra forma, la música siempre nos dice algo, tal vez por esto
no pocos la consideramos el idioma universal. Al igual que pasa con los olores o
los sabores, un simple acorde contiene en sus notas la capacidad de descolocarnos
y trasladarnos a lugares o momentos remotos que ignorábamos que continuaran en
nuestros recuerdos. Y aunque suene a despropósito, un fragmento de una pieza
musical puede incluso llevarnos a lugares en los que no habíamos estado nunca.
Es parte de la
magia que la música produce en nosotros.
La noche del
pasado martes, Irma y yo asistimos al concierto que Kronos Quartet daba en
Madrid dentro de las actividades programadas en la iniciativa “Veranos de la
Villa” del Ayuntamiento. Pese al calor que hacía en la ciudad, disfruté de la
velada de principio a fin. Y tengo la necesidad de confesar que durante el
concierto se despertaron en mí un sinfín de sensaciones, mezcla de cosas que
había sentido antes y otras que no. Reflexionando ahora sobre lo experimentado, creo que no me queda más que afirmar que soy un afortunado al poder
hablar de esta manera tras salir de un concierto al día de hoy.
Al Kronos
Quartet lo precede su fama. Con más de cuarenta años de trayectoria, más de
sesenta discos editados y galardonado con infinidad de premios, este cuarteto
de cuerdas con base en San Francisco, California, cuya alineación actual está
conformada por David Harrington (violín), John Sherba (violín), Hank Dutt (viola)
y Sunny Yang (cello) fue fundado en Seattle, Washington, en 1973, por David
Harrington. Posteriormente, en 1978, se mudaría a la ciudad de San Francisco.
Justo en esta localidad y en este año, Sherba y Dutt se unirían a Harrington;
Yang lo haría mucho más tarde, en 2013. Especializado en la interpretación de
música clásica contemporánea, Kronos Quartet tiene un repertorio muy ecléctico
que incluye tanto música minimalista como jazz, rock, tango y desde luego composiciones
experimentales. A lo largo de su carrera han trabajado con músicos de la talla
de Tom Waits, Philip Glass, Roberto Carnevale, Steve Reich, Terry Riley y Café Tacuba.
Pero
volvamos a la calurosa noche del martes.
El concierto
comenzó puntual y el auditorio Pilar García Peña de Hortaleza, al aire libre,
estaba al completo. Tras la entrada de los músicos y los aplausos de
recibimiento del público, sin mediar ninguna clase de preámbulo, el cuarteto interpretó
Zaghlala, del egipcio Islam Chipsy, una pieza tan atractiva como compleja, con
indudables influencias de la música tradicional de Oriente Próximo. Al
finalizar la pieza, David Harrington cogió el micrófono, saludó a los
asistentes y habló un poco del tema que acabábamos de escuchar y realizó la
respectiva introducción a la siguiente que tocarían, más familiar y conocido
para el oído del grueso de los espectadores, dicho sea de paso: The House of the Rising Sun.
Más tarde, cuando
llegó el turno de la hermosísima y profunda Flugufrelsarinn, cover de una canción
de la banda islandesa Sigur Rós, ya yo estaba enteramente rendido a los pies de Kronos
Quartet. A Flugufrelsarinn siguió un cover de Summertime, la versión popularizada por Janis Joplin a finales de los sesenta, una de mis canciones favoritas.
¿Podría acaso pedirse más?
¿Podría acaso pedirse más?
Antes de ejecutar cada pieza, Harrington hacía una breve introducción en la que
resaltaba el título de la canción y el nombre de su autor y de tanto en tanto
dejaba colar algún comentario jocoso que le sacaba una carcajada a los
espectadores.
Mientras avanzaba el programa de la noche, me
sorprendió la capacidad de creación de atmósferas de las versiones que
interpretaba el cuarteto, una de las habilidades que más admiro en los músicos.
Otras interpretaciones
que me parecieron de lujo, si es que esto no sea otro despropósito, fueron Another Living Soul, de Nicole Lizée; Baba O’Riley, de Pete Townshend (primera
guitarra de The Who); Death is the Road to Awe, de Clint Mansell; Satellites: III. Dimensions, de Garth Knox, y
Alabama, de John Coltrane, músico por el que, por cierto, guardo especial devoción.
Al cierre
del concierto el público ovacionó a los miembros del Kronos Quartet con tal
entrega que se sintieron en la obligación de salir de nuevo al
escenario y continuar tocando. Y este hecho no ocurrió una sino dos veces. Prometo
que no había sido testigo de algo parecido. Fue así que un concierto cuya
duración en principio había sido estimada para hora y media, acabó alargándose
a dos.
Sin embargo,
a excepción de un grupito de despistados que quizá no había disfrutado tanto como
el resto del espectáculo sensorial que nos ofrecía el cuarteto estadounidense —ya
se sabe, sobre gustos y colores no han escrito los autores—, nadie se movió de
sus asientos y permanecimos ahí hasta que los propios músicos dijeron basta. No
más.
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