Efectuar cualquier tarea en la
Venezuela de hoy, por más anodina y rutinaria que parezca, puede en ocasiones
resultar un despropósito. Y para muestra un botón: a causa de los
racionamientos de agua a los que vive sometida la población desde hace varios
años, un acto tan sencillo como tomar una ducha se reviste de un sentimiento de
angustia, de desasosiego, y obliga a la gente a acatar y cumplir a rajatabla con
horarios rígidos y carentes de practicidad.
Durante nuestra estadía en Caracas, Irma y yo teníamos que
levantarnos a las 5.30 de la madrugada para ducharnos. Y encima estábamos forzados
a hacerlo a la velocidad del rayo puesto que solo contábamos con una hora —el
intervalo en el que el agua corriente estaba disponible en el edificio— y porque éramos
cuatro las personas que ocupábamos y compartíamos aquel apartamento y que desde
luego necesitábamos darnos una ducha antes de salir a la calle.
Tiempo atrás, con olfato previsor, al igual que han hecho miles de familias
venezolanas, Juan Carlos había instalado en su casa un tanque de agua con
capacidad para 560 litros; esto nos permitía llevar a lo largo del día una vida
más o menos normal, hasta que volviéramos a disponer de agua corriente al final
de la tarde —cosa que sucedía entre las 19.00 y 20.00 horas—. Pero por supuesto
teníamos que administrar el contenido de este tanque con mucho criterio y hasta
con algo de racanería puesto que no debíamos descartar la posibilidad de que al
día siguiente no entrara agua en el edificio. Algunos días antes, mientras
conversaba por teléfono con mis padres —que viven en la provincia y no cuentan
con ciertos «privilegios» con los que pueden contar quienes residen en la
capital—, me comentaban que llevaban una semana sin agua. Los invadía la
zozobra porque los tanques —en casa de mis padres hay tres, con una capacidad
total de cinco mil quinientos litros aproximadamente— se hallaban ya en niveles
muy bajos y preocupantes. ¿Qué iban a hacer cuando se vaciaran del todo? La
situación era tan crítica que hasta algunos vecinos se les habían acercado con
baldes y envases para solicitarles que les regalaran un poco de agua. Las
autoridades competentes, como única explicación, habían informado a la
población de que debido a la carencia de uno de los productos o insumos con los
que hacían potable el agua —no quedaba claro el porqué de dicha carencia—, se
habían visto en la obligación de mantener suspendido el servicio por todo aquel
tiempo.
Sin embargo, nada decían de cuándo sería restablecido.
Otra de las muchas contrariedades con las que tienen que enfrentarse
y lidiar los venezolanos de manera cotidiana la representan los cortes de
electricidad. A veces el servicio funciona de modo intermitente y en otras oportunidades
se interrumpe por horas e incluso días en ciertas regiones del país. En Caracas
suelen presentarse estas fallas de tanto en tanto, pero quienes las padecen con
mayor frecuencia e intensidad son los habitantes del interior del país.
Como mis padres y sus vecinos.
Algo que vi como novedad y que no había notado en mis anteriores visitas
fue el gran menoscabo que ha sufrido el transporte público. No es que en el
pasado el servicio de transporte público de nuestras ciudades haya sido una
maravilla, pero mal que bien funcionaba, y a sabiendas de sus deficiencias uno
podía contar con él. Yo, por ejemplo, durante mi época de estudiante, me movía de forma exclusiva en
transporte público y, después de graduarme,
viviendo todavía en Barquisimeto, cuando me tocaba trabajar por temporadas en
Caracas. Hoy en día el servicio ha desmejorado muchísimo, a tal punto que en
ciertas ciudades es casi inexistente. Los usuarios pueden pasar horas esperando
para trasladarse de un lugar a otro, sobre todo de sus hogares al trabajo y
viceversa. Algunos de mis amigos de Barquisimeto me comentaron que preferían ir
o venir andando del trabajo aun cuando el trayecto fuera largo y les llevara horas
completarlo. Preferían enfrentarse con este percance en lugar de contar con el
transporte público. Y a causa de sus bajos salarios no podían permitirse el
lujo de pagar un taxi. Al Metro de Caracas, otrora emblema de los avances,
civismo y modernidad del país me advirtieron de que ni se me ocurriera siquiera
bajar, que estaba colapsado, al igual que el Metro Bus, del que quedaban ya
pocas unidades en servicio. Me dijeron que las averías en el Metro son
frecuentes y obligan a los pasajeros a desalojar los trenes en medio de las
vías y túneles sin el apoyo del personal de seguridad. Además, observé con estupor
—tanto en Caracas como en Barquisimeto— cómo las personas se subían a camiones de
carga de particulares en los que iban hacinadas y desprotegidas,
como si de ganado se tratase —en Barquisimeto, a propósito, le llaman a estos
camiones los «ruta-chivos» en alusión al macho de la cabra—, porque son los
únicos vehículos que cubren ciertas rutas de las zonas urbanas. Determinadas
circunstancias, una vez más, nos hacen ciegos y sordos frente a los riegos y los
peligros de vivir. De hecho me contaron que con estos camiones se habían producido
un número impreciso de accidentes en los que el saldo resultante había sido personas
heridas de gravedad e incluso fallecidas.
En algunas zonas de Caracas me percaté de que la gente hacía autostop,
o pedían cola, como solemos decir en Venezuela. Pero, ¿cómo es que en un país
con índices de criminalidad tan elevados siga existiendo personas que se atrevan
a practicar esta actividad?, le pregunté en una oportunidad a Juan Carlos. Su respuesta
me perturbó tanto como observar aquellas escenas de gente pidiendo cola: «Porque
a las personas no les queda otra alternativa. Es arriesgarte o ir andando a
todas partes, en cuyo caso igualmente te expones a ser víctima de los
malandros. Lo increíble es que todavía haya choferes que se atrevan a montar
extraños en sus carros, pero por increíble que parezca, todavía los hay».
Otro de los signos distintivos de la actual Venezuela son las colas.
En el país se hacen colas por casi cualquier cosa. Colas en las que pueden
desperdiciarse, mandar por el caño del desagüe prolongados tramos de tu vida. Colas
para comprar alimentos o productos de primera necesidad, regulados o no (cuatro
horas y media diarias invierte en promedio un venezolano para comprar algunos
de los productos regulados por el gobierno); colas para subir a alguna unidad
de transporte público —las pocas que quedan—; colas para sacar por vez primera
documentos oficiales o bien para renovarlos; colas para retirar dinero del
banco o cualquier otro recado que tengas que hacer en estas instituciones; colas
para comprar la batería del coche; colas para cobrar la pensión; colas para
pagar los servicios de luz, agua, gas o teléfono; colas para ser atendidos en
los centros de salud tanto públicos como privados; colas para poner gasolina;
colas para comprar una bombona de butano… Y aunque para muchos pueda que luzca como
una exageración de mi parte, ¡la gente hace colas hasta para hurgar en los contenedores
de basura!
Más adelante contaré una anécdota al respecto.
En uno de esos días entretanto aguardábamos turno para ser atendidos por
el empleado de una oficina de un banco privado —nos urgía reactivar una vieja
cuenta que teníamos en esta institución—, nos enteramos de que ahora, para abrir
una cuenta en cualquier banco, debes concertar con anticipación una cita a través de internet. A menudo los plazos de espera de dicha cita van del mes a
los tres meses hasta que al fin atiendan tu solicitud.
(Continuará)
PD: Este post es continuación de este otro: En el país de Alicia (II)
7 comentarios:
Esperaré la siguiente entrega. Aunque, nada es nuevo para mí,me gusta cómo vas conduciendo la narración.
Gracias por seguir mis notas de viaje, querida Ligia.
Y estoy consciente de que en ellas no encontrarás ninguna novedad con respecto a lo que sucede en nuestro país. Ningún venezolano que viva en la actualidad en Venezuela, leyéndolas, la encontraría. De hecho, ayer un amigo me comentaba que estaba siendo más bien benévolo al intentar plasmar la situación actual del país en estas notas.
Pero mi intención al escribir sobre mi reciente viaje a Venezuela no ha sido otra que drenar e intentar poner en orden todos los sentimientos encontrados que me ha producido dicha visita.
Te agradezco de nuevo tu lectura y desde luego que me dejes por acá tu feedback.
¡Un abrazo!
Victor, Victor ...
Esta entrega me ha derribando.
Victor, Victor ...
Esta entrega me ha derribando.
Jorge: Y mira que he tratado de omitir partes demasiado escabrosas que alejen el texto del tono que he pretendido darle… Te cuento que una amiga, que lleva 16 años sin visitar Venezuela, me ha dicho después de leer esta entrega que no se siente con ánimos de continuar leyendo las siguientes… No te digo más.
Colas para hurgar en la basura... al menos son ordenados por lo menos para eso...
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