Desde el mismísimo
nacimiento del cine, a finales del siglo XIX, se gestó esa ancestral rivalidad
que aún perdura entre los creadores que trabajan en él y sus pares del teatro.
Ni siquiera la aparente tregua que introdujo la colaboración entre ambos mundos
durante los inicios del cine sonoro ha hecho mella en ella; todo lo contrario,
la exacerbó. Para muchos ya es un tópico la discusión en la que se diserta sobre
en cuál de ambas actividades humanas se hace verdadero arte o en cuál de ellas
se construye el verdadero actor.
Sobre dicha
rivalidad Alejandro González Iñárritu basa el argumento de su más reciente
película, Birdman. Una irreverente, crítica,
divertida, frenética y brillante mirada al mundo del espectáculo que habita
tanto en el cine como en el teatro.
Tras
convertirse en una celebridad, gracias a su interpretación de un superhéroe en la
gran pantalla, Riggan Thomas intenta reorientar su carrera con el fin de obtener
el respeto y reconocimiento de aquellos que sólo ven en él a un fanfarrón, un
tipo que tuvo la suerte que los reflectores de Hollywood se detuvieran el
tiempo suficiente en él para transformarlo en alguien rico y famoso. Con esta
obsesión taladrándole la cabeza, se está dejando la piel (y lo que queda de sus
ahorros) en el montaje de una obra de teatro en Broadway. Se trata de una
adaptación —que él mismo ha escrito,
dirige y desde luego protagoniza— de la no menos célebre What We Talk About When We Talk About Love de Raymond Carver.
Pero los
preestrenos de la obra pronostican el desastre.
Porque Riggan
no solo está manteniendo una lucha cuerpo a cuerpo contra sí mismo o contra el
hombre pájaro que de tanto en tanto le resopla en el cuello recordándole
quiénes son en realidad (actor y personaje de blockbusters; actor y personaje
de taquillazos palomiteros y nada más), sino incluso contra su propia hija, una
ex adicta en rehabilitación que le reprocha lo mal padre que ha sido; o contra
el elenco que lo acompaña en el montaje, especialmente contra Mike, un hombre
de teatro, tan buen actor sobre escena como patán fuera de ella; o contra la
crítica que amenaza destrozar su espectáculo, borrarlo de la faz de Broadway,
porque no merece estar allí, ocupando un teatro que debería estar al servicio
de verdaderos artistas y no de advenedizos y fanfarrones como él.
La explosión
visual que nos brinda González Inárritu en Birdman
es de una calidad, ambición, expresividad y atrevimiento nunca antes vistos. Puro
placer. Esas suaves pero a la vez violentas transiciones entre una y otra
escena; los planos secuencias y travelling: esos desplazamientos imposibles de cámara; las alucinantes secuencias
en las que Riggan sucumbe seducido por la verborrea del hombre pájaro… Y todo
con el soundtrack de fondo que nos obsequia Antonio Sánchez y que remarca el
ritmo frenético de la película, sobre todo las improvisaciones del batería, que
aparece de cuando en cuando en algún rincón para demostrar su importancia en el
entrelazado de la historia, un personaje más, secundario, pero personaje al fin
y al cabo. Es verdad que en ciertos momentos Birdman me ha recordado a esa otra magnífica, irreverente y ácida
peli titulada All that Jazz, de Bob
Fosse, en la que Roy Scheider interpreta a un coreógrafo y director de teatro
que prepara su próximo musical en Broadway al mismo tiempo monta una
película de Hollywood sobre un cómico de monólogos y flirtea con la muerte.
Pero de igual manera Birdman no se me
ha parecido a nada que haya visto con anterioridad.
Un
significativo chute de adrenalina para aquellos que amamos el cine.
Por otro lado,
la interpretación de los actores en sus respectivos roles ha estado a la altura
de las ambiciones de González Iñárritu. Los siempre exquisitos y camaleónicos
Edward Norton y Naomi Watts; la espectacular resurrección de Michael Keaton,
aprovechándose del enorme filón que le proporcionaba el personaje de Riggan
Thomas y hasta la hermosísima Emma Stone.
Mucho se ha
hablado de que luego de su rompimiento con Guillermo Arriaga, la carrera fílmica
de González Iñárritu había tenido un bajón de antología. Había corrido riesgos
aunque sin resultados. Pero después de Birdman
esto debería y tiene que cambiar. Sin duda. Estamos ante el mejor trabajo del
director mexicano, el más arriesgado y atractivo. Un alarde de creatividad que
raya en lo genial. De lo mejor que he visto en años.
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