John May es
un tipo solitario, silencioso y bastante flemático. También ordenado y
meticuloso hasta lo obsesivo. Su vida transcurre de forma tranquila y
rutinaria. Es funcionario en uno de los tantos Ayuntamientos de la ciudad de
Londres. Su trabajo consiste en encontrar a los allegados de los que han fallecido
en soledad y sin familia ni amigos conocidos en el municipio. Trabajo que,
dicho sea de paso, realiza concienzudamente y con tal dedicación y esmero,
incluso yendo a veces más allá de sus responsabilidades, que nadie podría poner
en duda su profesionalismo y que desde luego le gusta y ama lo que hace. Pero
un día, por motivos de recortes en la administración, el Ayuntamiento decide
prescindir de sus servicios aunque, tras su ruego, el jefe le permita acabar
con el último caso que ha llegado a sus manos; le da tres días para resolverlo
o cerrarlo.
Los primeros
minutos de Still life (en España la han titulado Nunca es demasiado tarde,
una vez más, un título desacertado), de Uberto Pasolini, son una clase
magistral de lo que significa la presentación de personajes en guion
cinematográfico. Me hizo recordar a otras cintas recientes que han hecho de
este apartado una declaración de principios, como Little Miss Sunshine, Up o Up in the air. Títulos en los que, con mínimos recursos y apenas diálogos (a veces ni eso), se
transmite al espectador el mundo interior de los personajes y toda la
información, todo ese background requerido con el fin que uno se sumerja en la
historia y tengamos una completa comprensión de cuanto sucede en la gran
pantalla.
Hacía mucho
tiempo que una cinta no me ponía un embarazoso y corrosivo nudo en la garganta
y me hacía saltar las lágrimas. La
interpretación que Eddie Marsan hace para meterse en la piel de John May
es maravillosa, única. Acabamos enamorados de ese personaje de vida gris, que
sin embargo pone una pasión inusual en su trabajo con el fin de ofrecerle a los
muertos un dignísimo funeral aunque sea rodeado de puros desconocidos: él, el
religioso de turno y los empleados del cementerio.
May le
concede a los muertos un cariño y respeto con los que tal vez no contaron en
vida. O al menos en los últimos años que anduvieron por este mundo.
Pese a su
significado lapidario, quizá la siguiente sentencia que Rubén Blades incluyó en
uno de los temas de Tiempos, resuma la esencia de la película de Pasolini:
“Si en tu vida no hubo ritmo, en tu muerte no habrá clave”. Así sin más. Aunque
nos joda en lo profundo.
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