martes, 12 de julio de 2011

Virtuosismo y sensibilidad




Como muchos chicos de mi generación, durante los primeros años de la década de los ochenta del siglo pasado, fui inexorablemente seducido por el rock and roll.

Al igual que la mayoría, empecé escuchando bandas como The Beatles, Queen, The Rolling Stone, Supertramp, The Police y grupos americanos como The Doors, Toto, Bruce Sprinting y REO Speedwagon, por citar sólo a unos pocos, a los más conocidos y populares. Luego, gracias a las orientaciones del novio de mi hermana de aquella época (unos dos años mayor que yo) y a un par de buenos amigos que conocí mientras cursaba el cuarto de bachillerato, mis gustos musicales se fueron ampliando y a la vez refinándose más hasta decantarme por el rock de las bandas europeas, en especial las británicas. Llegó entonces el momento para el hard rock y el heavy metal: Led Zeppelin, Deep Purple, Rainbow, Uriah Heep, AC/DC (ya sé que no es europea, pero qué le vamos a hacer), Black Sabbath, Scorpions, Judas Priest, Iron Maiden, Deef Leppard, Whitesnike y tal vez sea necesario colocar aquí un conveniente etcétera.

Sin embargo, hubo también tiempo y espacio en mi musiteca para ese otro rock progresivo que hacían Pink Floyd, The Yardbirds, Jethro Tull, Génesis, Asia y Yes.

Sobre todo para Yes.

El primer disco de Yes que llegó a mis manos fue Tormato. Me gustó, pero diría que no fue significativo ni trascendente para mí. Poco después, en casa de uno de mis amigos de bachillerato que ya he mencionado, escuché Relayer. Éste LP sí que me hizo doblar las rodillas y caer rendido ante un sonido que era totalmente nuevo. Confieso que al principio me costó un poco digerir lo que estaba saliendo de las negras y abultadas panzas de los altavoces: “The Gates Of Delirium”, el surco que funcionaba como obertura del LP. Y aun cuando, al finalizar “Sound Chaser”, su segundo surco, seguía con la boca abierta y chorreante, aturdido como si hubiera recibido entre ceja y ceja un rápido y demoledor puñetazo de Mike Tyson, ya en ese justo momento, sobre todas las cruces del mundo, hubiera podido jurar que era eso y no otra cosa lo que andaba buscando. Que todo cuanto había vivido, todo lo que me había sucedido desde mi propio nacimiento hasta ese preciso instante, había sido para estar allí, para llegar a ese momento vital, único, irrepetible, sentado en la butaca de la sala de estar de la casa de mi amigo y escuchando Relayer de Yes.

La siguiente pista, “To Be Over”, la número tres y la última del disco, vino a ser la estocada de gracia que me hacía falta para caer rendido a los pies del grupo. Quedé prendado de la particular manera en que Steve Howe tocaba, o mejor, hacía gemir a sus guitarras Gibson Les Paul, Gibson Les Paul Gold Top, Fender Steel and Telecaster, Martin Mandolin, Fender Stratocaster, etcétera, etcétera. Con él, con Howe, llegué a descubrir, a entender, a interiorizar que las guitarras, como los seres humanos, tenían alma. Y por supuesto quedé enamoradísimo de la inquietante, intensa, sublime, extraña, inasible y andrógina voz de “il castrato” Jon Anderson. Me impresionó la complejidad de los temas del disco, en especial “The Gates Of Delirium”, compuesto a semejanza de las sinfonías clásicas, dividido en movimientos con tiempos y estructuras diferentes; me encantó su atmósfera mítica y sublime, su carácter épico, melancólico y a la vez festivo.

A Relayer siguieron Fragile, Close to the Edge, Tales from Topographic Oceans, Yessongs —todos grabados en la primera mitad de la década de los setenta, todos componiendo o formando parte de lo que la crítica especializada de entonces había dado en llamar el «Yes clásico», su etapa más sinfónica y ecléctica—; así como también sus primeros trabajos: Yes, Time and a Word y The Yes Album. Y desde luego los dos discos más recientes que había grabado la banda en la época de mi primer contacto con ella: Drama y 90125, editados por Atlantis Records en 1980 y 1983, respectivamente.

Luego vino un período en el que dejé de tener noticias de Yes. En aquel tiempo compartir música era algo más complejo y difícil de lo que es hoy en día. No existía internet y mucho menos música en formato digital. A veces, cambiar de grupo de amigos significaba, de alguna manera, cambiar también el tipo de música que se escuchaba. Y eso fue lo que sucedió conmigo. Al salir de bachillerato y empezar a estudiar en la universidad, me vi obligado a variar bastante mis gustos musicales. Aunque nunca dejé de escuchar mis viejos discos de vinilo y las cintas que había grabado en casa de mis amigos.

Tiempo después, ya graduado, viviendo y trabajando en Caracas, volví a tener noticias de Yes. Era el año 1997 y por casualidad me enteré a través de internet del lanzamiento del más reciente disco de la banda (ahora sí, en formato digital masterizado, como correspondía a la época): Keys to Ascension 1 y 2. Enseguida lo compré. Se trataba de un doble CD en el que habían incluido temas clásicos grabados en vivo y tres temas nuevos en los que se mantenían fieles a la música que habían hecho a principio de los años setenta.

Cierto día, escuchando Keys to Ascension en la oficina, supe que un compañero de trabajo era también fans del grupo. A partir de allí compartimos el material que teníamos de Yes y estrechamos nuestra amistad. Fue con él, y en compañía de nuestras respectivas esposas, que, dos años más tarde, asistí a mi primer concierto de Yes. La banda había incluido Caracas en su itinerario de promoción de su más reciente trabajo The Ladder. Lo que en un principio iba a ser su única presentación en el Teatro Teresa Carreño, se convirtió en el primero de tres conciertos en los que sin embargo muy pronto se colgó el cartel de “agotado”. Sería ahora imposible expresar con palabras lo que viví aquella noche presenciando en directo el virtuosismo y la sensibilidad de Jon Anderson, Steve Howe, Chris Squire, Alan White, Billy Sherwood e Igor khoroshev. Lo que eché en falta fue que en dicha alineación no estuviera en los teclados Rick Wakeman (sustituido correctamente por khorshev), para así haber disfrutado de la alineación clásica de la banda. Poco después también Wakeman visitó Caracas y fui a verlo. Pero siempre me quedará el despecho de no haberlos visto tocar juntos.

Hace unas tres semanas leí que Yes, después de diez años dedicado exclusivamente a ofrecer conciertos, decidió volver a los estudios de grabación y preparar el lanzamiento de nuevo material. Fly From Here es el nombre de su más reciente disco y será puesto a la venta a partir de hoy martes 12 de julio. A pesar de que Chris Squire ha dicho que el disco es un retorno a la esencia de la banda, de la música que hicieron en los setenta, “We Can Fly”, el sencillo que han liberado para la promoción, a mí me ha sonado muchísimo a Drama. Quizá se deba a que la alineación actual, a excepción de Benoit David, claro, fue la misma que participó en la grabación de Drama. Ni siquiera ha faltado Trevor Horn que, aunque no se pone frente a los micrófonos como en aquella ocasión, ha producido el disco.

No sé qué pensarán los demás fans de este nuevo material. En lo que a mí respecta, sólo sé que, a lo largo de su trayectoria, Yes ha demostrado la calidad y el virtuosismo de sus integrantes aún en sus trabajos menos reconocidos. Así que, en cuanto tenga oportunidad, me haré con Fly From Here.

No hay comentarios.: