jueves, 7 de julio de 2011

Crónicas de Montevideo (II)*



El barrio Pocitos está ubicado sobre la costa nordeste del Río de la Plata, la que mira al Atlántico. Según la leyenda, debe su nombre a las lavanderas que, a principios del siglo XIX, atraídas por las limpias aguas de un arroyo que cruzaba la zona, excavaban pozos en la arena de la playa cercana para lavar allí la ropa de sus señores, residentes en la ciudad amurallada. Al igual que muchos barrios montevideanos, tuvo su origen como un poblado independiente que luego acabó siendo engullido por el crecimiento de la ciudad.

Tras nuestro paseo por las ramblas, Javier condujo con rumbo a este barrio. Es uno de los más poblados y hermosos de la capital y cuenta también con las mejores playas de Montevideo, según Luciana. En el barrio Pocitos se concentra un enjambre de comercios de todos los tipos y tamaños, pudiendo encontrarse cualquier cosa que se necesite sin tener que salir de la zona. Por supuesto, su arquitectura es mucho más moderna que la de Ciudad Vieja, de esbeltos y gallardos edificios de entre 10 y 15 pisos.

Es el barrio que prefieren las clases media y alta.

Cuando cae la noche, nos dice Luciana, las calles del barrio se animan y las puertas de los locales se abren de par en par para recibir a los visitantes. La oferta, tanto gastronómica como de ocio nocturno, es abundante y variada. De hecho, en la misma cuadra donde Javier y Luciana comparten un pequeño apartamento, Pablo Bengoechea, capitán e histórico jugador del club de fútbol Peñarol (y de la selección uruguaya), regenta un famoso restaurante. Bar El Diez es su nombre, uno de los apodos con los que se conocía, en su época de goleador, a Bengoechea.

La sala-comedor del apartamento de Javier y Luciana es minúscula y la cocina de tipo kitchenette. Para compensar el tamaño, el ventanal de la sala-comedor da a la calle y a través de él se cuelan los chorros de luz y el bullicio que se producen fuera, como si ese tramo de la calle formara también parte inseparable de su anatomía. El apartamento queda en un primer piso, así que se levanta apenas unos metros sobre el nivel de la calle. Bebemos y picamos algo mientras continuamos nuestra conversación de indagación y reconocimiento, con el único propósito de romper el hielo. Cuando ya todos nos hayamos más cómodos y relajados, decidimos salir de nuevo a la calle. “Vamos a la Ciudad Vieja”, propone Luciana y hacia allí nos dirigimos. Volvemos a subir al Renault Twingo y a recorrer las ramblas y, al cabo de unos minutos, ya hemos llegado a nuestro destino. Es entonces cuando entramos en contacto con la Plaza Independencia, atravesamos la Puerta de la Ciudadela y caminamos por el bulevar de la calle Sarandí con rumbo al propio corazón del barrio Ciudad Vieja y nos extasiamos largo rato con sus calles y edificios.

Pasada las diez, Luciana recuerda que su hermana, que es cantante, se presenta en un local cercano a donde nos hallamos. “¿Les gustaría ir?”, nos pregunta. “Por supuesto, encantados”, respondemos enseguida Irma y yo y Luciana nos sonríe con esa sonrisa suya, entre cómplice y pícara, que ilumina unos segundos su rostro. Un rostro rectangular, de nariz alargada y prominente, de facciones marcadas y espesas cejas, con unos ojos de color indefinido, profundos y expresivos. Un rostro hermosísimo en su conjunto. Sus maneras y gestos la delatan como una mujer cercana y apasionada. Javier nos cuenta que, días antes, y para el estreno, se cortó el cabello con la finalidad de parecerse más a él, porque en la obra ambos interpretan a unos gemelos. Él no estuvo de acuerdo porque le encantaba verla con su cabello cayéndole sobre los hombros, pero igual ella se lo ha cortado.

“¡Así es Luciana!”.

El bar adónde vamos se llama El Pony Pisador y está en la calle Bartolomé Mitre del barrio Ciudad Vieja. Es uno de esos locales de tipo híbrido que, hasta cierta hora de la noche, funciona como taberna y, a partir de entonces, las mesas y sillas son retiradas y pasa a ser una discoteca. La calle Bartolomé Mitre está saturada de ellos y en las noches de verano se pone que no cabe un alma. El Pony Pisador tiene dos niveles, siendo la planta baja el más amplio. La barra es larga y en forma de “L” y se ubica justo debajo de la segunda planta y abarca todo el espacio inferior cubierto por ésta. A la segunda planta se accede a través de una escalera que está a un costado de la barra. Del techo cuelga una de esas enormes esferas rotatorias, cubierta por miles de trozos de espejo, típicas de las discotecas. En la planta baja, a la derecha de la puerta de entrada, se ha reservado un pequeño espacio para que haga las veces de escenario. Allí, ejecutando su show, encontramos junto a otros músicos a Gia Love, nombre artístico de la hermana de Luciana.

El Pony Pisador está lleno pero gracias a los buenos oficios de Javier nos ubican en una mesa que queda libre al poco de llegar. Les comento a los chicos que la cosa pinta bien y que me encanta el ambiente, ellos dicen que eso no es nada, que dentro de un rato el sitio estará a reventar. Casi gritamos para poder oírnos unos a otros. Luego nos callamos y les dedicamos toda nuestra atención a la cantante y a sus músicos. ¿No es por ellos que hemos ido allí? El sonido de los instrumentos está ligeramente por encima del de la voz de la cantante y no nos permite apreciar en su totalidad el timbre de voz de Gia. Sin embargo, lo que escuchamos nos gusta a mí y a Irma y se lo comentamos a Luciana. Ella nos dice que la hermana compone sus propios temas, un pop melódico con ciertas reminiscencias de rock and roll.

Durante uno de los intermedios de descanso de los músicos, Gia se acerca a nuestra mesa y Luciana nos la presenta. Resulta ser tan encantadora como su hermana mayor. Tras terminar la presentación de Gia, decidimos quedarnos en El Pony Pisador hasta bien entrada la madrugada. Alrededor de las cuatro de la mañana le comunico a los muchachos que Irma y yo no aguantamos más, que estábamos muy cansados y nos gustaría irnos a descansar.

De camino al hotel, en el interior del Renault Twingo, le comento a Javier y Luciana que para ser nuestro primer día en Montevideo todo ha ido bien, que habíamos estirado las horas hasta más no poder, como si se trataran de goma de mascar. Sin duda la hemos pasado genial, un muy buen comienzo, añado. Pero que todos los días de nuestra visita no podían ser como aquel. “¿Y qué les gustaría hacer mañana por la noche?”, preguntó Javier. De inmediato me le adelanté a Irma y dije, “particularmente a mí, me gustaría ver un poco de teatro”.

*Este post es continuación de este otro y resta aún una tercera entrega.

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