En “La salud de los enfermos”, de Julio Cortázar, una familia de pronto se ve involucrada en un complot doméstico para evitar que la realidad llegue, con toda su carga demoledora, a oídos de la matriarca, una mujer encantadora pero de salud frágil y carácter fácilmente impresionable, o al menos es la imagen que de ella se han formado su médico y allegados.
Mientras leía Blanco nocturno (Anagrama, 2010), del también argentino Ricardo Piglia, sobre todo hacia el final de la novela, tuve muy presente el cuento de Cortázar. Era imposible dejar de pensar en él, su argumento y personajes venían a mi mente una y otra vez. Antes de generar confusiones innecesarias, permítanme aclarar que, aparte de desarrollarse en Argentina y de que sus acciones giran en torno a una familia local, ambas historias no tienen nada más en común. ¿O tal vez sí?
La novela de Piglia comienza con la investigación de un asesinato, como si de una novela negra se tratase, sin embargo, ya dejado atrás el inicio y bien entrados en el relato, la historia poco a poco va dando un giro inesperado y cambiando de registro hasta decantarse por un drama familiar que de una u otra forma extiende sus largos tentáculos a los habitantes del pueblo de la pampa argentina donde se localizan y desarrollan las acciones.
“La comprensión de un hecho consiste en la posibilidad de ver relaciones. Nada vale por sí mismo, todo vale en relación con otra ecuación que no conocemos”, dice Croce, el comisario que investiga el asesinato de Durán, un mulato puertorriqueño que un buen día llega al pueblo y que, tres meses y cuatro días después, es hallado muerto en la habitación del hotel donde se hospedaba. Y a esto que dice Croce juega precisamente el autor con su narración, a que los lectores establezcamos nuestras propias relaciones y tratemos de descubrir esa otra ecuación que desconocemos o que él nos birla astutamente a golpe de técnica y oficio.
Piglia pertenece a ese selecto grupo de autores que con un puñado de obras (4 novelas, 3 libros de relatos y 3 de ensayos) ha logrado meterse en el bolsillo a un sinnúmero de lectores. Lectores, dicho sea de paso, que lo consideran un escritor de culto. Su leyenda se ha extendido como reguero de pólvora entre varias generaciones de estos lectores y pareciera que con cada nueva publicación esta leyenda se ve acrecentada. Su destreza narrativa es indiscutible, al igual que su sensibilidad para dejar traslucir a través de sus relatos el mundo que nos rodea, con sus horrores e injusticias, sus pequeñas historias y grandes frustraciones. El virtuosismo y la perversión compartiendo la misma cama. Leerlo es adentrarse en un callejón oscuro en el que sabemos que tarde o temprano saltará sobre nosotros, con sus garras y dientes afilados, la naturaleza humana.
Pero volvamos a lo que se nos expone en Blanco nocturno. Un forastero llega a un pueblo perdido de la pampa, donde es asesinado. Una de las familias fundadoras del pueblo, de las más ricas, se encuentra entre los sospechosos del asesinato. Alrededor de esta familia ronda un conflicto que se nos desvela a cuenta gotas y en la que se ve envuelta una fábrica de autos venida a menos a consecuencia de las políticas económicas de los gobiernos de EE UU y Argentina; fábrica a la que también algunos quieren echarle mano. Intrigas, mentiras, manipulación, la especulación financiera e inmobiliaria, una familia fragmentada por el rencor y el dinero, etc. Y detrás de todo esto, la locura: “Croce tenía una capacidad extraordinaria para captar el sentido de los acontecimientos y también para anticipar sus consecuencias, pero no podía hacer nada para evitarlos y cuando lo intentaba lo acechaba la locura”. De entre los temas abordados por Piglia en su novela, para mí el más llamativo y evidente ha sido justamente éste, la locura. Dos de los personajes más cautivadores de Blanco nocturno caminan por la cuerda floja de la demencia: el comisario Croce, del que ya he hablado, y Lucas Belladona, el obstinado dueño de la fábrica que lucha y se enfrenta a todos por un sueño. Quizá lo más notable y hermoso, las escenas más oníricas y reveladoras de la novela, tienen como protagonistas a estos dos personajes, a sus respectivos mundos enajenados. Los momentos de mayor lucidez, los mejores del relato, sin duda, los encontramos en sus diálogos, en las escenas donde se nos muestran sus respectivas anhelos, búsquedas y luchas. Y, por si fuera poco, a mitad de novela, en el capítulo 12, cuando Renzi (el alter ego del autor que ya ha aparecido en otros de sus libros) visita por primera vez a Croce en el manicomio, Piglia nos regala una hilarante escena con dos loquitos fumones. Se los aseguro, no tiene desperdicio.
Desde mi punto de vista, tal vez Blanco nocturno sea la mejor novela que hasta el presente haya publicado Piglia. Y digo “tal vez” porque de las cuatro (Respiración artificial, La ciudad ausente, Plata quemada y Blanco nocturno), todavía me falta leer La ciudad ausente. En síntesis, Blanco nocturno es otro contundente gesto del autor para continuar engrosando su leyenda.
*Desde su publicación en septiembre de 2010 por la editorial Anagrama, Blanco nocturno ha conseguido dos prestigiosos premios: el Premio Nacional de la Crítica y el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos.
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