En aquel entonces ni Ortega en Nicaragua, ni García en Perú, presidían a sus respectivas naciones, pero ya un creciente grupo de sus (¿desmemoriados?) compatriotas amenazaban con llevarlos de vuelta al poder.
De cara a un nuevo proceso electoral en Venezuela, tan importante como todos los que se han sucedido desde 1958, he querido reproducir mi artículo tal cual apareció publicado en aquel entonces.
Creo que no hace falta agregar ningún otro comentario.
Síndrome latinoamericano
Los latinoamericanos vivimos de sobresalto en sobresalto.
Las crisis económicas, sociales y de gobernabilidad han encontrado un mullido colchón en nuestra ancha geografía. Si me aventurara a trazar una especie de balance, desde que comencé a interesarme por los contenidos de los diarios, allá por los lejanos ochenta, cuando era apenas un adolescente, hasta estos tiempos actuales que nos ocupan, concluiría en que son más las malas noticias que he leído sobre la región que las buenas. Sí. Lamentablemente muchas más. Para muestra un botón: las cruentas dictaduras de derecha en el sur, los desmanes de las guerrillas de izquierda en Centroamérica, millares de desaparecidos de uno y de otro lado, autoritarismos y represiones de toda especie, los golpes de estado, las devaluaciones de la moneda, la hiperinflación y la aparición, de tanto en tanto, de seductores mesías que prometen guiar a sus pueblos a la redención: Fidel Castro, Daniel Ortega, Noriega, Alan García, Carlos Andrés Pérez, Menem, Fujimori, etcétera y que no hicieron otra cosa que acumular poder y dejar luego a sus países sumidos en crisis peores a las que los antecedieron. Hombres de carne y hueso con dos atributos en común: mucho carisma y ambiciones desmedidas de poder.
Sin embargo, como cita el adagio popular, la culpa no es del burro sino de quien lo arrea. Porque algunos de esos mesías que han fracasado estrepitosamente siguen arrastrando a millones de seguidores en sus propios países o fuera de ellos, como lo demuestra la popularidad de Castro en toda la región y las osadas y surrealistas candidaturas por la presidencia en 2001 de Daniel Ortega en Nicaragua y de Alan García en Perú: en contra del más elemental sentido común, dieron la pelea y hasta llegaron a colarse en un nada despreciable segundo lugar. Tampoco conviene olvidar “el tango” de Menem en la querida Argentina, ni el joropo de CAP en estas tierras de Dios.
¿Qué induce a nuestra gente a seguir este tipo de comportamiento? ¿La ingenuidad?¿La falta de memoria histórica colectiva? ¿La ignorancia? ¿La exclusión? ¿El resentimiento? ¿La frustración? ¿O acaso ese sentimiento tan caprichoso que llamamos esperanza?¿O quizá sea una mezcla letal de todo lo anterior?
En algo más de quinientos años de historia, todavía tenemos líderes que apelan a los desmadres que se llevaron a cabo durante el proceso de conquista para nutrir sus arengas henchidas de resentimiento y lugares comunes. Arengas que cierto sector de la población está siempre dispuesto a escuchar y con las cuales se retrotrae a una época más romántica. A veces no hay nada peor que escuchar sólo aquello que deseamos escuchar. Entretanto, los descendientes directos de las víctimas de nuestro abyecto pasado, siguen abarrotando las calles de los principales centros urbanos de América Latina para mendigar una moneda o un mendrugo de pan. Anacronismos son anacronismos.
Los recientes sucesos de La Paz son parte de ese largo reportaje que viene escribiéndose en la región desde tiempos remotos: miseria, populismo y violencia; un círculo vicioso que cada vez pareciera consolidarse más, hacerse más fuerte y por lo tanto más difícil de romper. A finales de los ochenta le tocó el turno a Venezuela con el Caracazo, el año antepasado a la Argentina y ahora a la vapuleada Bolivia. ¿Cuál será el próximo país en inscribir su nombre en esta indeseable lista?
Mientras nuestros pueblos insistan en elegir a los líderes menos indicados (radicales con un verbo encendido, clasista y divisionista; con fórmulas populistas para resolver los problemas; autoritarios con evidente incapacidad para negociar e inobjetables ambiciones de poder), estaremos condenados a repetir la historia.
No obstante, esto no parará de la noche a la mañana como por arte de magia. Es preciso que desde los sectores más moderados y modernos de nuestras sociedades, comience a emerger una nueva camada de líderes que se entregue a la impostergable tarea de articular un mensaje atractivo y creíble para llegar a las grandes masas de excluidos, sin que por ello caiga en la tentación de echar mano a las facilidades que ofrecen el resentimiento y el populismo. Por supuesto, también tendrán que demostrar la validez de su compromiso con las metas trazadas. Sólo así podríamos esperar un futuro distinto a nuestro convulsionado presente.
Lo contrario sería algo bastante próximo al suicidio colectivo.
2 comentarios:
...Qué impresionante que hayas publicado eso hace una década, sin que el contexto cambie demasiado y aún sea de actualidad.
Desearía que superáramos tu artículo en el 2012, pero como están las cosas, lo veo difícil... Así por lo menos ya resolviste varios post del futuro, el 2012, el 2018, el 2024...
Triste pero cierto.
querido vicente: lamentablemente en nuestra amada américa latina un personaje como chávez tiene más oportunidad de ser popular que un verdadero estadista como ricardo lagos, por ejemplo... el día que esta tendencia se invierta, es decir, que un lagos sea más popular que un chávez, entonces, quizá, a partir de allí, todo comience a cambiar... pero ¿veremos nosotros ese día?
Publicar un comentario