La contradicción quizá sea uno de los atributos más representativos de los seres humanos.
Y siendo humanos, los escritores no escapan a ella.
No es común encontrar escritores que honren en la práctica lo que dicen en sus obras. Sobre todo si se trata de ensayistas.
Tal vez Susan Sontag podría ser catalogada entre esas rarezas.
La coherencia que mostró en vida con su obra, la hizo incómoda para muchos. Una verdadera piedra en el zapato. En especial para la sociedad que la vio nacer, crecer y desarrollar sus carreras de intelectual y activista de derechos humanos: los Estados Unidos de América.
En Ante el dolor de los demás (Alfaguara, 2003), entre otras tantas reflexiones, suelta la siguiente:
Pero Sontag no sólo critica en su ensayo la consabida doble moral estadounidense, sino esa otra que también palpita con buena salud en el resto del mundo. Además, allí pone al descubierto nuestro morbo, nuestra indiferencia, nuestra falta de solidaridad, nuestra perversión, nuestra inhumanidad; en fin, eso que en el fondo somos.
A través de una breve historia de la fotografía de guerra, del impacto que produce la imagen en las retinas de los seres humanos, Sontag construye sus interrogantes, sus argumentos, su discurso, para al fin presentarnos su particular visión de eso que en el fondo somos... la verdad, nada alentadora.
Desde la guerra de Crimea y la de Secesión de Estados Unidos —entre “las primeras guerras importantes de las que los fotógrafos dieron cuenta”— pasando por las dos guerras mundiales, la guerra civil española, Vietnam, Camboya, Somalia hasta llegar a la guerra de los Balcanes, entre otras; así como la iconografía de sucesos que han conmocionado a la opinión pública mundial, como los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en New York y Washington. Manipulación, odio, intolerancia, crueldad, indiferencia, injusticia, hipocresía se encuentran compactados en cada párrafo, en cada página de Ante el dolor de los demás. Mientras uno lee es imposible no pensar que el mundo estaría mucho mejor sin nosotros.
Por ejemplo, frente al hallazgo de una serie de fotografías de víctimas negras de linchamientos en pueblos marginales de Estados Unidos (entre 1890 y 1930), la autora escribe: “Las fotos se hicieron en calidad de recuerdos y algunas fueron convertidas en postales; más de unas cuantas muestran a espectadores sonrientes, probos ciudadanos y cristianos fieles como sin duda era el caso de la mayoría, los cuales posan ante una cámara con el fondo de un cuerpo desnudo, carbonizado y mutilado colgando de un árbol”. Cuadro que nos remite instantáneamente, un siglo después, a lo que soldados estadounidenses hicieron, ya no con cadáveres, sino con cuerpos de prisioneros torturados en Abu Ghraib. O los retratos que hacían de los prisioneros (acusados de “intelectuales” o “contrarrevolucionarios”) los Khmer Rouge, antes de ejecutarlos; costumbre, por cierto, copiada de la Unión Soviética del camarada Stalin. O lo que en la década del noventa solían hacer con sus enemigos los soldados serbios durante la guerra de Kosovo. Una práctica (fotografiar a sus víctimas) que, como se ve, no es exclusiva de una época o cultura. “Lo que es ‘bárbaro’ para uno es el ‘sólo estoy haciendo lo que hacen los demás’ para otros”.
Y quizá aquí se encuentre lo más terrible de todo: que personas en apariencia normales, comunes y corrientes, sean capaces de llegar a cometer las peores atrocidades a causa de la intolerancia. O simplemente aprobarlas, que quizá no suene igual pero que termina siempre siendo lo mismo.
¿Qué hacer entonces ante el dolor de los demás?
No basta con la compasión, nos dice Sontag. “La compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita”.
Esa es tal vez la gran interrogante que nos deja esta pequeña obra maestra que recién acabo de terminar y que ya he comenzado a releer.
*La imagen que acompaña al post pertenece a la serie de aguafuertes Los desastres de la guerra, de Goya, a los que Sontag, en varias oportunidades, hace referencia en su libro.
PS: La semana pasada, el gobierno de los Estados Unidos autorizó a empresas de ese país la venta por un monto de 59 millardos de dólares en armamento a sus aliados en el Golfo Pérsico, Egipto e Israel. “La locura que corre por el mundo da impulso a la industria de la defensa”, dice Jim Cramer, de la cadena CNBC. “Estos contratos no hay que verlos sólo como una ayuda a los países aliados en el Medio Oriente, sino como una ayuda a la industria local. El futuro se presenta brillante para este sector”.
Y siendo humanos, los escritores no escapan a ella.
No es común encontrar escritores que honren en la práctica lo que dicen en sus obras. Sobre todo si se trata de ensayistas.
Tal vez Susan Sontag podría ser catalogada entre esas rarezas.
La coherencia que mostró en vida con su obra, la hizo incómoda para muchos. Una verdadera piedra en el zapato. En especial para la sociedad que la vio nacer, crecer y desarrollar sus carreras de intelectual y activista de derechos humanos: los Estados Unidos de América.
En Ante el dolor de los demás (Alfaguara, 2003), entre otras tantas reflexiones, suelta la siguiente:
En la actualidad los pueblos que han sido víctimas quieren un museo de la memoria, un templo que albergue una narración completa, organizada cronológicamente e ilustrada de sus sufrimientos. Los armenios, por ejemplo, han reclamado durante mucho tiempo un museo en Washington que dé carácter institucional a la memoria del genocidio del pueblo armenio que perpetraron los turcos otomanos. Pero ¿por qué aún no existe, en la capital de la nación, que es una ciudad de abrumadora mayoría afroamericana, un Museo de la Historia de la Esclavitud? (...) Al parecer es un recuerdo cuya activación y creación son demasiado peligrosas para la estabilidad social. El Museo Conmemorativo del Holocausto y el previsto Museo y Monumento al Genocidio Armenio están dedicados a lo que no sucedió en Estados Unidos, así, la obra de la memoria no corre el riesgo de concitar una resentida población nacional contra la autoridad. Contar con un museo que haga la crónica del colosal crimen de la esclavitud africana en Estados Unidos de América sería reconocer que el mal se encontraba aquí. Los estadounidenses prefieren imaginar el mal que se encontraba allá, y del cual Estados Unidos —una nación única, sin dirigentes de probada malevolencia a lo largo de su historia— está exento. Que este país, como cualquier otro, tiene un pasado trágico no se aviene bien con la convicción fundadora, y aún todopoderosa, del carácter excepcional de Estados Unidos. El consenso nacional sobre la historia estadounidense, según el cual es una historia de progreso, constituye un nuevo marco para fotografías dolorosas: centra nuestra atención en los agravios, tanto aquí como en otros lugares, para los que Estados Unidos se tiene por solución o remedio.
Pero Sontag no sólo critica en su ensayo la consabida doble moral estadounidense, sino esa otra que también palpita con buena salud en el resto del mundo. Además, allí pone al descubierto nuestro morbo, nuestra indiferencia, nuestra falta de solidaridad, nuestra perversión, nuestra inhumanidad; en fin, eso que en el fondo somos.
A través de una breve historia de la fotografía de guerra, del impacto que produce la imagen en las retinas de los seres humanos, Sontag construye sus interrogantes, sus argumentos, su discurso, para al fin presentarnos su particular visión de eso que en el fondo somos... la verdad, nada alentadora.
Desde la guerra de Crimea y la de Secesión de Estados Unidos —entre “las primeras guerras importantes de las que los fotógrafos dieron cuenta”— pasando por las dos guerras mundiales, la guerra civil española, Vietnam, Camboya, Somalia hasta llegar a la guerra de los Balcanes, entre otras; así como la iconografía de sucesos que han conmocionado a la opinión pública mundial, como los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en New York y Washington. Manipulación, odio, intolerancia, crueldad, indiferencia, injusticia, hipocresía se encuentran compactados en cada párrafo, en cada página de Ante el dolor de los demás. Mientras uno lee es imposible no pensar que el mundo estaría mucho mejor sin nosotros.
Por ejemplo, frente al hallazgo de una serie de fotografías de víctimas negras de linchamientos en pueblos marginales de Estados Unidos (entre 1890 y 1930), la autora escribe: “Las fotos se hicieron en calidad de recuerdos y algunas fueron convertidas en postales; más de unas cuantas muestran a espectadores sonrientes, probos ciudadanos y cristianos fieles como sin duda era el caso de la mayoría, los cuales posan ante una cámara con el fondo de un cuerpo desnudo, carbonizado y mutilado colgando de un árbol”. Cuadro que nos remite instantáneamente, un siglo después, a lo que soldados estadounidenses hicieron, ya no con cadáveres, sino con cuerpos de prisioneros torturados en Abu Ghraib. O los retratos que hacían de los prisioneros (acusados de “intelectuales” o “contrarrevolucionarios”) los Khmer Rouge, antes de ejecutarlos; costumbre, por cierto, copiada de la Unión Soviética del camarada Stalin. O lo que en la década del noventa solían hacer con sus enemigos los soldados serbios durante la guerra de Kosovo. Una práctica (fotografiar a sus víctimas) que, como se ve, no es exclusiva de una época o cultura. “Lo que es ‘bárbaro’ para uno es el ‘sólo estoy haciendo lo que hacen los demás’ para otros”.
Y quizá aquí se encuentre lo más terrible de todo: que personas en apariencia normales, comunes y corrientes, sean capaces de llegar a cometer las peores atrocidades a causa de la intolerancia. O simplemente aprobarlas, que quizá no suene igual pero que termina siempre siendo lo mismo.
¿Qué hacer entonces ante el dolor de los demás?
No basta con la compasión, nos dice Sontag. “La compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita”.
Esa es tal vez la gran interrogante que nos deja esta pequeña obra maestra que recién acabo de terminar y que ya he comenzado a releer.
*La imagen que acompaña al post pertenece a la serie de aguafuertes Los desastres de la guerra, de Goya, a los que Sontag, en varias oportunidades, hace referencia en su libro.
PS: La semana pasada, el gobierno de los Estados Unidos autorizó a empresas de ese país la venta por un monto de 59 millardos de dólares en armamento a sus aliados en el Golfo Pérsico, Egipto e Israel. “La locura que corre por el mundo da impulso a la industria de la defensa”, dice Jim Cramer, de la cadena CNBC. “Estos contratos no hay que verlos sólo como una ayuda a los países aliados en el Medio Oriente, sino como una ayuda a la industria local. El futuro se presenta brillante para este sector”.
3 comentarios:
Lo ue sucede y ha sucedido en nuestro pais es un ejemplo de ello.
cuando alguien me dice que los venezolanos somos amables o que esas atrocidads que hemos sufridos afirman que son cubanos, ya que los venezolanos no somos asi. solo les receurdo a Espinoza y a Boves.
Es algo inherente al ser humano, y ninguan educacion y ninguna moral nos la podra cambiar
Estimado Victor:
Soy Victoria Cherquis. Dicto un modulo sobre periodismo digital en un Máster on-line de la Universidad de Alcalá de Henares, España. Uno de nuetsros trabajo requiere la lectura del libro "Ante el dolor de los Demás" de Susan Sontag. Una alumna que reside en Caracas me explica que no lo consigue alli; que dejó de editarse hace dos años. Apelo a usted para consultarle si sabe de alguna librería en Caracas donde ella lo pueda encontrar. Muchas gracias de antemano. Saludos cordiales. Victoria
hola, victoria:
qué tal.
adquirí "ante el dolor de los demás" en una librería de la ciudad de barquisimeto. en verdad no lo he visto en las librerías caraqueñas. aquí te dejo el email de libro ciencias y sus números telefónicos a ver si todavía conservan ejemplares de la obra de sontag: libroscienciasm@cantv.net (0251) 230.62.49 al 230.62.52. o en todo caso que tu alumna pruebe llamar directamente a la editorial santillana en caracas: 235.30.33.
suerte y saludos.
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