¿Quién podría olvidar la primera vez?
Uno convertido en un manojo de nervios, con una ansiedad imposible de calmar, con las hormonas a millón; una mezcla de sensaciones nunca antes experimentadas, vividas, y lo que es peor, con tan poca información, o más bien información caótica, tergiversada, de lo que significa enfrentarnos a nuestra primera vez, a nuestro primer encuentro sexual.
Mi primera vez fue a los dieciséis. Esa edad cuando creemos saberlo todo y en realidad sabemos tan poco. Tuve la fortuna de que fuera con una mujer siete años mayor, incluso con un hijo de meses a cuestas. En el fondo quizá demasiado conservadora para mi curiosidad de entonces: yo quería verlo todo, probarlo todo, con la luz encendida; sin embargo, siempre me topaba con los límites que ella iba dibujando en la intimidad. Como era natural, yo terminaba accediendo a sus deseos, aunque fuera a costa de los míos. Incluido el de tener sexo a plena luz. Era tímida, con una ingenuidad que a veces me costaba creer que fuera verdadera, una mujer sin lugar a duda extraña. Pese a todo, ahora en la distancia, no puedo sino recordarla con profundo afecto.
No sé que vio ella en mí, nunca me atreví a preguntárselo durante los casi tres años que nos mantuvimos jugando a los amantes.
Pero ¿a cuenta de qué viene todo esto?
A cuenta de que las cosas parecieran haber cambiado poco en lo últimos veinticuatro años: pese a vivir en la era de la información, de las telecomunicaciones y la internet, en lo que se refiere a sexo, los adolescentes y jóvenes de hoy a veces se enfrentan a la misma desinformación, tergiversaciones, tabúes, en fin, al caos de veinticuatro años atrás.
En la excelente sección “Sexo sin tabú” de Vanesa Davies, en el diario El Nacional, leí el pasado miércoles lo siguiente: “A los 21 años, Mariana es virgen; no por falta de pretendientes, sino por temor a que resulte una experiencia dolorosa y traumática. Esto se debe a una educación represiva de la sexualidad, asociando el sexo como fuente de malestar, algo pecaminoso, deshonesto. En definitiva, mensajes negativos”. La anterior es la respuesta de la doctora Aminta Parra, de la Unidad de Terapia y Educación Sexual, a una inquietud manifestada, supongo, por una joven lectora de la sección de Davies. Más adelante se lee: “Con base a su experiencia clínica la especialista afirma que sólo 2 de cada 10 mujeres reporta placer o gratificación en su primera relación sexual; ‘es decir, a 80% le resulta una vivencia negativa, dolorosa, no satisfactoria’”. Y poco después: “Contrariamente a lo que se podría pensar, también se convierte en algo poco confortable para los hombres. ‘Puede ser doloroso. Puede haber sangramiento por penetrar de manera inadecuada una vagina seca, e inclusive por penetraciones fuertes a la vagina cerrada de la compañera sexual (quien también se encuentra ansiosa)’”.
En lo que a mí respecta, el sexo no puede ser sino una experiencia placentera para los amantes (en plural, porque pudieran ser más de dos en la misma cama, si así lo consienten los involucrados, desde luego), no el mecanismo natural de preservación de la especie, como quieren hacérnoslo ver algunas religiones (¿o todas?) y nuestros abuelos. Y para conseguir que el sexo se convierta en una experiencia de verdad placentera, no hay nada mejor que la información. Bien sea de primera mano, es decir, hablando sin tapujo con nuestra pareja de cama, o buscando información en fuentes adecuadas, expeditas, como libros o revistas especializadas.
Otra cosa fundamental que debería tenerse en cuenta es que los padres empiecen a hablar de sexo con sus hijos desde muy temprano. No esperar a que las hormonas de los muchachos se desboquen para hacerlo. Mientras mayor información tengan a su disposición sobre las relaciones sexuales, llegado el momento, enfrentarán con mayor responsabilidad y placer esa primera vez. Y por supuesto existirá menos posibilidades de que comentan errores o sean engañados.
Cuenta la leyenda que Napoleón Bonaparte solía decir: “contar con la información adecuada y oportuna equivale a tener ganado el 90% de una batalla”. En el caso que nos ocupa, no sólo estaríamos preparando a los muchachos a disfrutar de relaciones sexuales más placenteras y responsables, sino evitándoles embarazos no deseados y lo que pudiera ser mucho peor: enfermedades que no sólo podrían marcarlos para siempre, sino incluso costarles la vida.
Uno convertido en un manojo de nervios, con una ansiedad imposible de calmar, con las hormonas a millón; una mezcla de sensaciones nunca antes experimentadas, vividas, y lo que es peor, con tan poca información, o más bien información caótica, tergiversada, de lo que significa enfrentarnos a nuestra primera vez, a nuestro primer encuentro sexual.
Mi primera vez fue a los dieciséis. Esa edad cuando creemos saberlo todo y en realidad sabemos tan poco. Tuve la fortuna de que fuera con una mujer siete años mayor, incluso con un hijo de meses a cuestas. En el fondo quizá demasiado conservadora para mi curiosidad de entonces: yo quería verlo todo, probarlo todo, con la luz encendida; sin embargo, siempre me topaba con los límites que ella iba dibujando en la intimidad. Como era natural, yo terminaba accediendo a sus deseos, aunque fuera a costa de los míos. Incluido el de tener sexo a plena luz. Era tímida, con una ingenuidad que a veces me costaba creer que fuera verdadera, una mujer sin lugar a duda extraña. Pese a todo, ahora en la distancia, no puedo sino recordarla con profundo afecto.
No sé que vio ella en mí, nunca me atreví a preguntárselo durante los casi tres años que nos mantuvimos jugando a los amantes.
Pero ¿a cuenta de qué viene todo esto?
A cuenta de que las cosas parecieran haber cambiado poco en lo últimos veinticuatro años: pese a vivir en la era de la información, de las telecomunicaciones y la internet, en lo que se refiere a sexo, los adolescentes y jóvenes de hoy a veces se enfrentan a la misma desinformación, tergiversaciones, tabúes, en fin, al caos de veinticuatro años atrás.
En la excelente sección “Sexo sin tabú” de Vanesa Davies, en el diario El Nacional, leí el pasado miércoles lo siguiente: “A los 21 años, Mariana es virgen; no por falta de pretendientes, sino por temor a que resulte una experiencia dolorosa y traumática. Esto se debe a una educación represiva de la sexualidad, asociando el sexo como fuente de malestar, algo pecaminoso, deshonesto. En definitiva, mensajes negativos”. La anterior es la respuesta de la doctora Aminta Parra, de la Unidad de Terapia y Educación Sexual, a una inquietud manifestada, supongo, por una joven lectora de la sección de Davies. Más adelante se lee: “Con base a su experiencia clínica la especialista afirma que sólo 2 de cada 10 mujeres reporta placer o gratificación en su primera relación sexual; ‘es decir, a 80% le resulta una vivencia negativa, dolorosa, no satisfactoria’”. Y poco después: “Contrariamente a lo que se podría pensar, también se convierte en algo poco confortable para los hombres. ‘Puede ser doloroso. Puede haber sangramiento por penetrar de manera inadecuada una vagina seca, e inclusive por penetraciones fuertes a la vagina cerrada de la compañera sexual (quien también se encuentra ansiosa)’”.
En lo que a mí respecta, el sexo no puede ser sino una experiencia placentera para los amantes (en plural, porque pudieran ser más de dos en la misma cama, si así lo consienten los involucrados, desde luego), no el mecanismo natural de preservación de la especie, como quieren hacérnoslo ver algunas religiones (¿o todas?) y nuestros abuelos. Y para conseguir que el sexo se convierta en una experiencia de verdad placentera, no hay nada mejor que la información. Bien sea de primera mano, es decir, hablando sin tapujo con nuestra pareja de cama, o buscando información en fuentes adecuadas, expeditas, como libros o revistas especializadas.
Otra cosa fundamental que debería tenerse en cuenta es que los padres empiecen a hablar de sexo con sus hijos desde muy temprano. No esperar a que las hormonas de los muchachos se desboquen para hacerlo. Mientras mayor información tengan a su disposición sobre las relaciones sexuales, llegado el momento, enfrentarán con mayor responsabilidad y placer esa primera vez. Y por supuesto existirá menos posibilidades de que comentan errores o sean engañados.
Cuenta la leyenda que Napoleón Bonaparte solía decir: “contar con la información adecuada y oportuna equivale a tener ganado el 90% de una batalla”. En el caso que nos ocupa, no sólo estaríamos preparando a los muchachos a disfrutar de relaciones sexuales más placenteras y responsables, sino evitándoles embarazos no deseados y lo que pudiera ser mucho peor: enfermedades que no sólo podrían marcarlos para siempre, sino incluso costarles la vida.
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