A finales de
los años ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, por azares del destino,
llegaron a mis manos una serie de libros que hablaban del universo y las distintas
teorías y leyes que el hombre se había visto en la necesidad de formular para entenderlo
y explicarlo. Entre otros autores que ya no recuerdo, había libros firmados por
Bertrand Rusell y Stephen Hawking. Pese a que hubo conceptos que nunca llegué a
asir por completo, que se escaparon irremediablemente y para siempre a mi
comprensión, leí con interés y deleite aquellos libros. El Big Bang, la Teoría General
de la Relatividad, la Teoría Cuántica, las singularidades espaciotemporales,
los agujeros negros, los agujeros de gusano eran algunos de los conceptos que
sus autores allí desarrollaban y trataban de explicar, de la manera más
coloquial posible, con el fin que legos en la materia como yo pudiéramos
entenderlos.
Ahora, la
hermosa y emocionante Interstellar, de Christopher Nolan, me ha hecho
retornar de un tirón a aquella época y a aquellos libros.
El argumento
de la película es como sigue: en un futuro al parecer no muy lejano, la
humanidad se ha visto considerablemente mermada y algunos cultivos atacados por
plagas que amenazan con extenderse a otros. Gran parte de la población se
dedica a la agricultura. A pesar de ello, hay escases de alimentos y de tanto
en tanto las pocas poblaciones o asentamientos de gentes se ven azotadas por
gigantes y agresivas tormentas de arena. Quizá por estos motivos la opinión
pública es muy sensible con el asunto de los gastos destinados a la investigación
que nada tiene que ver con la solución de los males cotidianos como, por
ejemplo, la exploración espacial. Sin embargo la NASA, o lo que queda de ella,
trabaja en un proyecto súper secreto. Así es como nos enteramos que la única
salvación de la raza humana se halla fuera de nuestro planeta. A partir de acá
la película se adentra en una serie de tecnicismo que, para alguien nada ducho
en la materia, puede generarle cierta confusión. Aunque, como es lógico pensar,
no es preciso que el espectador conozca dichos términos y conceptos (de los que
ya hablaba en el primer párrafo) para entender y disfrutar de la narración de la que se ocupa Interstellar. La utilización de dichos términos y conceptos está
plenamente justificada por tratarse de una película de ciencia-ficción. Además,
sus consecuencias son fundamentales en el desarrollo y resolución de la
historia. Lo que sí me gustaría dejar claro es que, como todo buen relato de
ciencia-ficción, Nolan y su equipo se han documentado y empapado de los temas
que aborda de forma extraordinaria. Por más fantasiosa que pueda resultar la
peli para algunos, todos sus tramos y giros cuentan con un asidero científico. Y,
siendo honestos, si nos detuviéramos un momento a analizar la inmensidad del
universo, ¿acaso lo fantástico no sería pensar que haya vida en la Tierra?
En el
universo, al menos la parte que conocemos, la vida es la excepción y no la
regla.
Como ya nos
tiene acostumbrados, Nolan nos ofrece un film cargado de acción, suspenso, cuestionamientos
morales y gran cantidad de emociones. Pese a las casi tres horas que dura la
peli, nunca sentí la tentación de mirar el reloj. Sobre todo porque es
imposible apartar los ojos de la pantalla. Pestañar significa perderse un
detalle importante de la trama o dejar pasar una imagen sobrecogedora. Pero hay
algo en esta película que no había notado en trabajos anteriores de su inteligente y atrevido director: un discurso más intimista, sensible y comprometido
con ese sentimiento universal que es el amor. Porque al fin y al cabo es del
amor que nos habla Interstellar. No sólo del amor que profesa un padre a sus
hijos, sino el amor que siente una mujer por un hombre, y viceversa, y hasta del
amor desmedido que un científico puede mostrar hacia su trabajo. No en vano, a
cierta altura de la historia, en una crucial disyuntiva que se presenta en el
horizonte inmediato de los personajes, de cuya decisión depende todo lo que
está por venir, uno de ellos suelta el siguiente diálogo: “El amor es lo único
que trasciende el tiempo y el espacio”.
Y esta
también pareciera ser la premisa que a su vez Nolan intenta demostrar con Interstellar, un blockbuster con firma de autor.