En junio de 2009 visité Montevideo por primera vez.
Pese a haber visitado varias ciudades de América Latina en el período comprendido entre 1995 y 2002, a causa de mi antiguo trabajo, nunca se me había presentado la oportunidad de viajar allí. Tendrían entonces que transcurrir otros siete años, cambiar de profesión y abrirse una mayor distancia entre Montevideo y la ciudad en la que habito para por fin conocerla.
El viaje lo motivó el montaje de una de mis piezas que se estrenó en el Teatro AGADU, Canelones 1122, el 18 de abril de aquel mismo año. Tengo que confesar que a partir de ese día guardo especial agradecimiento a la gente del colectivo Ilusionario Teatro (mis queridos Javier Barboza y Luciana Acuña), a cargo de quien corrió la producción de la obra, porque, de lo contrario, creo que jamás hubiera visitado la capital de la República Oriental del Uruguay y, como es natural, me hubiera perdido de una singular y muy grata experiencia.
Bastaron apenas cinco días para quedar prendado de Montevideo. A mis ojos se mostró como una ciudad limpia y ordenada, con una arquitectura en la que se entremezclan lo moderno y lo antiguo con una naturalidad pasmosa. Por ejemplo, en Ciudad Vieja, la zona más antigua y a partir de la cual se originó el Uruguay que hoy conocemos, se conservan muchos edificios de estilo colonial que datan de la fundación de la ciudad (entre 1724 y 1726), como el Cabildo y la basílica metropolitana. A través del bulevar Sarandí, un hermoso pasaje a cuyos lados se levantan cafés, restaurantes, librerías, galerías de arte, amplias y arboladas plazas y a lo largo del cual los artistas y artesanos callejeros montan sus tarantines (con un orden y una estética no muy familiares para alguien que vivió años en Barquisimeto y Caracas), la ciudad antigua, poco a poco, va cediendo terreno y protagonismo a la más moderna. Pero es quizá en la Puerta de la Ciudadela (único vestigio de la muralla que antes protegía a Montevideo de las invasiones), que se encuentra frente a la Plaza Independencia, que esta percepción se hace mucho más pronunciada y evidente. A partir de allí se abre a nuestros sentidos una ciudad más dinámica y cosmopolita, con amplias avenidas, altos edificios (destaca el Palacio Salvo, a los pies de la avenida 18 de Julio), comercios, bancos, numerosas plazas y espacios verdes que hacen del paseo un trayecto sumamente placentero.
Antes de pisar suelo uruguayo, mi esposa y yo habíamos pasado unos días en Buenos Aires, ciudad que no me cansaré de visitar y que, cada vez que el destino me ofrece la ocasión, aprovecho de regresar a ella. Allí siempre me esperan buenos amigos, las mesas de cafés y restaurantes de donde no me apetecería levantarme nunca, librerías con precios solidarios y teatros con carteleras diversas y atractivas. Siguiendo los consejos de Lyl Torres, no cogimos un vuelo que nos llevara de Buenos Aires directo a Montevideo, sino que decidimos cruzar el Río de la Plata en barco. Como lo hacen muchos a diario. El sólo hecho de zarpar de las instalaciones de la empresa Buquebus, en el exclusivo barrio de Puerto Madero, surcando las aguas del turbio río hasta tocar tierra al otro lado, mereció el recorrido. Quizá con esta imagen en mente, el siguiente tramo se nos hizo más dócil y soportable: casi dos horas de viaje en autobús desde Colonia a Montevideo.
Cuando finalmente arribamos a destino, en la Terminal Tres Cruces nos esperaba Javier Barboza, un muchacho alto, de tez blanca, pelo liso y castaño y ojos traviesos como los de los niños. Javier es un joven y prometedor actor que, junto con Luciana Acuña, su pareja y partner, fundó Ilusionario Teatro para producir y llevar a las tablas sus propios proyectos y espectáculos en la competitiva escena teatral montevideana. Nos recibió con enorme jovialidad y cariño, como si nos conociéramos de toda la vida, cuando, en realidad, sólo llevábamos poco menos de un año cruzándonos emails y chateando de tanto en tanto a través de la red. Después de los abrazos, besos y de las primeras palabras de nuestro encuentro en persona, abandonamos la terminal de autobuses. Como en estos casos sugiere el sentido común, no fuimos enseguida a registrarnos al hotel sino a recoger a Luciana en su trabajo con el fin de dar un rápido recorrido y un vistazo inicial a la ciudad. El tiempo, cuando se está en tierras ajenas, hay que aprovecharlo al máximo.
Así pensamos la gente de teatro.
Montados sobre el Renault Twingo de Javier y Luciana, con Javier al volante y una jovial, sonriente y dicharachera Luciana ocupando el asiento del copiloto, dimos entonces nuestro primer reconocimiento a Montevideo. Paseamos por las ramblas que, en cierto sentido, redibujaban el contorno del litoral montevideano para conductores y transeúntes (a propósito, las ramblas, a cada ciertos kilómetros, cambian de nombre; nuestro hotel, por ejemplo, quedaba en el tramo denominado Gran Bretaña) y pudimos apreciar el sobrecogedor espectáculo que nos regalaba la bahía a esas horas de la tarde: a nuestra derecha la ciudad y al otro lado el río que la acaricia perenemente.
A medida que avanzábamos en el recorrido, bien por boca de Luciana o del propio Javier, algunos datos e historias de la ciudad se nos iban revelando y ensanchando la imagen que de ella empezábamos a formarnos.
Montevideo se encuentra entre las ciudades más seguras de América Latina y es la de mayor calidad de vida de la región. De eso no nos quedó duda en aquel primer paseo de reconocimiento. Se podía notar en el ambiente, con una simple mirada a las calles y avenidas; en la gente y los vehículos que circulaban a nuestro alrededor; en los barrios en donde nos internábamos; en las fachadas de los edificios… Quizá por tener inconscientemente preconcebida una imagen errónea de la ciudad, después de viajar tanto por la región, me sorprendió descubrir todo lo que estaba abriéndose ante mis ojos en aquel momento. Una experiencia en extremo lúdica, emocional y desde luego sumamente grata.
Otros datos importantes: los uruguayos no llegan a 3,5 millones y sólo en Montevideo viven 1,3. En caso de ampliar el radio de acción al área metropolitana, la cifra alcanzaría casi los 2 millones de habitantes. Es decir, en la capital vive el 58 % de la población del país. Y eso siendo Montevideo el departamento con la menor superficie de entre los 19 en que se divide geográfica y políticamente la República Oriental del Uruguay.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario