sábado, 3 de noviembre de 2007

Envejecer es sólo cuestión de tiempo


El tiempo lo trastoca todo, lo transforma todo; todo lo erosiona. Es así de simple e implacable. Nada queda indiferente ante su paso.

Hay cosas que a vuelo de pájaro parecieran decirnos lo contrario. Como las pirámides de Egipto o aquellas otras levantadas por las culturas precolombinas. Pero no es que estas cosas hayan conseguido sustraerse a la implacable ley del tiempo, es sólo que su ritmo de envejecimiento es mucho más lento, más pausado.

Y si el tiempo tiene la propiedad de erosionar hasta las piedras, ¿qué podríamos esperar para nuestra piel? Esa piel que va cayendo a medida que van discurriendo los años, que va haciéndose más delgada, perdiendo flexibilidad, brillo y entonces comienza a deslucir hasta que llega el momento en que quedamos atrapados, sepultados bajo una manta de arrugas.

Dramático, ¿no es cierto?

Pues de esto y de mucho más nos habla La piel de Elisa, de la galardonada dramaturga canadiense Carole Fréchette, estrenada el pasado viernes en la sala Espacio Plural del complejo Trasnocho Cultural, con las actuaciones de Diana Volpe y William Escalante.

Una mujer nos cuenta historias de amor como si fueran suyas. Las desmenuza con delicadeza deteniéndose en cada imagen, en cada sensación, como si las viviera de nuevo. Va saltando de historia en historia mientras interactúa con el público y nos pide que miremos la piel de sus manos, de sus mejillas, de su cuello, de sus codos. ¿Qué vemos? De pronto vuelve a retomar el hilo de la historia de turno, de manera minuciosa, cuidando cada detalle, porque “los detalles son importantes”, nos dice.

A medida que va y viene de las otras historias, aparentemente inconexas —¿a dónde nos quiere llevar esta mujer?—, nos deja colar retazos de lo que pareciera ser su propia historia. Nos habla de un muchacho que le habla mientras ella llora en la mesa de un bar. ¿Hay algún secreto en todo esto? ¿Dónde está el misterio? Y otra vez pide que miremos la piel de sus manos, de sus mejillas, de su cuello, de sus codos... Algo nos queda claro: a esta mujer le preocupa enormemente su piel...

Diana Volpe nos deleita con su magistral interpretación de la angustiada Elisa; sabe crear el suspenso que exige el texto para llevarnos poco a poco, in crescendo, hacia su explosivo y revelador final. El texto de Fréchette es a la vez exultante y conmovedor, con una estructura muy atractiva, nada convencional y sí en extremo inteligente. Escalante está allí sólo para reforzar la historia de Elisa y hace justo lo que tiene que hacer. Que analizándolo bien, no es poca cosa después de todo.

La piel de Elisa es dirigida por el reconocido director canadiense Robert Tsonos, y producida por Juan Carlos Azuaje de Teatrela, con el auspicio del Instituto de las Artes Escénicas y Musicales, IAEM, y la Embajada de Canadá. Estará en cartelera hasta el 25 de noviembre en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural, viernes y sábados, a las 9 PM, y los domingos a las 7 PM.

Si usted es de aquellos que le temen a envejecer, entonces no deje de verla.

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