"Las sociedades no son colectivos. Las sociedades son personas en interacción.”
Arturo Peraza, S. J.
Las sociedades, como cualquier organismo vivo, suelen enfermar.
A veces su salud puede verse afectada por trastornos menores y pasajeros como un simple resfriado; o por los micro-organismos que atacan a los pies. Sin embargo, en ocasiones puede tratarse de enfermedades más complejas, duraderas y peligrosas.
De estás últimas nos habla José Saramago en su Ensayo sobre la ceguera.
Saramago se vale de una poderosa metáfora para hacernos una puesta en escena de los más bajos instintos de los seres humanos. Súbitamente, y sin saber cómo ni por qué, la gente anónima de una anónima ciudad comienza a quedarse ciega. El trastorno se propaga como reguero de pólvora y pronto se convierte en epidemia. El gobierno nacional, en pocas horas, al darse cuenta de que el “mal blanco” —así bautizan a la ceguera, porque tiene la particularidad de no dejar a quien la padece en tinieblas sino sumergido en un vacío blanco— es sumamente contagioso, toma la decisión de aislar no sólo a los afectados sino a todo aquel que haya tenido algún contacto con ellos. El temor es casi siempre el detonante para las peores acciones o resoluciones del género. A partir de aquí comienza el descenso a los infiernos y vemos cómo personas, aparentemente comunes y corrientes, con principios y valores, se sumergen en la mierda y, encima, retozan en ella.
Los ciegos que nos interesan (o los que quiere el autor que nos interesen) no sólo son aislados y abandonados a su suerte en las instalaciones de un antiguo manicomio (una de las tantas y deliciosas ironías que Saramago construye a lo largo de su relato), sino que a su alrededor se levanta un cerco militar con la amenaza explícita de que si alguno de los internos pretendiera salir, no dudarían ni un segundo en acribillarlo. Y nada como un militar para cumplir este tipo de órdenes, ya sabemos, con suma y fría eficacia. Como era de preverse, por la magnitud contagiosa de la ceguera, en poco tiempo las instalaciones colapsan: las camas no son suficientes, no hay agua o la que sale de las tuberías no es apta para el consumo, las cañerías se tapan, los alimentos que prometieron traer no llegan a sus horas (o simplemente no llegan) y, para colmo, nunca alcanzan para todos... Tampoco, como era de esperarse, tardan en aparecer los actos de canibalismos entre los internos (los dientes afilados y relucientes de la miseria humana); primero los actos de supervivencia y luego los de la más profunda abyección: el decreto de la conocidísima ley del más fuerte —fuerza, a propósito, que casi siempre concede las armas de fuego.
Permítanme a esta altura hacerles y hacerme un par de preguntas: ¿no nos suena esta historia demasiado conocida, demasiado familiar? ¿Acaso no hemos escuchado o leído algo parecido en el pasado?
En lo que a mi respecta, creo que la ceguera utilizada por Saramago como detonante de su relato, el mal blanco, ya ha sido padecida por otras sociedades en el pasado, algunas lo padecen en el presente y no es muy difícil pronosticar que otras lo padecerán en el futuro, porque, sencillamente, esa es parte esencial de nuestra naturaleza. Para no retroceder demasiado y remitirme apenas a nuestra historia contemporánea, el mal blanco antes ha recibido nombres como nazismo, fascismo, stalinismo y apartheid; por citar sólo a cuatro de sus variantes. Las similitudes son evidentes: un grupo que teme u odia a otro; basta que uno de los dos tenga algo de poder para que inicie las arremetidas contra quienes considera sus enemigos; en nuestra Historia, tal vez el miedo ha sido nombrado de muchas maneras...
La prosa de Saramago es rica, deliciosa, llena de matices y cargada de ironía. Quizá, en algún momento de la lectura, hallemos que una o dos de las argumentaciones de las subtramas luzcan débiles, no verosímiles, no obstante, eso no le quita fuerza o poderío a la narración. Nos puede chocar por unos minutos pero pronto lo echamos al olvido.
Desde luego, no todos los personajes en Ensayo sobre la ceguera son ciegos, básicamente porque el autor —y sus lectores— necesita un par de ojos que al menos vea lo que sucede, aunque se trata de algo puramente técnico, literario, porque como lo dice el propio y único personaje vidente en varias oportunidades, es tan ciega como el resto del mundo.
En estos días de profunda polarización que vivimos, valdría la pena cuestionarnos sobre si somos parte de una sociedad enferma, consumida por la ceguera, como la que nos muestra Saramago en Ensayo sobre la ceguera. ¿Estamos nosotros también ciegos o somos como una de las protagonistas: vemos pero en el fondo sólo deseamos estar tan ciegos como los demás?
Es apenas una de las muchas interrogantes que me ha obligado a hacerme Ensayo sobre la ceguera; una novela que da para pensar, reflexionar, cuestionarnos una y otra vez.
¿No les parece?
PS para cinéfilos: una versión cinematográfica de Ensayo sobre la ceguera, titulada Blindness, comenzó a filmarse en septiembre pasado bajo la dirección del brasileño Fernando Meirelles (Ciudad de Dios, El jardinero fiel). El guión ha sido escrito por el canadiense Don McKellar bajo la supervisión directa del propio Saramago. Entre la ficha artística destacan nombres como el de Julianne Moore, Mark Ruffalo, Danny Glover, Gael García Bernal y Alice Braga.
Arturo Peraza, S. J.
Las sociedades, como cualquier organismo vivo, suelen enfermar.
A veces su salud puede verse afectada por trastornos menores y pasajeros como un simple resfriado; o por los micro-organismos que atacan a los pies. Sin embargo, en ocasiones puede tratarse de enfermedades más complejas, duraderas y peligrosas.
De estás últimas nos habla José Saramago en su Ensayo sobre la ceguera.
Saramago se vale de una poderosa metáfora para hacernos una puesta en escena de los más bajos instintos de los seres humanos. Súbitamente, y sin saber cómo ni por qué, la gente anónima de una anónima ciudad comienza a quedarse ciega. El trastorno se propaga como reguero de pólvora y pronto se convierte en epidemia. El gobierno nacional, en pocas horas, al darse cuenta de que el “mal blanco” —así bautizan a la ceguera, porque tiene la particularidad de no dejar a quien la padece en tinieblas sino sumergido en un vacío blanco— es sumamente contagioso, toma la decisión de aislar no sólo a los afectados sino a todo aquel que haya tenido algún contacto con ellos. El temor es casi siempre el detonante para las peores acciones o resoluciones del género. A partir de aquí comienza el descenso a los infiernos y vemos cómo personas, aparentemente comunes y corrientes, con principios y valores, se sumergen en la mierda y, encima, retozan en ella.
Los ciegos que nos interesan (o los que quiere el autor que nos interesen) no sólo son aislados y abandonados a su suerte en las instalaciones de un antiguo manicomio (una de las tantas y deliciosas ironías que Saramago construye a lo largo de su relato), sino que a su alrededor se levanta un cerco militar con la amenaza explícita de que si alguno de los internos pretendiera salir, no dudarían ni un segundo en acribillarlo. Y nada como un militar para cumplir este tipo de órdenes, ya sabemos, con suma y fría eficacia. Como era de preverse, por la magnitud contagiosa de la ceguera, en poco tiempo las instalaciones colapsan: las camas no son suficientes, no hay agua o la que sale de las tuberías no es apta para el consumo, las cañerías se tapan, los alimentos que prometieron traer no llegan a sus horas (o simplemente no llegan) y, para colmo, nunca alcanzan para todos... Tampoco, como era de esperarse, tardan en aparecer los actos de canibalismos entre los internos (los dientes afilados y relucientes de la miseria humana); primero los actos de supervivencia y luego los de la más profunda abyección: el decreto de la conocidísima ley del más fuerte —fuerza, a propósito, que casi siempre concede las armas de fuego.
Permítanme a esta altura hacerles y hacerme un par de preguntas: ¿no nos suena esta historia demasiado conocida, demasiado familiar? ¿Acaso no hemos escuchado o leído algo parecido en el pasado?
En lo que a mi respecta, creo que la ceguera utilizada por Saramago como detonante de su relato, el mal blanco, ya ha sido padecida por otras sociedades en el pasado, algunas lo padecen en el presente y no es muy difícil pronosticar que otras lo padecerán en el futuro, porque, sencillamente, esa es parte esencial de nuestra naturaleza. Para no retroceder demasiado y remitirme apenas a nuestra historia contemporánea, el mal blanco antes ha recibido nombres como nazismo, fascismo, stalinismo y apartheid; por citar sólo a cuatro de sus variantes. Las similitudes son evidentes: un grupo que teme u odia a otro; basta que uno de los dos tenga algo de poder para que inicie las arremetidas contra quienes considera sus enemigos; en nuestra Historia, tal vez el miedo ha sido nombrado de muchas maneras...
La prosa de Saramago es rica, deliciosa, llena de matices y cargada de ironía. Quizá, en algún momento de la lectura, hallemos que una o dos de las argumentaciones de las subtramas luzcan débiles, no verosímiles, no obstante, eso no le quita fuerza o poderío a la narración. Nos puede chocar por unos minutos pero pronto lo echamos al olvido.
Desde luego, no todos los personajes en Ensayo sobre la ceguera son ciegos, básicamente porque el autor —y sus lectores— necesita un par de ojos que al menos vea lo que sucede, aunque se trata de algo puramente técnico, literario, porque como lo dice el propio y único personaje vidente en varias oportunidades, es tan ciega como el resto del mundo.
En estos días de profunda polarización que vivimos, valdría la pena cuestionarnos sobre si somos parte de una sociedad enferma, consumida por la ceguera, como la que nos muestra Saramago en Ensayo sobre la ceguera. ¿Estamos nosotros también ciegos o somos como una de las protagonistas: vemos pero en el fondo sólo deseamos estar tan ciegos como los demás?
Es apenas una de las muchas interrogantes que me ha obligado a hacerme Ensayo sobre la ceguera; una novela que da para pensar, reflexionar, cuestionarnos una y otra vez.
¿No les parece?
PS para cinéfilos: una versión cinematográfica de Ensayo sobre la ceguera, titulada Blindness, comenzó a filmarse en septiembre pasado bajo la dirección del brasileño Fernando Meirelles (Ciudad de Dios, El jardinero fiel). El guión ha sido escrito por el canadiense Don McKellar bajo la supervisión directa del propio Saramago. Entre la ficha artística destacan nombres como el de Julianne Moore, Mark Ruffalo, Danny Glover, Gael García Bernal y Alice Braga.
5 comentarios:
Hace un rato escribí un comentario al libro de Saramago. Me parece que deja de lado muchos elementos, sobre todo la suposición –antropológicamente errada-, de que la desincronización entre la vista y las acciones pudiera producir un caos social de tales proporciones. Te dejo el vínculo, por si te interesa.
Saludos.
Saramago vs. Camus
Hola Vicente:
Leí tus reflexiones en las que comparas las novelas de Camus y Saramago. Te soy sincero: mientras leía “Ensayo sobre la ceguera” no me acordé ni por un momento de “La peste”, una novela que leí hace ya bastante tiempo, en mi adolescencia, que me encantó y me impactó tanto o más que la de Saramago. De hecho, tu trabajo me obligó a buscar “La peste” en mi biblioteca y hojearla un buen rato. Y sí, desde luego existen paralelismos entre ambas historias... pero también grandes diferencias... Por ejemplo, Camus aborda su novela desde el realismo mientras que Saramago lo hace desde el absurdo. Tal vez sea esto lo que en el fondo te ha molestado de “Ensayo...”. Sin embargo, no hay que olvidar que ambas historias son metáforas muy bien construidas, cada una al estilo y posibilidades de sus autores. Para mí, como lo digo en mi nota, no se trata más que de ponernos al frente un espejo y mirar qué somos capaces de hacer en situaciones extremas, límites. Por supuesto que un ciego es capaz de valerse por sí mismo, pero luego de un pertinente proceso de adaptación. ¿Qué pasaría si ese proceso no puede darse, que no hay nadie que lo ayude durante la transición? ¿Qué pasa si todos nos quedamos ciegos de la noche a la mañana? Esa es la situación límite que nos propone Saramago en su libro. El choque es brutal para los personajes y las reflexiones quedan casi todas para el narrador omnisciente. En cambio, en “La peste”, pese a que los acontecimientos son también dramáticos, no están llevados al límite ni rodeados de absurdo como en “Ensayo...”. Es decir, en el mundo real, hay más probabilidad de que pase lo que cuenta Camus que lo que cuenta Saramago. Otra diferencia es que los personajes en la novela de Saramago se dejan llevar por los acontecimientos, se entregan y sólo les importa satisfacer sus necesidades básicas (como si fueran animales) mientras que los de Camus no se entregan y luchan hasta el final. Hay un abismo insalvable entre la única chica que ve en “Ensayo...” y el doctor que no adquiere la peste de la novela de Camus, ¿no crees?
Bueno, esa es mi modesta opinión.
Un saludo,
PS: coloqué un link en mi blog hacia tus cuadernos azul y marrón
El Ensayo y La fiebre, ambas, y ahora tus reflexiones me hacen recordar una historia de mis panas de la facultad de medicina...
en uno de los programas de "penetración" de las comunidades indigenas del extremo sur de la república bolibanana (pero en tiempos puntofijistas). Este grupo en especial estaba formado por médicos viajeros sirviendo el rural en una población secundaria del Estado Bolivar que, cada cierto tiempo, se motaban en una curiara (fuera de borda), y se adentraban hacia el territorio casi virgen, en donde sobrevivían comunidades neolíticas (creo que yanomami, mis memorias la nubla el tiempo).
En una ocasión, llegaron a una aldea que habían visitado en varias ocasiones anteriores, encontrándola alegre y amistosa. Puede explicarse la sorpresa del grupo de jóvenes profesionales al no ser recibidos por los niños y las niñas desde el ropio río, nadando junto a la curiara, riendo y mojando las caras de los recién llegados.
Al pisar tierra, descubrieron que todos los habitantes se encontraban letárgicos, malhumorados, y el cacique mantenía un comportamiento tiránico, gritando constantemente, mientras los otros miembros de la tribu trataban de complacerlo en todo lo que pedía, aunqu nada pareciera satisfacerle.
Los médicos empezaron a tomar las medidas de los miembros de la tribu, y por más que pasaron todo el día, no pudieron llegar a un diagnóstico razonable al momento de llegar la noche. Sin sentirse rechazados, pero tampoco bienvenidos adecuadamente, los muchachos se sentaron en la cena comunal y compartieron lo que tenían los indígenas. El shaman y el cacique comieron pocos y mas bien se dedicaron a recitar un largo dialogo que no entendieron los médicos y el mecánico, cuyo entrenamiento en antropología y lenguas ind´ígenas era nulo.
El cacique pronto estaba paseándose por la tienda, y con una rama seca qe llevaba en la mano, azotaba a todo el que se dormía. Hasta el shaman recibió lo suyo, cuando en uno de sus monólogos, se desplomó del sueño. El mecánico dijo:
Cuando un miembro de la tribu está enferma, toda la tribu está enferma
Los universitarios le vieron a la cara y el dr. Rangel (nombre inventado), jefe de la expedición y el más experimentado en este tipo de operaciones de penetración profunda, señaló entonches al jefe.
- Yo creo que tenemos un caso de insomnio. Se levantó, tomó una píldora del kit médico, tomó la tapara del jefe, la llenó de chicha se dirigió al jefe inquieto y se la ofreció junto con la píldora.
El jefe las tomó ambas, le devolvió la tapara, y continuó frenético reprimiendo a los durmientes que descubría. Los niños lloraban, la gente protestndo en su idioma, todos parecen hablar al mismo tiempo. Como a las 12 de la noche, el jefe se recostó y, cuando los narcóticos finalmente hicieron su trabajo, se quedó dormido.
La tribu continuó agitada unos minutos, pero cuando empezaron a quedarse dormidos, se fue silenciando ráídamente hasta que todos estaban roncando.
Durmieron toda la noche y no despertaron durante el día. Los médicos se bañaron, hablaron, comieron de sus provisiones de chocolate y jugos de fruta, jugaron juegos de mesa y se aburrieron, pero la tribu dormía plácida.
Despertaron a la hora habitual del siguiente día. Primeor fueron los niños, quienes salieron corriendo riendo rumbo al río. Luego las mujeres, que también fueron al río, prendieron los fuegos y se dedicaron a preparar comida. Los hombres comenzaron a hablar animadamente con los visitantes, conocieron a los nuevos integrantes y abrazando a los que les eran conocidos. Varias partidas salieron a cazar y pescar.
El jefe despertó al último, y parecía desorientado al ver a toda la tribu despierta, mientras el seguía dormido. Rangel, que no abandonó nunca su puesto al lado del jefe se levantó se acercó y condujo al anciano hacia la puerta de la tienda. El jefe rechazó su ayuda y tomó su bastó y comenzó a pasearse por toda la tribu hablando con todos. Los niños gritaron de regocijo cuando le vieron y salieron corriendo del río para acompañarlo a bañarse.
La misión fue un éxito y en momento adecuado. El jefe sólo había sufrido de insomnio unos pocos días (ellos contaban hasta 3 y luego la palabra era 4 hasta el infinito era "muchos"). La lección es también, relevante hoy.
Porque hoy el Goriloro está enfermo como eran enfermas las ambiciones que le llevaron al golpe de estado en 1992 y luego a la presidencia en elecciones en 1998. Las poquitas semanas que estuvo preso sólo sirvieron para dar forma al liderazgo mas atrabiliario del Goriloro y sus compinches. Y al salir, comenzó un noviazgo contra-natura con Fidel (qsaslyd*), quien entonces no era el despojo flatulento y moribundo de hoy. Rapidoto hay que hacer una adecuación constitucional-jurídica para poder comandar las dos islas de la felicidad bolibanana, Cuba y Venezuela.
El Goriloro está enfermo, y todo el país está enfermo.
Gracias por despertar memorias remotas. Es muy interesante lo que escribes. Puse un vínculo en mi blog.
salud,
Bandera Negra
(*) Que Su Agonía Sea Lenta Y Dolorosa
Sí, es interesante comparar textos, al menos es una forma de aproximarse a la literatura. ¿Qué te parece el “informe sobre ciegos” de Sábato en Sobre héroes y tumbas? Porque, en lo que a ciegos se refiere, Sábato y su genial relato me dejaron muy impresionado.
Ojo, no asumo que lo hayas leído, simplemente te doy una de mis referencias. Detesto la aproximación esa en la cual la gente se cae a citas a ver “quién leyó más”, como si eso probara algo. No es mi caso, no te lo digo por pedante, simplemente que Sábato me pareció genial en su relato de los ubre-ciegos.
Saludos cordiales, nos estamos leyendo, por ahora ando con problemas de spam que resolveré en 48 hrs pero pronto volvemos al aire…
Hola, Vicente:
En realidad no he leído “Sobre héroes y tumbas” de Sabato. De él sólo ha caído en mis manos su estupenda novela “El túnel” (que me la he leído como diez veces) y dos colecciones de ensayos excelentes: “Apologías y rechazos” y “El escritor y sus fantasmas”. “Sobre héroes y tumbas” sigue estando entre mis to do, que espero concretar un día de estos... saludos
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