martes, 17 de julio de 2018

En el país de Alicia (I)

Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, 
es hora de comenzar a decir la verdad.
Bertolt Brecht

Mientras recorríamos los pasillos del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía, esos que llevan desde las puertas de desembarque al área de inmigración, hubo un momento en el que Irma y yo nos hemos mirado instintivamente a la cara y, con este breve y sencillo gesto, ha quedado sobreentendido para ambos lo que pasaba por la cabeza del otro: nunca antes en nuestras muchas idas y vueltas, en nuestros muchos arribos a aquel aeropuerto, nos habíamos topado con tanta desolación. Aparte de los pasajeros del vuelo P5 7008 de Wingo, procedente de Bogotá —en el que viajábamos—, parecía que en ese instante no estuviera desembarcando ningún otro vuelo. Nuestra percepción ha quedado refrendada cuando en el área de inmigración apenas hemos tenido que formarnos unos pocos minutos para cumplir con los procedimientos de entrada al país.

Eran las seis y cuarenta y cinco de la tarde de un día miércoles.

Tampoco había demasiada gente en la zona del aeropuerto reservada para la retirada del equipaje facturado. De hecho la mayoría de rostros que he podido apreciar allí me han lucido familiares; supuse entonces que habrían venido con nosotros en el P5 7008. Aguardamos un buen rato antes de que la correa en la que se indicaba que saldrían nuestras maletas comenzara a funcionar, a moverse.

Fuera esperaba por nosotros Juan Carlos, un viejo y entrañable amigo de la infancia, con quien tuve la fortuna de cursar prácticamente toda la carrera universitaria en la UCLA de Barquisimeto. Días atrás él no solo se había ofrecido para irnos a recoger a Maiquetía, sino que incluso nos había puesto su casa a nuestra entera disposición con el fin de alojarnos durante nuestra estadía en Caracas. De modo que tras los abrazos y las primeras palabras que nos hemos cruzado, dirigimos con agilidad nuestros pasos hacia su camioneta.

En el parking, entretanto metíamos el equipaje en el maletero, se nos han acercado tres niños y un señor pidiendo que le diéramos alguna ayuda. La insistencia era el único rasgo distintivo que al parecer compartían el hombre y los niños. Juan Carlos les ha informado en un tono nada amigable, de que no cargábamos efectivo encima, que el efectivo era un bien escaso por esos días, tan difícil de conseguir como la honestidad y volviéndose hacia nosotros nos ha pedido que subamos rápido a la camioneta. Eso hemos hecho enseguida Irma y yo. Dentro del vehículo, Juan Carlos murmura entre dientes —como para sí mismo— que Venezuela se ha convertido en una nación de pedigüeños, ha puesto el motor en marcha y hemos enfilado con rumbo a su casa.

En el trayecto nos topamos con una autopista Caracas-La Guaira también desolada, casi vacía. Solo unos pocos coches subían y bajaban por los diferentes carriles. Como era día de semana, esa soledad no me pareció compatible con la de otras épocas y así se lo he hecho saber en un comentario a mi amigo.

—Mucha gente tiene los carros parados en sus casas por falta de repuestos. Si a esto le añades la cantidad de personas que está saliendo del país, entonces puedes hacerte una idea del por qué la autopista se encuentra tan sola. Además, a estas horas ya la gente está «guardada». A menos que sea indispensable salir a la calle, a estas horas todos prefieren mantenerse resguardados en sus casas.

A causa de los elevados índices de criminalidad, la inseguridad está entre las principales preocupaciones para los venezolanos.

Había anochecido y en ningún tramo de la autopista funcionaba el alumbrado público. O mejor dicho, solo en los boquerones —los dos túneles que atraviesan el sistema montañoso que separa a Caracas del litoral— hemos podido notar algo de luz artificial, aparte, desde luego, de la de los faros de los poquísimos coches con los que nos habíamos topado bajando o subiendo de La Guaira.

Confieso que Irma y yo nos habíamos preparado mentalmente a lo largo de semanas con la finalidad de enfrentarnos a estas y otros tipos de situaciones que imaginábamos nos íbamos a encontrar durante nuestra visita. Para los venezolanos que vivimos en el exterior los problemas que afectan al país no nos son ajenos. La distancia no tiene por qué hacernos indiferentes. Pero una cosa es leerlo o verlo en los medios de comunicación o redes sociales, o incluso escucharlo de boca de nuestros propios familiares, amigos o conocidos, y otra muy distinta era constatarlo en directo, de primera mano. Nadie puede experimentar la sensación de estar frente al mar a través de las opiniones de otros; hay que estar frente al mar para saber de verdad qué es eso, para saber con exactitud qué se siente.

Como Santo Tomás ante la noticia de la resurrección de Jesús.

O quizás era más como observar las montañas que ahora se desplegaban frente a nosotros, salpicadas de miles de puntos luminosos, un espectáculo que recuerdo siempre asombraba y fascinaba a los extranjeros que por vez primera subían de noche a Caracas desde Maiquetía; los venezolanos, en cambio, sabíamos muy bien que detrás de aquel subyugante espectáculo se escondía una realidad diferente. Que la experiencia de contemplar aquellas montañas de noche no era ni remotamente parecida a la de hacerlo con la luz del día.

(Continuará)

10 comentarios:

Coco Martinez dijo...

Cuando el próximo?...Lais Hidalgo

Jesus dijo...

Esperamos la siguiente entrega Víctor y, gracias por permitirnos viajar contigo

Víctor Vegas dijo...

Querida Lais: La próxima entrega de mi crónica de viaje la publicaré el próximo martes. Estimo que serán aproximadamente unas diez entregas de similar extensión a esta primera. Cada martes las tendrás disponible acá en mi blog y cada martes las compartiré en mis redes sociales. ;)

Víctor Vegas dijo...

Jesús: Gracias a ti por leerme y me alegra que hayas disfrutado de la lectura.

Unknown dijo...

Nadie podía narrarlo mejor que tú. Que lo hiciste y lo sentiste. Es desgarrador ver q nuestro país tan hermoso, lleno de los más bellos sitio turísticos e históricos, un país que no tiene nada que envidiar le a ningún otro lo hayan acabada en tan poco tiempo. Espero la próxima entrega. Abrazos

Víctor Vegas dijo...

¡Gracias, querida Sonja! ¡Otro gran abrazo para ti!

Ligia Álvarez dijo...

Continuaré leyendo cuando salga la próxima entrega.

Ing. Héctor R. Lucena O. dijo...

Mi querido amigo! Más elocuente y más real, no pueden ser tus palabras de tu visita. Grato fue verte, y recordar tantas cosas que vivimos. Ojalá en tu próxima vi sita,el relato que hagas, sea el opuesto al escrito, y a los que te faltan por escribir. Excelente artículo. Cuento los días para leer las siguientes entregas. Saludos amigo, saludos hermano!

Víctor Vegas dijo...

Querida Ligia, gracias por leerme. La siguiente entrega la publicaré el próximo martes.

Víctor Vegas dijo...

¡Hey, querido Héctor! Gracias. Ojalá así sea. Lo esperamos todos. ¡Un fuerte y fraternal abrazo!