jueves, 13 de noviembre de 2014

El encanto de las soluciones imaginarias

Un barrio habitado por gente gris, presa de la rutina, que sólo tiene tiempo de pensar en el trabajo; camiones cargados de piedras que circulan por sus calles; un cinturón azul, un veneno “mata ratas”, hombres de traje negro y pasamontañas; un bosque al que nadie sabe cómo llegar; la insólita leyenda que, mucho tiempo atrás, el mismo barrio de gente gris fue hogar de inventores; camiones cargados de piedras que circulan por sus calles; un bar regentado por un hombre misterioso, ambivalente, llamado Óscar, al que el protagonista considera su amigo y a quien acude cada vez que necesita explicaciones, respuestas; una esposa que más que aliada parece enemiga; callejuelas interminables que acaban conformando una especie de laberinto; Alfred Jarry y su patafísica; una joven ciclista que realiza maravillosas figuras sobre una bicicleta roja (al tiempo que toma fotos) y que terminará trastocando la cotidianidad del protagonista y de la gente gris que habita el barrio… ¡Y camiones cargados de piedras…! Con estos elementos, y otros tantos en su zurrón de escritor a los que echa mano, Edgar Borges construye en La ciclista de las soluciones imaginarias una fábula trasgresora, de atmósfera sugestiva y subversiva, que desconcierta a la vez que increpa a la mente racionalista del lector.

¿Sucede en realidad todo cuanto pasa ante nuestra vista mientras leemos? ¿O todo cuanto ocurre, todo cuanto nos cuenta el narrador, ocurre sólo en su mente, en su mente trastornada de personaje de novela?

Porque no lo he dicho hasta ahora, pero el personaje principal, el narrador de la obra, el señor Silva, un burócrata que ejerce de contable en el Ayuntamiento, padece un raro trastorno denominado “el mal de la mirada trastocada”: enfermedad que en ocasiones lo hace perder la conexión, el contacto con el mundo exterior y sumergirse en divagaciones del pasado, en sus recuerdos, cuando era joven y vivía en Ciudad de México.

A medida que avanzamos en la lectura, con absoluta maestría en el arte de narrar, Borges nos va envolviendo en el mundo interior y exterior del señor Silva, en sus filias y fobias, en los pensamientos recurrentes que vuelven una y otra vez a su cabeza, generándoles dudas y terrores. Porque el señor Silva es un hombre que vive cuestionándose su propia existencia, y a pesar de estar convencido de que tiene buena memoria, a veces duda de lo que ha visto y vivido, duda de lo que siente y recuerda. “Algunas veces llegué a creer que alguien aceleró tanto el ritmo de la realidad que había dejado de ser realidad. Y de ser así, ¿qué era eso a donde llegaba a destiempo mi mirada? ¿Acaso la otra realidad? ¿Era en la lentitud donde habitaba la otra realidad?”, reflexiona, ya hacia el final, el señor Silva.

Mientras buceaba en los mundos y las atmósferas de La ciclista de las soluciones imaginarias, cada tanto algunos de sus fragmentos o pasajes me remitían a esos otros mundos y atmósfera creados por Kafka en El proceso, o por Murakami en Crónica del pájaro que da cuerda al mundo... Y hasta a esos otros mundos y atmósferas que congregan las alucinantes y entretenidas novelas del argentino César Aira. Ya se sabe: en una novela hay muchos mundos en los que el lector puede perderse y al mismo tiempo encontrarse.

La obra de Borges es un maravilloso mecano (que él arma y desarma a placer), una portentosa metáfora que invita al lector a echar la mirada atrás, a los lejanos días de su infancia, y a la vez le demanda a precisar cuándo fue que dejó de soñar, de reír y de imaginar, cuándo dejó de mirar el mundo desde la perspectiva de un niño. ¡Y qué diferente serían las cosas hoy en día si muchos de nosotros hubiéramos conservado aquella mirada! Pero desafortunadamente, a medida que pasan los años, a medida que crecemos, vamos reemplazando nuestros sueños (y sobre todo nuestra imaginación) por una realidad que acaba agobiándonos. En las sociedades modernas todo está dispuesto con el fin que la educación formal, de familia y de calle condicione nuestra imaginación. Y una vez que esto ha sucedido, somos fácil presa de la manipulación. Manipulación que, bien vale aclararlo, tiene múltiples aristas y orígenes: familia, amigos, escuela, trabajo, mercado, Estado, movimientos sociales, etcétera, etcétera. De manera que la novela de Borges también pudiera ser entendida como una conspiración de la realidad cuyo más caro objetivo es hacernos sucumbir ante sus normas y reglas, acallar poco a poco y para siempre al niño que aún vive en nosotros.

Lo frustrante y paradójico quizás sea que el único que puede ayudarnos a enfrentar e intentar vencer dicha conspiración es justamente el niño que vive aún dentro de nosotros. Porque ya se sabe: la imaginación es lo único que puede salvarnos.

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