jueves, 5 de junio de 2008

Obama, EE.UU. y el resto del mundo

En el día de ayer Barack Hussein Obama se proclamó candidato oficial del partido Demócrata para las próximas elecciones presidenciales de EE.UU. Rato después algunos medios especulaban con las siguientes cifras en cuanto a las intenciones de voto del pueblo norteamericano, de cara a las elecciones: 47% para Obama y 44% para McCain. Por lo visto, a ambos candidatos les espera un largo y tortuoso camino de aquí al 4 de noviembre. Y en mi opinión particular, por lo que ya hemos presenciado, el recorrido será más tortuoso y largo para Obama que para McCain.

Al día siguiente, hoy, Gustavo Ott —a mi juicio una de las mentes más brillantes del país—, conocedor de la sociedad estadounidense tanto como conoce a la venezolana, me envió un excelente artículo que leí, disfruté y quise reproducir aquí íntegramente (con el debido consentimiento de su autor, por supuesto) porque además de coincidir con muchas de sus reflexiones, creí de especial interés compartirlas con los visitantes de este blog.

Es algo largo, pero, créanme, vale la pena llegar hasta el punto final.

OBAMA Y ESA GENTE DE LAS CUATRO LETRAS

Por Gustavo Ott
http://www.gustavoott.com.ar/

Es un tópico decir que hay una historia norteamericana incontable, bochornosa y triste y que, por otro lado, hay también una historia de los Estados Unidos de Norteamérica profunda, noble, emancipadora, solidaria y compasiva. Y que en medio de las dos se disuelve el mundo. La historia noble, también como tópico, es una historia oculta, maltratada y despreciada, que, sin embargo, es capaz de inventar para salvar y que está preparada para utilizar el alma como herramienta del progreso. Quiero decir que hay una historia de los que se atreven a hacer, cuando desechan lo perverso, lo que nadie ha podido ni imaginado jamás. Una historia que mezcla la idea de la revolución con el cine, el jazz con la emancipación, la inmigración con llegar a la Luna, los derechos civiles con el baseball, Internet con la Libertad y la Libertad con un impulso todopoderoso y anhelado, Dios mismo. Desde Whitman a Williams, para algunos de estos ciudadanos de las cuatro letras “E.E.U.U.”, Dios, si existe, es la Libertad.

Digo que esta historia profunda norteamericana aparece y se cuenta tan poco que uno a veces la duda. Pero entonces, cuando más se le necesita, la vuelven a contar; desde los solares olvidados de Missisippi hasta el campesino triturado por el dinero en Iowa. Desde la pobreza multicolor de Nueva Orleáns post Katrina hasta el ghetto minoría expulsado de la historia de Chicago y Nueva York. Es la misma historia de los desamparados en casas rodantes de Florida, de los treinta millones de ciudadanos del país más rico del planeta que no tienen seguro, de los expulsados de sus casas por bancos atiborrados de hipotecas, de los restos de derrotados con su carrito de supermercado como vivienda, mesa, familia e ilusión. Y todo al lado de la riqueza y el poder más espectacular jamás vista.

Es la historia heroica censurada por la ferocidad, la competencia y la discriminación que se cuenta desesperada desde la abundancia y que hoy, 3 de junio del 2008, ha empezado a ser contada otra vez. Una historia que parece comenzar como todas: “había una vez un país poderoso roto por dentro”, pero que sigue con: “y entonces, cuando nadie lo esperaba, de ese país roto por dentro, apareció un senador de Illinois”.

La Europa del bienestar, aún con los avances sociales que los ciudadanos norteamericanos apenas pueden soñar, no tiene en su libro de Historia Contemporánea un relato tan impactante e inspirador como éste de un senador afroamericano que, con el menos popular de los nombres, Barack Hussein Obama, conquista a su pueblo. Que un Hijo de emigrantes, criado en la pobreza, a los 46 años llegue a ser candidato a la presidencia del país más poderosos del planeta y que, quizás, más que probablemente, gane, posee una connotación no sólo especial, sino cultural y hasta metafórica que inspira de una manera, como pocas veces vemos en la realidad y demasiadas en la ficción. Ya quisiera la Europa y la inteligencia política del Reino Unido, Alemania, Francia y muy especialmente España, con sus prejuicios e intolerancia, llegar a pensar si quiera en hacer propia una historia como ésta.

Obama parece darle una dosis de decencia y respeto a un país que poco o nada ha hecho en los últimos 10 años para merecerla. El General John Abizaid, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en el Golfo Pérsico en el 2006, definió no sólo a los EE.UU. de principios de siglo con palabras muy duras, sino que explicó con su frase esa decepción norteamericana que todos sentimos: “Nuestro fracaso en Iraq se debe a nuestra ignorancia, prepotencia, y sobre todo, a la más simple falta de respeto por los demás”, dijo. En los tiempos de la dignidad usurpada, el pueblo norteamericano tiene una oportunidad colosal —como las que acostumbra a tener— con este civil “orejón” (así se definió ayer él mismo), que no fue pastor de la Iglesia y, digo yo, ni falta que le hacía, con una voz antigua, apasionada y respetuosa, pero contundente, que de pronto me hace pensar que la Decencia no llega demasiado tarde.

En su discurso de hoy, exactamente al cumplir 200 años del fin de la venta de esclavos en América, Obama le ha dicho al mundo que es posible cambiar no sólo a su país y devolverle la sensibilidad y el respeto por los demás, sino que también es posible cambiar al mundo. Nada menos. Y a pesar de la hipérbole, sucede que tiene razón.

Porque llegan sus palabras precisamente cuando este planeta está lanzando serias advertencias sobre su destino, en especial, sobre la posibilidad de que el futuro no sea probable, ni siquiera posible, y sobre la necesidad que tiene la raza humana de pensar si su colosal historia sobre esta roca, tercera desde el sol, tiene la capacidad para enmendar recientes errores letales cometidos. Y es que se trata de un planeta que sin lo mejor de los EE.UU., se nos deshace en las manos a todos.

Por eso, lo que sucede allá y lo que dice este hijo de madre soltera, alimentado con las migajas del sistema, tiene que ver conmigo y contigo. Desde el cambio climático, hasta la inmigración, la hambruna, el secuestro de la libertad, el fin de la Democracia, es decir, esto que somos nosotros y que, por comodidad llamamos especia humana, no tiene mucha historia por venir sin los Estados Unidos. Y si con Gore se perdió la ocasión de prevenir el colapso del mundo, con Obama se gana quizás la última oportunidad de salvarlo y además, comenzar un mundo nuevo.

Hoy, 3 de junio, oír a Obama no era únicamente recordar a King, sino más bien conocer una voz nueva, única, capaz de decirle a su gente que ya es hora de hacer otra historia, que esta noche de junio del 2008 comienza “una historia que nos permitirá, en los años venideros, decirle a nuestros hijos que finalmente nos dimos cuenta que no éramos tan fuertes ni tan potencia si no podíamos curar al enfermo, sin proveer de Seguridad Social a los desvalidos, sin acabar con la guerra, sin darle trabajo al desempleado, sin permitirle a los jóvenes el acceso a la esperanza. Eso es: quizás los EE.UU. son la última esperanza del mundo. Pero también es la mejor esperanza que el mundo tiene”, sentenció.

El pasado, como se sabe, es retórica, más bien gramática. Y el futuro, es conocido, suele perder frente al pasado y reproducirlo sin pudor. Muchos creen que el pasado, con su fuerza y reacción, se impondrá y, como es su deber, acabará con la esperanza. Pero también hay momentos en que el futuro se hace de una pasión nueva, creativa, la misma pasión del arte que aparece y que no existía antes, y así es capaz de hacer regresar al pasado a su prisión literaria. Esa pasión, que rebelde grita que sí hay algo nuevo bajo el sol, me parece, es la que despierta Obama. Y qué privilegio el nuestro de poder ser testigos de esta singular épica de un senador negro de Illinois que, desde la pobreza y la exclusión, tiene la rara oportunidad de salvar al mundo con una historia norteamericana profunda que provoca contar. Y adueñarse de ella.

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