viernes, 6 de junio de 2008

Anoche, a la medianoche


Hoy 6 de junio de 2008, si alguien o algo debería vestirse de luto, ese alguien o algo debería ser la palabra en español. Anoche, a la medianoche, murió uno de sus mayores amantes, un laborioso artesano que siempre se acercó a ella con respeto, admiración, cuidado y esmero. Hablo del poeta venezolano Eugenio Montejo. Siempre que alguien me pide nombrar a dos artesanos de la palabra en nuestro país, invariablemente, de mi boca salen dos nombres: Rafael Cadenas y Eugenio Montejo.

A continuación me he tomado la libertad de reproducir uno de los poemas de Montejo que encabeza mi lista de imprescindibles:

MANOA
No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire,
ningún indicio de sus piedras.

Seguí el cortejo de sombras ilusorias
que dibujan sus mapas.
Crucé el río de los tigres
y el hervor del silencio en los pantanos.
Nada vi parecido a Manoa
ni a su leyenda.

Anduve absorto detrás del arco iris
que se curva hacia el sur y no se alcanza.
Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos,
—siempre más lejos.

Ya fatigado de buscarla me detengo,
¿qué me importa el hallazgo de sus torres?
Manoa no fue cantada como Troya
ni cayó en sitio
ni grabó sus paredes con hexámetros.
Manoa no es un lugar
sino un sentimiento.

A veces en un rostro, un paisaje, una calle
su sol de pronto resplandece.
Toda mujer que amamos se vuelve Manoa
sin darnos cuenta.
Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, va en camino,
pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.

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