Lo había olvidado.
Mientras limpiaba el disco duro de mi computador, de gran parte de la porquería que uno suele descargar de internet, me topé con un artículo que me hizo retornar instantáneamente a aquella tercera semana del mes de julio de 2003; aquella semana negra para la bohemia latinoamericana.
Pero no digo más. Sólo reproduzco a continuación, en su totalidad, el artículo de Victoria Rhode, publicado en el diario El Impulso el 3 de agosto de 2003.
Mientras limpiaba el disco duro de mi computador, de gran parte de la porquería que uno suele descargar de internet, me topé con un artículo que me hizo retornar instantáneamente a aquella tercera semana del mes de julio de 2003; aquella semana negra para la bohemia latinoamericana.
Pero no digo más. Sólo reproduzco a continuación, en su totalidad, el artículo de Victoria Rhode, publicado en el diario El Impulso el 3 de agosto de 2003.
Bohemia in black
Por Victoria Rhode
La tercera semana del recién acabado y lluvioso mes de julio, tal vez sea recordada en adelante como una de las más negras y tristes para la bohemia latinoamericana. Tres fueron sus bajas. Tres sus derrotas frente a la persistencia del tiempo y el orden implacable de la vida.
La primera de ellas lleva por nombre Máximo Francisco Repilado Muñoz, mejor conocido como Compay Segundo, el extraordinario músico y compositor cubano que a mediados de los noventa retornó del olvido para seducirnos con su armónico, sus sones y su voz. Algunos lo recordarán como uno de los simpáticos viejecitos que montado sobre ese inusual éxito llamado Buena Vista Social Club, recorrió los más importantes escenarios del mundo, arrancándole aplausos y excelentes comentarios a los entendidos —y a los que no entendemos tanto, también. Aun cuando ya él venía en ascenso, el proyecto de Ry Cooder, y el posterior film de Wim Wenders, permitieron que ese ascenso fuera más acelerado, más expedito, cosa muy conveniente para un hombre que acababa de cumplir los noventa. De la cinta de Wenders recuerdo la silueta delgada, parsimoniosa de Compay Segundo, mostrándonos las calles de la Habana, el malecón y una fábrica de tabacos, encaramado sobre un descapotable de los años cincuenta. Me atrevería a decir que Compay Segundo murió feliz (si es que eso sea factible) pues vivió según su propio deseo: “Tener cerca mi guitarra, un tabaco y un traguito de ron para disfrutar con los amigos. Lo mejor de la vida, caballero”. ¿Acaso un genio de la bohemia necesitaba más?
La segunda baja fue en literatura y se llama Roberto Bolaño. Los premios Herralde (1998) y Rómulo Gallegos (1999) por su influyente novela Los Detectives Salvajes, le concedieron enorme promoción a escala mundial y lo develaron como joven promesa de las narrativas hispánicas. Sin embargo, ya venía de revolver (no he querido emplear el sustantivo revolución) los estratos de la poesía con un movimiento de vanguardia denominado infrarrealismo, que fundó en Ciudad de México, a mediados de los setenta, junto con otros poetas aztecas. El estilo a veces irreverente, a veces corrosivo pero siempre original e intenso de sus textos poéticos y narrativos es celebrado por sus lectores que, a uno y otro lado del Atlántico, no se cuentan por pocos. Particularmente, de sus libros de poesía llegó a mis manos Tres, un viaje alucinante por cuerpos, lugares de aquí y de ninguna parte y por la literatura: su gran pasión. De allí destaco, de manera especial, Los Neochilenos, un road poem, si es posible el término. Al final de uno de sus escritos poéticos leemos: “Muerte que no me traía el descanso, Pues tras corromperse mi carne Aún seguía soñando”. Lástima que los que quedamos de este lado ya no podremos seguir su prolífica, vehemente y aguda imaginación.
Del tercer y último adiós de esta infortunada semana se ha hablado y llorado bastante. Tanto, que la noticia de la muerte de la Guarachera de América, Celia Cruz, literalmente anuló los otros dos adioses y se adueñó de los espacios disponibles en los medios como de los pañuelos de millones de melómanos alrededor del mundo. Dos de sus canciones me conmocionaron en su momento y siguen teniendo la magia de hacerme revivir la misma extraña sensación cada vez que las escucho. Ellas son: Usted abusó, mi primer contacto con La Reina de la salsa y, la otra, de más reciente data, La vida es un carnaval. Ambas ejemplo de su camaleónico olfato para mantenerse vigente en la cartelera musical. En uno de sus últimos trabajos discográficos, Siempre Viviré (2000), grabó una versión tropical del super-éxito de Gloria Gaynor, I will survive. Ese tema viene a ser un resumen rítmico de lo que fue su vida. Allí la escuchamos cantar: “Oye mi son/ mi viejo son/ tiene la clave/ de cualquier generación/ en el alma de mi gente/ en el cuero del tambor/ en las manos del bonguero/ en los pies del bailador:/ Yo viviré”.¿Quién se atrevería a negarlo?
Así ha cerrado este mes-diluvio de julio de 2003: la bohemia de luto y la inmortalidad de júbilo.
1 comentario:
Yo amo la canción que cantó con los Fabulosos Cadillacs, "Vasos Vacíos". Nada mejor que eso y caña para curar un despecho. Sin embargo, la versión de "I Will Survive" no me gustó particularmente... No sé, manías de uno, será.
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