Decía Viktor Frankl que las personas pueden conservar un vestigio de la libertad espiritual, de independencia mental, incluso en los momentos más terribles, de tensión psíquica y física. Y para explicarlo traía a cuento una anécdota de cuando fue prisionero de varios campos de concentración entre los años 1942 y 1945: «Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino».
Y aunque lejos de comparar la actual situación de Venezuela con la
de los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial —nada más apartado
de mis intereses y naturaleza—, me gustaría traer a colación tres iniciativas
de tres buenos amigos que en la Venezuela de hoy trabajan en función de que los
efectos de la entropía no sean todo los devastadores que prometen ser en sus
entornos personales ni por supuesto en los de otros.
Omar y yo nos conocemos desde que cursáramos juntos el cuarto y
quinto año de bachillerato en el Liceo Mario Briceño Iragorry. En la actualidad
es Técnico Superior Universitario Agrícola, Perito Agropecuario y Licenciado en
Estudios Ambientales con postgrado, maestría y doctorado en esta área. También
se ha desempeñado como docente, investigador, asesor profesional en temas
ambientales y, desde hace algunos años, decidió emprender una iniciativa que tiene
como punto de partida una planta frutal, no solo autóctona sino emblemática del
Estado Lara: el semeruco (Malpighia
emarginata). A Omar se le ocurrió producir licor a partir del fruto de este
arbusto que años atrás solía crecer de forma silvestre. «La iniciativa comienza
con un estudio sobre el retroceso que ha tenido el árbol del semeruco en
nuestra región», dice, «El objetivo original de dicha investigación era conocer
desde el punto de vista fisiológico y etológico el porqué de este retroceso, a
qué se asociaba, y desde luego había además un interés docente de mi parte:
deseaba darlo a conocer entre las nuevas generaciones porque en las primeras
etapas de mi trabajo me di cuenta de que muchos de nuestros jóvenes y niños no
conocían la planta y todavía menos el fruto del semeruco». En aquel entonces,
hablamos del año 2010, Omar estaba a cargo de la Coordinación de Estudios
Ambientales de la Universidad Yacambú. Fue desde esta institución que dirigió
sus investigaciones. «Entre las propiedades más resaltantes del semeruco puedo
citarte que contiene 40 veces más vitamina C que la naranja». A lo largo de la
investigación mi amigo realizó varios viajes a México y República Dominicana donde
también crecen otras variedades de la planta. Su intención era la de cruzar estas
distintas variedades con la autóctona con el fin de mejorar la calidad y
cantidad del fruto. Gracias a su trabajo ha conseguido que en lugar de dos
cosechas al año la planta ofrezca a quienes la cultiven tres cosechas al año.
En un principio la idea de Omar era cultivar la planta y producir zumo a partir
de su fruto, pero pronto descartó esta idea puesto que se dio cuenta de que era
una opción inviable debido a que se necesitarían cantidades ingentes del fruto.
«Más tarde, hablando con un amigo que es maestro licorero, se nos ocurrió lo de
hacer licor de semeruco». A mediados de 2015, ambos comienzan a realizar las
primeras pruebas y a compartir los resultados entre familiares, amigos y
conocidos. El éxito fue de tal magnitud que en mayo del año siguiente ya estaban
conformados en empresa (El semeruco de Lara) y produciendo las primeras
botellas de licor de semeruco. Ahora exportan el producto a siete países de
América Latina y están elaborando otros géneros para la preparación de cocteles
como coñac, mojito y licor de piña y se encuentran en las últimas fases de
producción de un té a base de semeruco que se obtiene a partir del mosto de la
pulpa. «Hemos tenido y seguimos teniendo un montón de dificultades e
inconvenientes para sacar adelante nuestra empresa y nuestros productos; no es
nada fácil emprender en Venezuela en los tiempos actuales, pero confiamos profundamente
en este país y hemos decidido apostar por él». Y esto a su vez lo hace con un
respeto y un compromiso por el medio ambiente encomiables. Omar es partidario —y
un convencido a ultranza— de que tenemos la obligación de minimizar el impacto que
causamos sobre el planeta a través de los desechos y residuos que generan las
actividades humanas. «La conservación de la Tierra y de su vida silvestre tal y
como la conocemos debería estar por encima de cualquier interés económico»,
concluye.
Trabajé durante años con Lyl. Juntos vivimos buenos y malos momentos
en Seagram de Venezuela. Es una de las personas más responsables, colaboradoras y con mayor
iniciativa con las que he tenido la fortuna de trabajar a lo largo de mi vida
laboral. Y confieso que lo mejor de trabajar con ella ha sido que con los años
hemos llegado a desarrollar una espléndida y sólida amistad. Un proyecto que
pongas en sus manos debes tener la casi plena seguridad de que lo sacará
adelante. Lyl es madre de un niño de diez años y, como buena madre, se preocupa
de la educación de su hijo. Esto la ha empujado a formar parte de la asociación
de padres y representantes del colegio donde está matriculado su pequeño. Ha
sabido compaginar su rol de madre y profesional con un voluntariado que en un
país como el nuestro exige más tiempo del que muchos estarían dispuestos a entregar.
Entre otras cosas, allí se ha encargado de la tesorería de la asociación. Con
la mente puesta en mantener a los docentes de la institución estimulados —que a
causa de la precariedad de sus salarios no se sintieran tentados a desertar
como lo han hecho muchos maestros y profesores de las instituciones públicas—,
la asociación de padres y representantes del colegio donde estudia el hijo de
Lyl se enfrentó al dilema de sacar de sus propios bolsillos cierta cantidad de
dinero (en divisas, dólares para ser exactos) que sirviera de suerte de
compensación para intentar que el nivel y la calidad de la enseñanza en el
colegio no se vinieran abajo, no se vieran comprometidos ni desmejoraran.
Realizaron un plan en el que comenzaron a solicitar a cada padre (tenían que
hacerlo de motu proprio para no meter al colegio en dificultades con el
gobierno, puesto que este tipo de complementos o compensaciones están prohibidos y más aún si se realizan en moneda extranjera), de forma regular, una cantidad en dólares que
luego repartían entre los docentes en un acto que se llevaba a cabo fuera de las instalaciones del colegio, y
de acuerdo a un criterio que tenía en cuenta el nivel o responsabilidad de cada docente. Además, la asociación de
padres y representantes vela porque todo marche como debe marchar en el colegio;
son o funcionan como una especie de pararrayos que evita que los alumnos
reciban los impactos de la crisis de manera directa. En la medida de lo posible intentan
mantener los marrones alejados de los niños, algo para nada sencillo en la
situación actual del país.
Con Glennys cursé gran parte de mis estudios de pregrado en la
Escuela de Ciencias de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (UCLA),
o en lo que en los actuales tiempos se conoce como Decanato de Ciencias y
Tecnología (DCyT). Desde hace años Glennys se desempeña como docente en este
centro de estudios. Allí dicta clases tanto a alumnos que estudian Ingeniería
en Informática como a aquellos otros que cursan Análisis de Sistemas. La
primera carrera se imparte durante el día y la otra en la tarde-noche. Hacía
tiempo que a oídos de Glennys había llegado el rumor que algunos alumnos se
desmayaban en clase, pero no fue hasta que comenzó a ver jóvenes desvaneciéndose en sus clases que decidió tomar cartas en el asunto. Ahora Glennys coordina una
iniciativa que le proporciona desayunos (y en ocasiones almuerzos) gratis a los
alumnos de la facultad de Ciencias. «La idea surgió», dice Glennys, «en una reunión de la
Pastoral Universitaria del DCyT de la UCLA al considerar que los estudiantes se
desmayaban a causa de una mala alimentación, que hay una alta deserción debido
a la compleja crisis que atraviesa el país donde el poder adquisitivo es cada
vez menor y que los presupuestos de las universidades se tornan cada vez más privativos,
hechos que han repercutido en un desmejorado servicio de comedor, limitado a solo
un almuerzo de pocas cantidades, ni siquiera balanceado y para colmo a veces pueden
transcurrir semanas sin que dicho servicio se preste». La Pastoral Universitaria del
DCyT decidió tomar como ejemplo una iniciativa del Decanato de Ciencias Económicas y
Empresariales (DCEE), antiguo Decanato de Administración y Contaduría, a través
de la cual se ofrecían vasos de atol a los alumnos con el aporte de empresas
atendidas contablemente por el profesor Javier Fernández, quien es contable,
profesor y coordina la Pastoral Universitaria del DCEE. «Como la
población de nuestro decanato es menor», dice Glennys, «nosotros pensamos que
era factible replicar dicha iniciativa haciendo una pequeña aportación por
parte de cada uno de los miembros del DCyT, pero la idea casi muere al nacer
porque además de que todos estamos en pésimas condiciones económicas no era tan
fácil conseguir los productos para la preparación del atol y en poco tiempo se
volvería insostenible. De modo que tuvimos que posponer su aplicación». Sin
embargo, Glennys no se dio por vencida y continuó buscando la manera de paliar
la difícil situación que vivían a diario parte del alumnado de la facultad
de Ciencias. «En el lapso académico 2017-2, uno de esos días que suspendieron
el comedor, les pedí una pequeña colaboración a mis colegas del Departamento de
Sistemas y se portaron tan generosos que pude invertir en fororo, azúcar,
panela y varios litros de leche de larga duración, asimismo me donaron vasos
plásticos, de los cuales usé parte y almacene el resto». La población de
estudiantes más castigada del decanato, según Glennys, son los estudiantes de
Análisis de Sistemas, quienes reciben clases en los horarios de 17.00 a 20.00
horas y no cuentan con comedor para cenar, ni transporte, ni becas con un monto acorde a
sus necesidades. «Imparto clases a estudiantes del primer semestre a quienes se
debe intentar motivar y encaminar en sus estudios, así como también orientar en
las situaciones que se presentan en esa etapa de la vida, todavía de transición
entre la adolescencia y la madurez. Es el nivel en el que se suele presentar el
mayor número de deserciones». Tras el éxito de esta actividad puntual mi amiga
continuó buscando ayuda y poco después se topó con la gente del Proyecto UNETE,
una fundación sin ánimo de lucro que se encarga de tramitar donaciones para
apoyar iniciativas solidarias. «Gracias a las gestiones de nuestra decana, la profesora
Yenny Salazar, las ingenieros en informática Elizabeth Carolina Cortez Martínez
y Enny Elizabeth Querales García, del Proyecto UNETE, y egresadas de nuestro
decanato, se comunicaron conmigo. Fue así como conseguimos nuestra primera
donación importante a través del Proyecto UNETE. A lo largo de estos meses en
que venimos ofreciendo desayunos a nuestros estudiantes también hemos contado
con el valioso apoyo de Gisela Vega, que nos atiende desde hace muchísimos años
en su cafetín y que de manera amable y desinteresada aceptó que preparáramos dichos
desayunos en su cocina, usando sus utensilios y hasta nos ofrece el vapor de la
cafetera para esterilizar los frascos de mayonesa donde se sirven los atoles». Lo
de reutilizar estos envases de vidrio lo copió Glennys de la celebración de
unos 15 años a los que asistió, de esta forma se evitan emplear vasos de
plástico. «Empecé pidiéndole los frascos a mis vecinos y luego secretarias,
profesores y estudiantes fueron llevando otros». En el lapso académico 2018-1 se sirvieron a
los estudiantes, diariamente, un promedio de 70 a 80 vasos de atol. «Sin
contar los servidos para los estudiantes de Análisis de Sistemas que solo les
atendía los lunes en mi horario de clases. Durante las mañanas contaba con la
colaboración de algunos miembros del decanato que participan en las reuniones
de la Pastoral Universitaria, algunos estudiantes que forman parte de grupos
organizados como ECOTECNO, Tabebuia, Otanigan, entre otros y de algunos
miembros de nuestra comunidad del DCyT, tanto estudiantes como personal
docente, administrativo y obrero».
PD: Este post es continuación de este otro: En el país de Alicia (IX)
PD: Este post es continuación de este otro: En el país de Alicia (IX)
2 comentarios:
Que hermoso gesto de mi querida prima Glennys, Dios la bendiga y que sigan adelante esos bellos gestos y proyectos.
Así es, Norma. Glennys está haciendo un hermoso y solidario trabajo con su iniciativa.
Publicar un comentario