Cuentan que Flaubert solía hacer las correcciones de estilo de sus textos al aire libre, en una pequeña alameda de tilos cercana a su casa de Croisset. Allí, mientras recorría la alameda, se entregaba a la lectura de sus escritos en voz alta, dejando la responsabilidad mayor del trabajo a su oído. Así lo relata Mario Vargas Llosa en el libro Cartas a un joven novelista:
En la enésima relectura que hago del libro de Vargas Llosa, caigo en cuenta de que un texto que escribí hacia finales de 2002, y que colgué aquí en junio del año pasado, está sin duda inspirado o influenciado por la anécdota del oído de Flaubert. A veces pensamos que hemos dado con una idea original y en el fondo no es más que un enfoque de la idea de otro, que leímos y creíamos olvidada, sin embargo, esa idea se mantuvo, permaneció agazapa en nuestro subconsciente para brotar tiempo después como si fuera realmente nuestra. ¿A esto se refería Borges al afirmar que toda creación era de una u otra forma un plagio?
Los curiosos pueden leer el texto del que hablo haciendo clic aquí.
No sé si usted sabe que Flaubert tenía, respecto del estilo, una teoría: la del mot juste. La palabra justa era aquella —única— que podía expresar cabalmente la idea. La obligación del escritor era encontrarla. ¿Cómo sabía cuándo la había encontrado? Se lo decía el oído: la palabra era justa cuando sonaba bien. Aquel ajuste perfecto entre forma y fondo —entre palabra e idea— se traducía en armonía musical. Por eso, Flaubert sometía todas sus frases a la prueba de “la gueulade” (de la chillería o vocerío). Salía a leer en voz alta lo que había escrito, en una pequeña alameda de tilos que todavía existe en lo que fue su casita de Croisset: la allée des gueulades (la alameda del vocerío). Allí leía a voz en cuello lo que había escrito y el oído le decía si había acertado o debía seguir buscando los vocablos y frases hasta alcanzar aquella perfección artística que persiguió con tenacidad fanática hasta que la alcanzó.
En la enésima relectura que hago del libro de Vargas Llosa, caigo en cuenta de que un texto que escribí hacia finales de 2002, y que colgué aquí en junio del año pasado, está sin duda inspirado o influenciado por la anécdota del oído de Flaubert. A veces pensamos que hemos dado con una idea original y en el fondo no es más que un enfoque de la idea de otro, que leímos y creíamos olvidada, sin embargo, esa idea se mantuvo, permaneció agazapa en nuestro subconsciente para brotar tiempo después como si fuera realmente nuestra. ¿A esto se refería Borges al afirmar que toda creación era de una u otra forma un plagio?
Los curiosos pueden leer el texto del que hablo haciendo clic aquí.
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