jueves, 12 de octubre de 2017

Esto va sobre víctimas y victimarios


A lo largo de la historia, cuando las víctimas ha alcanzado por fin el poder, en no pocas ocasiones —y en un lapso por lo general bastante corto—, han acabado convirtiéndose en verdugos y cometiendo a menudo atrocidades incluso peores a las que vivieron confundiendo de este modo venganza con justicia. Pareciera que, además de cegarlas, el resentimiento las moviliza, las guía y justifica y entonces ya nada puede detenerlas y mucho menos satisfacerlas en la búsqueda de la tan anhelada compensación, en la búsqueda de esa indemnización de la dignidad herida que creen merecerse. A veces nada nos complace más que ver de rodillas a aquellos que nos han infligido alguna afrenta. ¿Y quién se detiene a pensar que se comporta como un villano cuando en realidad lo que se está buscando es justicia?

 “Oleanna”, de David Mamet, nos habla de este asunto tan complejo como antiguo. También aborda la problemática de quienes ambicionan, desean y luchan por el ascenso social en una sociedad que se los niega. Y para tratar estos asuntos tan peliagudos, tan enmarañados, se vale de una sencilla premisa: una estudiante universitaria que va al despacho de su profesor para reclamar la nota de un trabajo académico. A partir de esta simple anécdota, Mamet construye una metáfora en la que cabe una buena parte de la historia de la humanidad.

Quienes seguimos a Mamet sabemos que en sus piezas no suele plasmar un mundo en blanco y negro, sino que en ellas el autor intenta representar, en la medida de lo posible, el gran espectro de matices, de grises, que pueden llevar de un color al otro. Quizá por este motivo, con frecuencia muchos espectadores se sienten incómodos viendo uno de los montajes de sus obras porque de pronto se descubren desubicados al tratar de elegir (o eligiendo) un bando. “Oleanna provoca desasosiego e incertidumbre en este mundo donde necesitamos identificar claramente quién es el malo y quién es el bueno y si no llegamos a descubrirlo realmente es porque todos somos esa estudiante y todos somos ese profesor. Todos hemos luchado alguna vez para que nuestra razón impere sobre la razón del otro, ya que no queremos asumir que lo que no se entiende nos asusta”, ha dicho Luis Luque, director del montaje.

Para el espectáculo, Luque ha optado por un escenario limpio, de elementos limitados, apenas un par de sillas y un escritorio, pero montados sobre un artilugio que, a medida que avanza la trama, permite al público constatar el cambio de roles que se produce en la pieza.

Las interpretaciones de Fernando Guillén Cuervo y Natalia Sánchez son sencillamente magistrales, marcando con precisión el ritmo de la trama, yendo de la contención a lo explosivo en determinados momentos, respetando así el delicado mecanismo de relojería que Mamet ha imbricado en su obra.

Tras la función de “Oleanna” me he puesto a reflexionar sobre el victimismo, que es como una especie de monstruo de mil cabezas, por lo general insaciable, que apenas encuentra un resquicio adopta la actitud de creerse con derecho a todo.

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