martes, 9 de febrero de 2016

El individuo frente a las masas


Las masas siempre me han generado reservas. Soy de los que piensa que se dejan arrastrar con demasiada facilidad por la emoción y el calor del momento. Una vez que han fijado su mirada sobre un objetivo particular, en una situación determinada, es imposible hacerlas desviar su vista de él. Imposibles hacerlas entrar en razón y hacerlas entender que algo está mal o bien, que algo les conviene o no. Quizá por este mismo motivo, políticos y agencias de publicidad avezadas, suelen sacar provecho de ellas.

Sin embargo, reconozco que a lo largo de la historia, en no pocas ocasiones, las masas han funcionado como catalizadoras del cambio, para provocarlo y ponerlo en marcha. Aun cuando, al final, ese cambio acabe siendo implementado por individuos.

De manera que podría decirse que las masas estarían capacitadas, facultadas para derribar muros, conceptos y regímenes, pero nunca para reemplazarlos por otra cosa, por algo nuevo. Algo verdaderamente nuevo y progresista, quiero decir. Esta tarea recae sobre los individuos. Individuos con nombre y apellido, y por supuesto, valores y principios firmes, que se oponen y enfrentan a las masas con el fin de conseguir un bien común. Aunque ellas ni lo acepten ni lo entiendan así en el calor del momento. Con el cabreo general es imposible negociar.

Y es sabido que destruir ha sido siempre más fácil que construir. Se tardan años, décadas, siglos para levantar una ciudad, pero sólo horas para reducirla a escombros y desolación.

En su más reciente película, “El puente de los espías”, protagonizada por Tom Hanks, Steven Spielberg vuelve sobre este fascinante tema que enfrenta a un individuo contra las masas. Nueva York, finales de los años cincuenta, el miedo por un ataque nuclear se extiende y generaliza entre la población. Las dos potencias que se han repartido el mundo (Estados Unidos y la URSS) mantienen una guerra fría que amenaza con calentarse en cualquier instante. Tras un operativo de inteligencia, el FBI ha arrestado a Rudolf Abel (Mark Rylance), un ciudadano soviético a quien acusa de espía. De inmediato la opinión pública se vuelca y aglutina alrededor de una misma causa: solicita para él la pena capital. En una jugada con el fin de lavarle la cara al sistema, y demostrar que en la tierra de las oportunidades la justicia funciona incluso para los enemigos, el gobierno contrata los servicios de un prestigioso bufete de abogados para que se encargue de la defensa de Abel. Los socios del bufete eligen entonces a uno de sus mejores hombres para que lleve el caso: James B. Donovan (Tom Hanks). En un principio Donovan se niega a coger el caso puesto que está consciente de que se trata de una causa perdida y además sabe que al final del proceso será el hombre más odiado del país. No obstante, luego de las insistencias de su jefe y del representante del gobierno, acepta. El problema es que Donovan no sabe hacer su trabajo a medias y está dispuesto a llegar más allá de lo que su jefe y el representante del gobierno esperaban. Cuando esto sucede, Donovan se queda solo, aislado, e incluso pone en riesgo su vida y la de su familia. En la calle la gente lo reconoce, señala y repudia; sus vecinos le piden a gritos que se vaya del vecindario. Pero, como dice el adagio popular, “la noche es más oscura justo antes de amanecer”, la historia da un giro y Donovan tiene la oportunidad de demostrarle a sus conciudadanos que desde un principio la razón ha estado de su lado.

Tom Hanks está soberbio en su interpretación del abogado que se enfrenta a todo un país por defender no sólo a Rudolf Abel, el espía enemigo, sino a la propia democracia estadounidense. Y Mark Rylance contribuye con su parte metiéndose en la piel del parsimonioso e impertérrito prisionero soviético.

No me ha sorprendido descubrir, en los créditos finales, que los hermanos Coen, junto con Matt Charman, eran los responsables del guión. Un guión redondo, cuidadoso en los detalles, cargado de suspense, que mantiene al espectador pegado a su asiento de comienzo a fin.

Pese a estar basada en hechos reales, “El puente de los espías” no es más que una reinterpretación de la magnífica “Un enemigo del pueblo”, pieza de Ibsen por la que Spielberg quizá sienta especial debilidad, puesto que en otras de sus cintas ha abordado el mismo tema: el individuo que se enfrenta a las masas para salvarlas o en busca de construir una sociedad mejor.

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