jueves, 15 de enero de 2009

Cambios


“El cambio es lo único constante” o “el cambio es lo único que permanece” son expresiones muy familiares para mí, que he escuchado recurrentemente a lo largo de mi vida, en especial en los últimos años que me dediqué a la informática. Eran los tiempos de “¿Quién se ha llevado mi queso?”, un libro que llegó a mis manos a través de distintas vías (internet, jefes, amigos y unos cuantos desconocidos) y que terminé odiando, entre otras cosas, porque era el predilecto de los facilitadores de los talleres con los que a veces los departamentos de recursos humanos de las grandes corporaciones suelen torturar a los empleados.

Eran también los tiempos en que la gente de IT veníamos de un largo proceso —nada sencillo, por cierto— de cambios aplicados en el hardware y software que usaban las compañías con el objeto de prevenirlas contra los desastres del efecto Y2K o Año 2000, ¿recuerdan? Años de duro trabajo y profundas transformaciones... De modo que ¿quién mejor que un informático para saber ponderar el significado de la palabra cambio?

En aquella época y en cualquier otra.

Y tras cada cambio es indispensable la necesaria transición, el breve o largo período de adaptación mientras las cosas van tomando su lugar, van ocupando el espacio que les corresponde, se van ajustando, amoldando al nuevo orden que impone el propio cambio. Sin este necesario período cualquier otro cambio que ocurra enseguida es probable que no pueda ser asimilado o aprovechado en su totalidad. Es así como la transición forma también parte inseparable del cambio, su vital compañera.

En mi vida he experimentado muchos cambios, la mayoría buscados, porque para bien o para mal soy de los que no pueden estarse quietos por mucho tiempo en un mismo lugar. Así cuando en casa todos creían que estudiaría una carrera relacionada con las artes, escogí Ingeniería en Informática. Apenas me gradué, busqué salir de casa, y aunque esto no se dio de inmediato, sí terminó dándose un par de años después de comenzar a ser “económicamente activo”. Otra ciudad, otros aires, otras oportunidades para el cambio. En mi trabajo siempre me mantuve cambiando, bien fuera de aplicación a la que daba soporte o de cargo en la organización que pagaba mi sueldo. Incluso, a mediados de los noventa, formé parte de un equipo de reingeniería (término que la mayoría de empleados no relacionaba con el cambio sino con los despidos) que propuso modificaciones significativas en los procedimientos y sistemas de logística y atención al cliente de la empresa que, a su vez, generaron innumerables modificaciones en las aplicaciones a las que daba soporte el departamento de IT. Fue sin duda una de las etapas más activas de mi vida profesional, en la que más he trabajado y aprendido —aprendido no sólo cosas técnicas, sino una especie de filosofía para resolver problemas, o intentar resolverlos, desde luego—. En la adolescencia milité en una fracción estudiantil del partido comunista, hice teatro y practiqué un apostolado en un barrio de esos que llaman de “estrato social bajo”, pero donde consolidé muchos de los principios que me han guiado hasta el día de hoy. De adulto trabajé para una corporación trasnacional y he invertido (ganado y perdido) en los mercados bursátiles internacionales. A los treinta me casé cuando llevaba toda mi vida diciendo que nunca lo haría; he cambiado varias veces de lugar de residencia; abrí, mantuve y cerré mucho después un club de video en el que pretendía (ingenuamente, claro está) popularizar algunas obras maestras del Séptimo Arte; y a principio de esta década, decidí colgar mi título de ingeniero y retomar mi carrera literaria que había interrumpido años antes por ese deseo irreprimible que me empuja a los brazos del cambio.

Hace poco, junto a mi esposa, he emprendido otro proceso de cambio; apenas ahora estamos en el período de transición del que he hablado líneas arriba: el tiempo de observar y dejarse llevar, de adaptarse. Sin embargo, estoy seguro de que los cambios no se detendrán, seguirán sucediéndose en mi vida como hasta ahora, y yo continuaré abriendo mi puerta, cediéndoles el paso y dándoles la bienvenida... Bien con una sonrisa en el rostro o con una mueca que se le parezca; bien para estar arriba o bien para estar abajo... Nunca se sabe... La vida es demasiado corta para vivir todas las vidas que a uno le agradaría vivir...

2 comentarios:

Eva dijo...

Hola,
Pues sí, los cambios no paran en nuestra vida, unos para bien y otros para mal supongo. Pero son inevitables.
Un saludo y...buena reflexión!!

Loida dijo...

Bueno...bueno...Mutaciones o algo así... dicen que quien se resiste a los cambios se resiste a la vida...mucha buena energía y lo mejor para ti y tus afectos en esta nueva etapa...y nada de queso...ja ja ja. Esperamos verte pronto.