lunes, 8 de septiembre de 2008

La generación tardía


Siempre se habla de la crisis de nuestro teatro contemporáneo y a veces uno se hace cómplice de esta afirmación después de ser testigo de un abominable y esperpéntico espectáculo representado sobre alguno de nuestros escasos escenarios. Pero a despecho de esta actitud pesimista, si algo ha caracterizado al teatro universal es su heterogeneidad y su capacidad inagotable de renovación. Es así como un día podemos ver un montaje o una propuesta de cierta agrupación que nos satisface o deslumbra, y, al otro, algo realmente distinto, incluso muy inferior. Y viceversa. De igual manera una pieza de un mismo autor puede ser luz en las manos de determinado director y sombra en las de otro. También hay obras y montajes que ni que se materialice en escena el espíritu de Shakespeare o de los autores clásicos griegos. Todo esto sin mencionar que, durante cada función, un mismo montaje puede llegar a ser distinto. El teatro permite esto y mucho más porque es un ente vivo, en constante evolución (o involución, también es válido), a cuya vera se conjugan los procesos de varios creadores: autor, director, actores, luminitos, escenógrafos, musicalizadores o sonidistas, productores, etcétera, etcétera. El aporte de cada uno —y en conjunto— es lo que finalmente produce el resultado que llega a los sentidos del espectador.

Al calor de esta crisis, y a las muchas otras que la han precedido (suelo tener presente las palabras de Carlos Giménez: “pienso que este enfermo incurable al que llamamos teatro, sigue agonizando con buena salud”), aparecen nuevas generaciones de teatreros dispuestas a tomar o arrebatarle el testigo a la generación anterior, bien sea creadores que salen al escenario o aquellos que se quedan back stage. Son muchos los que en la actualidad están tratando de ganarse un espacio a punta de talento, pasión y disciplina, gente joven en su mayoría, sin embargo, en mi nota no voy a referirme a ellos exactamente, sino a un grupo de nuevos dramaturgos, no tan jóvenes, con quienes he tenido la suerte de establecer un diálogo constructivo.

A principios del año pasado, Loida Pérez convocó a varios dramaturgos —de los que comenzábamos a hacer público nuestro trabajo— para sumarse a un proyecto que ella venía cocinando desde hacía tiempo. Se trataba de escribir obras breves, de no más de diez minutos, para luego llevarlas a escena en forma de un espectáculo de lecturas dramatizadas o montajes mínimos. Ya ella contaba con un espacio para materializar dichas propuestas: la Sala Experimental del Centro de Estudios Latinoamericano Rómulo Gallegos o CELARG. Apartando los resultados del proyecto, que todavía están por ser evaluados, lo más resaltante e interesante, desde mi punto de vista, fue el proceso cómo las obras que conformarían cada una de las puestas en escena fueron concebidas: se proponía un tema, los autores decidían si escribirían o no una pieza abordándolo; una vez escritas, las piezas se hacían llegar a todos los autores, se leían y eran comentadas; tras una revisión, todas eran entregadas al director que se encargaría de realizar la puesta. Finalmente, era él quien seleccionaba las obras que formarían parte del espectáculo. Por supuesto, para unos autores, el proceso en sí tuvo sus bemoles, pero esa es materia para otro post. Para mí fue un proceso enriquecedor: tener la posibilidad de entrar en contacto con la obra de otros dramaturgos a quienes me unía ciertas coincidencias (edad, búsquedas, haber obtenido algunos premios y no haber sido representados profesionalmente o estar en vías de) y compartir un singular espacio donde nos leíamos y comentábamos.

De aquel grupo de dramaturgos rescato cuatro nombres que desde entonces a esta parte han resonado en el ámbito local: Juan Ramón Pérez, quizá el más “veterano” de todos, con varias piezas a cuestas y quien este año se estrenó como guionista de cine en la película “1, 2 y 3 Mujeres” y estrenará su pieza, “Hasta la vista, Beibi”, en un festival de teatro venezolano en París; Vicente Lira, de quien ya se han estrenado dos comedias con éxito de público, una de ellas con dos temporadas (la primera en el Ateneo de Caracas y la siguiente en el CELARG); José Antonio Barrios, que es además actor y poeta —y quizá la cara más conocida del grupo, por unos populares comerciales de TV—, también ha conseguido que un par de sus piezas suba a los escenarios y, por fin, Roberto Azuaje, el que faltaba por estrenarse ante el público pero que en los próximos días lo hará por partida doble, con el montaje de “José Amindra”, dirigido por Dairo Piñeres y producido por Rajatabla, y con “Siete grados de entropía tropical”, montaje que será realizado y presentado en Londres durante el Festival de teatro latinoamericano CASA, ambas en el mes de septiembre.

No me cabe duda de que la obra de estos autores seguirá dando de que hablar en los años venideros, siempre y cuando se mantengan en la búsqueda que los ha traído hasta el punto donde se encuentran ahora. Incluso por allí, entre bastidores, he escuchado una denominación para agruparlos: “la generación tardía”, porque todos se han estrenado en el circuito profesional después de los cuarenta —desde luego, esta denominación también me incluye. Lo importante es que continúan trabajando (por ejemplo, las últimas dos piezas que he leído de José Antonio Barrios me han sorprendido gratamente, sobre todo porque en ellas ha dejado de lado su faceta de comediógrafo y ha abordado temas de mayor compromiso autoral), buscando y consiguiendo que sus piezas lleguen hasta el público, con lo difícil, es sabido, que resulta esto en un país como el nuestro. En lo posible trataré de seguir sus carreras y celebraré sus éxitos, como lo he hecho hasta el día de hoy, porque, aunque “tardía”, hay que celebrar a las generaciones de relevo en nuestro teatro.

1 comentario:

Juan Ramón Pérez dijo...

Lástima Victor, que es de mal gusto hablar de uno mismo, pero a su artículo le faltó mencionar más ampliamente su propia persona cuyo crecimiento sorprendente en varias ramas es digno de mencionarse: los estrenos en el San Martín, la pieza infantil, los premios ganados con sus libros y un gran etcétera. Me complace conocerlo y me complace mencionarlo cada vez que puedo como punta de lanza de esta nueva generación.