viernes, 4 de mayo de 2007

La magia de la imaginación


Confieso que fui un lector tardío.

Antes de los diez u once años, si hablamos del asunto meramente intelectual, sólo me interesaron los cómics y las películas.

Ah, y la música, desde luego.

Si ahora mismo un equipo de torturadores profesionales se dedicara a sacarme los títulos de al menos tres libros infantiles que hubiera leído durante mi niñez, lo único que saldría por mi boca serían gritos de horror; con toda la carga de ironía que pueda llevar esta frase.

La poca literatura infantil que he consumido en mi vida la leí siendo ya adulto. Creo que esto me aporta ciertos visos o rasgos de objetividad para abordar el tema.

En mi trayectoria como lector, he descubierto que hay tres aspectos que me gustaría que cualquier obra que leo cubriera: a) que me entretenga; b) que me conmueva o conmocione, y c) que me haga reflexionar o cuestionarme sobre algún aspecto de la realidad, bien sea como individuo o como parte de un colectivo.

Y cuando hablo de cualquiera se debe entender que también incluyo a la literatura infantil.

El primer libro que recuerdo haber leído (creo que antes hubo uno o dos, pero ya lo dijo Gabriel García Márquez, las cosas no son como nos sucedieron sino como las recordamos) fue “Cien años de soledad”. Enseguida de haberlo terminado, volví a iniciar su lectura desde la primera página, hipnotizado por su extraordinario comienzo: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

La historia de los Buendía y del pueblo de Macondo me trastocó: ¿cómo era posible que en una cabeza humana cupiera tanta magia, tanta imaginación?

Y aunque mucho tiempo después descubrí que gran parte de lo narrado en “Cien años de soledad” tuvo su origen en sucesos reales, ese hecho baladí no le quita mérito ni magia a mi primer contacto con la obra de García Márquez y, por supuesto, con la literatura.

Lo anterior viene a cuento porque la semana pasada, un buen amigo, Juan Ramón Pérez, me invitó a la presentación del libro infantil “Bambú y Sombrero”, publicado por la editorial del Instituto de Altos Estudios de Control Fiscal y Auditoria del Estado, COFAE, donde uno de los dos cuentos que componen el libro es de su autoría.

Juan Ramón comenzó de esta manera su discurso:

“Debo confesarles que no creo en la literatura infantil.

Hace poco me llamó a mi teléfono móvil una persona para que le diera algunos tips sobre cómo escribir cuentos. Esta persona se enteró de que yo dictaba todos los años, en Acarigua, un taller que se llama Ficción Mínima, que es parte de un proyecto mayor que dirige la Licenciada Mary Monteiro titulado, SEMBRANDO ESCRITORES (que por cierto, este año perdió el subsidio por un tecnicismo burocrático), en donde se le entrega a los niños, o a cualquier nuevo escritor, las herramientas para construir sus propios cuentos.

La persona en cuestión justificaba su novatada en las letras diciendo que solamente había intentado algunas cosas sencillas como poesía y cuentos para niños. ¡Nada más y nada menos! A mi juicio, los dos géneros más difíciles.

Y es que el gran problema de la llamada literatura infantil, no sólo en Venezuela sino en el resto del mundo, es de enfoque: pretender que los niños son sub-personas cuando en realidad son personas en desarrollo.

Parece sencilla la diferencia pero en la práctica es difícil separar y separarse de estas categorías. Cuando se escribe para una sub-persona, se le entrega todo procesado, sin darle opción a que use sus herramientas de pensamiento. Cuando se escribe para personas en desarrollo, se entregan elementos que le permitan usar las herramientas del pensamiento.

Por eso no creo en la literatura infantil y preparo mis cuentos para niños con técnicas similares con las que construyo mis obras para adultos.

Los niños son sabios y disciernen lo que quieren leer porque cuentan con un recurso que los adultos poco usamos: la fantasía”.


En “El sombrero del mago”, el cuento de Juan Ramón, una niña, Maigua, encuentra un sombrero verde abandonado en la banqueta de un parque. El sombrero le pertenece a un mago de Tariraribán, un país lejano que tiene cien años en guerra. El sombrero tiene la particularidad de hablar y le propone a Maigua que lo lleve con ella y en recompensa le concederá un deseo. Cualquier deseo. Otra de sus particularidades es que sólo puede ser visto por una persona a la vez, siempre y cuando esta persona sea inquieta (soñadora, sería la palabra más acertada). Por esta razón, los adultos cercanos a Maigua no pueden enterarse de su existencia.

Sin embargo, a ella más que ver materializado su deseo, lo que en realidad le interesa del sombrero verde del mago son las increíbles historias que éste le cuenta sobre Tariraribán y sus habitantes. Tanto, que cada día posterga la solicitud del deseo con la finalidad de que el sombrero continúe contándole historias.

“El sombrero del mago” pareciera decirnos que la verdadera magia con la que contamos los seres humanos la tenemos en la imaginación. Que la fantasía, sea cual fuere la edad que nos atraviesa, está aguardando por nosotros en algún lugar... Un lugar maravilloso como los libros...

¿Qué esperamos entonces para volver a ella?

1 comentario:

harold delgado dijo...

felicitaciones,sigan adelante con temas tan importantes que indiquen la realidad de un mundo mejor,con nuestras pequeñas potencias en desarrollo, lograremos la magia del mundo real, adelante....