viernes, 25 de marzo de 2016

Las rémoras del poder


¿Puede acaso alguien escapar de su pasado? Al parecer, según la más reciente pieza de David Mamet estrenada en España, no. Sobre todo si se es viejo, millonario, en una relación idílica con una joven y hermosa mujer y se ha apostado por el candidato equivocado en las próximas elecciones a gobernador del estado donde has levantado tu fortuna.

Se trata de “Muñeca de porcelana” (“China Doll”, su título original), dirigida por Juan Carlos Rubio e interpretada por José Sacristán y Javier Godino.

Mickey Ross es un viejo zorro de la política ya en retirada. Millonario, arrogante y con un oscuro pasado. A poco de comenzar el espectáculo nos queda claro que lo que ha conseguido es gracias a medrar en el poder, de haber tejido un enrevesado entramado de engaño y corrupción. Pero está decidido a dejar todo aquello atrás y disfrutar de su riqueza, alejado de las turbulencias del poder, los días que le restan por vivir. Borrón y cuenta nueva como suele decirse. De ahora en adelante sus días enteros serán en exclusiva para la señorita Pearson, la joven y hermosa británica de la que está perdidamente enamorado y a quien le acaba de comprar un avión como regalo de bodas. Ha planeado reunirse con ella en Toronto y de allí recorrer el mundo en su nuevo jet privado. No obstante, de un pasado como el que él ha vivido no es fácil librarse. Su mundo empieza a desquebrajarse al recibir una llamada telefónica relacionada con el jet que acaba de comprar y de forma acelerada los acontecimientos irán complicándose más y más hasta acorralarlo en un callejón sin salida.

El proceso de asistir al desmoronamiento de su mundo, de descenso a los infiernos que experimenta en carne propia a lo largo de la pieza Mickey Ross, el personaje principal de “Muñeca de porcelana”, es uno de los más violentos, vibrantes y apasionantes que recuerde. En menos de 24 horas Ross pasa de la gloria al fango. Y como en las buenas historias, durante ese trayecto, estará obligado a tomar una decisión tras otra. A mí particularmente me encanta este tipo de historias en la que sus personajes son llevados al límite, bajados de un tirón del cielo al infierno, y Mamet es un maestro escribiéndolas. En mi galería imaginaria de personajes imaginarios, ya Mickey Ross forma parte de esos otros desgraciados de la literatura universal que, por una decisión aparentemente baladí, más adelante son empujados a tomar importantes decisiones mientras ven hundirse el mundo que han construido a su alrededor… Como Macbeth, como Willy Loman, como David Lurie o como Edmond –salido también de la imaginación y la pluma de Mamet–, por enumerar sólo a esos pocos que se me han venido enseguida a la cabeza.

A continuación, un par de las perlas que suelta Ross durante los 75 minutos del espectáculo: “El mundo está lleno de gilipollas y muchos de ellos con derecho a voto”; “La política consiste en nadar en la mierda para buscar el dinero de otros”. Sentencias que encierran una evidente declaración de principios. Política, economía, medios de comunicación subidos en un fórmula 1 que atraviesa a todo gas el circuito de la ciudad de Mónaco. En fin, Mamet en estado puro.

La interpretación de Sacristán como el inescrupuloso y antipático Ross es soberbia, mayúscula. Con cada palabra, cada gesto –por ejemplo, ese aséptico gesto de coger de tanto en tanto una toallita de papel con la excusa de limpiar algo: sus manos, los zapatos, el borde del escritorio– borda el personaje y nos lo hace cien por ciento creíble. Rodolfo Santana solía decir que los personajes eran principalmente su pasado, que a mayor pasado más complejos e interesantes resultarían a los ojos del espectador y Ross posee mucho de esto y, desde luego, con las tablas que lleva a la espalda, Sacristán sabe cómo sacarle provecho.

Javier Godino cumple de manera correcta con su rol. Su personaje es de soporte, Mamet lo ha puesto allí no como el típico antagonista de una pieza para dos, sino como el ayudante o asistente a la presidencia de las empresas de Ross que es. Ni más ni menos. En contraposición a Ross, Carson es un personaje sin pasado. Los antagonistas de Ross están fuera de escena, en algún lugar más allá de las paredes de ese despacho decorado con sobriedad y elegancia, al otro lado de las líneas telefónicas que no paran de sonar y utilizar ambos personajes. “Muñeca de porcelana” bien pudiera haber sido un monólogo si es que a Mamet le interesara escribirlos. En ocasiones su estructura dramática me ha recordado a esa otra excelente y provocadora pieza que es “El ángel de la culpa”, de Marco Antonio de la Parra.

En cuanto a la dirección de Rubio, ha hecho lo que creo debe hacer un director de teatro cuando dispone de un buen texto y buenos actores: permitir que ellos sean los protagonistas. Fijar y cuidar del ritmo que sugiere el texto y dejar entonces que la orquesta suene.

Detalle, por supuesto, que agradecemos enormemente los espectadores.

*La imagen que acompaña al post es cortesía de Sergio Parra

miércoles, 16 de marzo de 2016

Un mundo de horror


El 6 de mayo de 2013 una noticia sacudía a la sociedad estadounidense: tres jóvenes mujeres habían sido rescatadas tras un cautiverio de entre 9 y 11 años, gracias a que una de ellas escapó y avisó a la policía.

Durante ese cautiverio fueron sistemáticamente violadas por su captor; durante ese lapso tuvieron múltiples embarazos y abortos espontáneos. Sin embargo, una de ellas había conseguido dar a luz y mantener viva a la criatura: una niña de seis años de edad.

Pese a sus precarias condiciones, la madre de la niña trató que la pequeña tuviera la mejor vida posible y creó un mundo imaginario en su habitación. "Hacíamos que caminábamos a la escuela, traté de hacerlo lo más real posible para ella; finalmente llegábamos a la escuela, la dejaba y le decía 'Ok. Te quiero, que tengas un buen día' y entonces me convertía en profesora", confesó tiempo después a la BBC.

Es inevitable releer las noticias del Secuestro de Cleveland sin trazar inmediatamente un paralelismo con la película de Lenny Abrahamson, “La habitación”. O al revés, mientras estamos sentados en la oscuridad de la sala de cine viendo “La habitación”, es imposible no remitirnos a cada instante al Secuestro de Cleveland.

En su film, Abrahamson cuenta la historia de Jack (interpretado por Jacob Tremblay) y su madre (caracterizada por Brie Larson), víctimas de un secuestro. Sus vidas transcurren en una habitación sin ventanas, de apenas cuatro metros cuadrado, en cuyo techo se abre una claraboya que les permite al menos ver un trozo de cielo. Cada tanto, Jack y su madre son visitados por el “Viejo Nick”, el responsable de que ambos permanezcan allí encerrados. Ella entró en aquella habitación siendo una adolescente y ahora es una mujer cercana a los treinta, con un hijo al que desea proteger por encima de todo de los horrores del mundo.  

La película inicia con la celebración del quinto cumpleaños de Jack. Su madre sabe que ha llegado el momento de revelarle la verdad al pequeño, el momento de quebrar, romper con el mundo imaginario que ha creado a su alrededor para que sus vidas transcurriesen lo más normal posible, el momento de intentar hacer algo con el fin de escapar de aquel cautiverio y ofrecerle al niño una vida verdadera. Pero fuera a ambos les espera un mundo de horror quizá igual o peor al sufrido por años en aquella habitación; ambos tendrán que enfrentarse a situaciones duras y difíciles como no lo habían hecho antes.

Uno de los aciertos de “La habitación” es que está narrada desde el punto de vista de Jack, esto, por decirlo de algún modo, suaviza, le proporciona cierto aire de frescura y ternura a la crudeza y dureza del relato que vemos avanzar en la pantalla. Otro de los aciertos son sin duda las actuaciones de Brie Larson y Jacob Tremblay. Me ha sorprendido la interpretación de ambos actores, sobre todo la madurez y naturalidad con las que Tremblay caracteriza al pequeño Jack.

También me gustaría destacar el uso que hace Abrahamson de la cámara en la primera parte de la película, esa que va desde su comienzo hasta que ambos personajes son liberados de su cautiverio. Esos planos cerrados, de cámara en mano, contribuyen en gran medida con el dramatismo y suspenso de la trama; le insuflan verosimilitud.

Vivimos en un mundo de horror. A cada instante nos tropezamos con noticias que nos impactan, desconciertan y conmueven. Que creadores como Abrahamson se atrevan a llevar a la gran pantalla esas mismas noticias, pero pasadas por el tamiz de la ficción, con toques personales que nos permitan sobrellevar la crudeza y dureza de las historias que relatan, se agradece enormemente.

La ficción una vez más le pone orden y belleza al caos del mundo.