lunes, 30 de julio de 2007

Algo que deberíamos tener siempre presente

La tolerancia es la disposición cívica a convivir armoniosamente con personas de creencias diferentes y aún opuestas a las nuestras, así como con hábitos sociales o costumbres que no compartimos. La tolerancia no es mera indiferencia, sino que implica en muchas ocasiones soportar lo que nos disgusta; por supuesto, ser tolerante no impide formular críticas razonadas ni obliga a silenciar nuestra forma de pensar para no “herir” a quienes piensan de otro modo.

Fernando Savater

domingo, 15 de julio de 2007

El detective más salvaje


Qué difícil es escribir sobre los ídolos.

Al menos a mí me cuesta una enormidad.

Sin embargo, el post anterior, inevitablemente, me ha hecho desembocar en este otro.

¿Y qué puedo decir de Roberto Bolaño, o de su obra, que no se haya dicho ya? Sólo me queda echar mano al manoseado recurso de contar cómo llegué hasta él, o hasta ella, que aunque no son la misma cosa es igual.

Entre 1997 y 2001, por motivos que no vienen a cuento, tuve la oportunidad de viajar por gran parte de América Latina. Sobre todo a ciudades como Bogotá, Buenos Aires, Ciudad de México, Guadalajara, San José y Sao Paulo. Ya por entonces me tentaba el deseo de abandonar mi carrera como informático y retomar la literatura. Pero la comodidad es quizá la peor enemiga de alguien que aspira a convertirse en escritor.

Durante mis viajes, hacía todo lo posible por acercarme a las librerías de estas ciudades en busca de novedades. Mis preferidas eran las de Buenos Aires (en Corrientes, un buen lector de estos parajes, si se descuida, puede llegar a rozar la locura), Bogotá y Ciudad de México. Las consideraba un verdadero paraíso. De cada una de aquellas visitas regresaba a Caracas cargado con un lote de al menos diez libros, entre autores conocidos y desconocidos (desconocidos para mí, se entiende). Entre alguno de estos lotes de libros, por cuestiones de puro azar, venía un ejemplar de Llamadas telefónicas.

Por diversas circunstancias —entre ellas el efecto Y2k, o año 2000, que nos mantuvo a la gente de IT muy ocupada entre 1997 y la media noche del 31 de diciembre de 1999— no leí Llamadas telefónicas hasta finales de 2001. Terminar de leerla y comenzar a buscar desesperadamente el resto de los títulos publicados por el autor fueron acciones casi simultáneas. El estilo limpio, directo, de su prosa, muy cercano al periodismo, pero sin dejar de lado a la poesía, con esa capacidad para crear atmósferas enrarecidas, ambiguas; con esa destreza para desarrollar personajes construidos “desde afuera” (Arturo Belano, Ulises Lima, Carlos Wieder, Sensini, Buba, Anne Moore, Lalo Cura, José Ramírez, Archimboldi, etcétera), algo que pareciera obligarlos a moverse sobre una delgada línea imaginaria entre verdad y mentira, que, a su vez, los convierte en personajes inolvidables, podrían contarse entre las características renovadoras que le imprimió a la narrativa en idioma español. Además, no hay que olvidar la compleja estructura que tienen sus historias. En muchas ocasiones, después de leer una de sus novelas o relatos, me ha embargado una extraña sensación, un vacío, una tristeza, como si acabara de ocurrir algo terrible a mi alrededor, algo incuestionable, aunque no haya sucedido nada. Pero... ¿no ha sucedido nada en realidad?

Literal y literariamente hablando —después de conocer la obra de Cortázar—, toparme con el trabajo de Bolaño ha sido lo más relevante que me ha sucedido en los últimos años. Y créanme que no se trata de ninguna exageración. Tal vez por ello estoy revisitando de manera constante (como lo hago con la obra de Cortázar) las páginas de cinco de sus libros fundamentales: esa pequeña joya titulada Estrella distante (1996), sus volúmenes de relatos Llamadas telefónicas (1997) y Putas asesinas (2001), y, desde luego, esos monstruos devoradores de lectores que son Los detectives salvajes (1998) y 2666 (2004).

Ahora no recuerdo a qué autor le leí que, al igual que pasa con las familias, existen sólo dos clases de vínculos posibles entre ciertos escritores: bien por afinidad o bien por consanguinidad. Entendiéndose que la interconexión de esos vínculos no está representada más que por otros autores. Otras influencias.

En mi caso, me atrevería a decir que los vínculos que me unen a Bolaño son estrictamente consanguíneos. Y no hace falta conocer su ascendencia ni la mía para afirmarlo, al igual que no hizo falta conocer a mi abuelo paterno para considerarme su nieto.

Cosas de la vida y la literatura.

sábado, 14 de julio de 2007

En días como estos, 4 años atrás...


Lo había olvidado.

Mientras limpiaba el disco duro de mi computador, de gran parte de la porquería que uno suele descargar de internet, me topé con un artículo que me hizo retornar instantáneamente a aquella tercera semana del mes de julio de 2003; aquella semana negra para la bohemia latinoamericana.

Pero no digo más. Sólo reproduzco a continuación, en su totalidad, el artículo de Victoria Rhode, publicado en el diario El Impulso el 3 de agosto de 2003.

Bohemia in black

Por Victoria Rhode

La tercera semana del recién acabado y lluvioso mes de julio, tal vez sea recordada en adelante como una de las más negras y tristes para la bohemia latinoamericana. Tres fueron sus bajas. Tres sus derrotas frente a la persistencia del tiempo y el orden implacable de la vida.

La primera de ellas lleva por nombre Máximo Francisco Repilado Muñoz, mejor conocido como Compay Segundo, el extraordinario músico y compositor cubano que a mediados de los noventa retornó del olvido para seducirnos con su armónico, sus sones y su voz. Algunos lo recordarán como uno de los simpáticos viejecitos que montado sobre ese inusual éxito llamado Buena Vista Social Club, recorrió los más importantes escenarios del mundo, arrancándole aplausos y excelentes comentarios a los entendidos —y a los que no entendemos tanto, también. Aun cuando ya él venía en ascenso, el proyecto de Ry Cooder, y el posterior film de Wim Wenders, permitieron que ese ascenso fuera más acelerado, más expedito, cosa muy conveniente para un hombre que acababa de cumplir los noventa. De la cinta de Wenders recuerdo la silueta delgada, parsimoniosa de Compay Segundo, mostrándonos las calles de la Habana, el malecón y una fábrica de tabacos, encaramado sobre un descapotable de los años cincuenta. Me atrevería a decir que Compay Segundo murió feliz (si es que eso sea factible) pues vivió según su propio deseo: “Tener cerca mi guitarra, un tabaco y un traguito de ron para disfrutar con los amigos. Lo mejor de la vida, caballero”. ¿Acaso un genio de la bohemia necesitaba más?

La segunda baja fue en literatura y se llama Roberto Bolaño. Los premios Herralde (1998) y Rómulo Gallegos (1999) por su influyente novela Los Detectives Salvajes, le concedieron enorme promoción a escala mundial y lo develaron como joven promesa de las narrativas hispánicas. Sin embargo, ya venía de revolver (no he querido emplear el sustantivo revolución) los estratos de la poesía con un movimiento de vanguardia denominado infrarrealismo, que fundó en Ciudad de México, a mediados de los setenta, junto con otros poetas aztecas. El estilo a veces irreverente, a veces corrosivo pero siempre original e intenso de sus textos poéticos y narrativos es celebrado por sus lectores que, a uno y otro lado del Atlántico, no se cuentan por pocos. Particularmente, de sus libros de poesía llegó a mis manos Tres, un viaje alucinante por cuerpos, lugares de aquí y de ninguna parte y por la literatura: su gran pasión. De allí destaco, de manera especial, Los Neochilenos, un road poem, si es posible el término. Al final de uno de sus escritos poéticos leemos: “Muerte que no me traía el descanso, Pues tras corromperse mi carne Aún seguía soñando”. Lástima que los que quedamos de este lado ya no podremos seguir su prolífica, vehemente y aguda imaginación.

Del tercer y último adiós de esta infortunada semana se ha hablado y llorado bastante. Tanto, que la noticia de la muerte de la Guarachera de América, Celia Cruz, literalmente anuló los otros dos adioses y se adueñó de los espacios disponibles en los medios como de los pañuelos de millones de melómanos alrededor del mundo. Dos de sus canciones me conmocionaron en su momento y siguen teniendo la magia de hacerme revivir la misma extraña sensación cada vez que las escucho. Ellas son: Usted abusó, mi primer contacto con La Reina de la salsa y, la otra, de más reciente data, La vida es un carnaval. Ambas ejemplo de su camaleónico olfato para mantenerse vigente en la cartelera musical. En uno de sus últimos trabajos discográficos, Siempre Viviré (2000), grabó una versión tropical del super-éxito de Gloria Gaynor, I will survive. Ese tema viene a ser un resumen rítmico de lo que fue su vida. Allí la escuchamos cantar: “Oye mi son/ mi viejo son/ tiene la clave/ de cualquier generación/ en el alma de mi gente/ en el cuero del tambor/ en las manos del bonguero/ en los pies del bailador:/ Yo viviré”.¿Quién se atrevería a negarlo?

Así ha cerrado este mes-diluvio de julio de 2003: la bohemia de luto y la inmortalidad de júbilo.

miércoles, 11 de julio de 2007

Algunos que dejarán de ser inéditos


Durante el transcurso del día de ayer, por diversas fuentes, me enteré de los ganadores, en la mención narrativa, del Premio para Autores Inéditos de Monte Ávila Editores.

Desde hace algún tiempo se viene hablando del revuelo experimentado en nuestra narrativa, sobre todo por la fuerza que le ha inyectado una (para nada despreciable) lista de nuevas voces que ya son consideradas como indiscutibles promesas literarias.

Según me cuentan, las cosas no estuvieron fáciles para los miembros del jurado (que en esta edición estuvo conformado por Rodrigo Blanco, Antonieta Madrid y Carlos Noguera). La calidad de los casi cien manuscritos presentados fue el principal obstáculo a superar para alcanzar el veredicto. Tanto así, que a las tres obras que debía seleccionar el jurado, se tuvieron que sumar tres más, como finalistas, con su respectiva recomendación para la publicación.

Las obras ganadoras y sus autores son las siguientes: Cállate poco a poco, de Enza García; Cuentos en el espejo, de Marianne Díaz; y Rosa la piñata, de Eduardo Febres. A continuación las obras finalistas y sus autores: Árbol, Acantilado, Arena, de Marta Durán; Pasillos de mi memoria ajena, de Mario Morenza; y Para Eugenia, de Keila Vall.

De estos seis inéditos que probablemente este mismo año dejen de serlo, tengo el placer de conocer personalmente a cuatro. Mario Morenza, que este año coincidimos en la segunda edición de la Semana de la Nueva Narrativa Urbana; a Eduardo Febres, de quien he tenido la ocasión de disfrutar unos deliciosos ensayos y con quien he compartido un par de talleres literarios. Keila Vall, a quien conocí hace poco pero desde entonces ha sido como si nos conociéramos de toda la vida. Y, desde luego, Enza García, que es casi una celebridad en los angostos pasillos de esa narrativa local que se está haciendo al calor de nuestros tiempos compulsivos.

Gente joven (algunos tan jóvenes que asusta) que se ha tomado muy en serio el oficio de escribir. Ahora parte de su trabajo tendrá la oportunidad de hacerse visible gracias a la maravillosa iniciativa de Monte Ávila Editores. El año entrante serán otros quienes tengan esa oportunidad.

Mis felicitaciones y mejores deseos para todos.